Investigadores, usando el telescopio James Webb de la NASA, descubren uno de los planetas más raros en años
El universo tiene una capacidad inagotable para dejarnos con la boca abierta, mostrándonos realidades físicas que superan a menudo la mejor ciencia ficción. Lejos de ser un mundo redondo y perfecto, los astrónomos han identificado un exoplaneta que ha perdido su esfericidad para adoptar una silueta similar a un limón, deformado violentamente por las brutales fuerzas de marea que sufre constantemente. Aunque la industria del entretenimiento nos fascina con diseños como el nuevo caza estelar de Star Wars, la deformación natural de este planeta supera cualquier geometría creada por la fantasía.
En concreto, este cuerpo celeste, bautizado técnicamente como PSR J2322-2650b, vive una existencia al límite orbitando alrededor de un púlsar. La cercanía es tal, situándose a apenas 1,6 millones de kilómetros, que el planeta se ve obligado a completar una vuelta entera a su estrella en tan solo 7,8 horas, una velocidad de vértigo imposible de imaginar dentro de nuestro sistema solar.
Asimismo, la observación de este fenómeno ha sido posible gracias a una peculiaridad del espectro de luz que ha jugado a favor de los investigadores. Dado que el púlsar emite rayos gamma invisibles para los sensores infrarrojos del James Webb, se ha evitado el deslumbramiento habitual de las estrellas, permitiendo estudiar este cuerpo de masa joviana con una nitidez que antes era impensable.
Por otro lado, la composición atmosférica de este extraño mundo presenta un escenario químico verdaderamente exótico y hostil. Tal y como señalan acertadamente desde el portal Interesting Engineering, los análisis espectrales revelan un entorno dominado por helio y nubes espesas de hollín, donde la ausencia de vapor de agua marca un contraste radical con otros gigantes gaseosos.
Un interior posiblemente cristalizado
No obstante, la verdadera sorpresa de esta investigación podría residir en lo más profundo de su estructura interna, donde la física se vuelve extrema. Las presiones infernales que soporta sugieren la posibilidad teórica de que el carbono se esté condensando, transformando el núcleo del planeta en un gigantesco depósito de diamantes oculto bajo su superficie deformada.
Además, este descubrimiento supone un desafío directo para los modelos de formación planetaria que manejamos actualmente en las facultades de astrofísica. Su composición no encaja con los mecanismos conocidos, ni siquiera con los sistemas de tipo «viuda negra», lo que nos recuerda que el cosmos guarda secretos que todavía escapan a nuestra comprensión matemática. Es precisamente la existencia de estos enigmas inexplorados lo que refuerza la visión de que nuestro futuro como civilización espacial será infinitamente más emocionante que permanecer estáticos.
En definitiva, el Telescopio Espacial James Webb sigue demostrando por qué es la joya de la corona de la exploración espacial moderna. Cada nuevo dato que nos envía desde la oscuridad confirma que la evolución planetaria es mucho más diversa de lo que creíamos, regalándonos hallazgos que desafían nuestra lógica terrestre y amplían nuestros horizontes.