Solo 2.8 días para una colisión: la alerta científica sobre el tráfico espacial
CIUDAD DE MÉXICO.- Pocas personas miran al cielo más allá de una aurora boreal o el paso visible de un satélite. Sin embargo, sobre nuestras cabezas, en la órbita baja de la Tierra, se desarrolla una actividad constante y silenciosa. Miles de satélites operativos, restos de cohetes y fragmentos de choques pasados comparten un espacio limitado.
Ese entorno, que durante décadas pareció amplio, hoy está saturado. El margen de error es mínimo y una falla pequeña puede tener consecuencias globales. La infraestructura que sostiene internet, la navegación, las comunicaciones y el monitoreo climático depende de que ese equilibrio no se rompa.
Como advierte el divulgador Eugenio Fdz.: “Una tormenta solar como la de 1859 hoy colapsaría la red de satélites en menos de 3 días”.
Qué revela el nuevo estudio sobre el riesgo de colisiones
Un estudio reciente encabezado por Sarah Thiele, de la Universidad de Princeton, puso cifras concretas a esta vulnerabilidad. El artículo, titulado “An Orbital House of Cards: Frequent Megaconstellation Close Conjunctions”, introduce un nuevo indicador de riesgo: el CRASH Clock.
Este “reloj” calcula cuánto tiempo pasaría antes de una colisión grave si los satélites dejaran de maniobrar de forma activa. El resultado actual es preocupante: 2.8 días. Ese es el margen que tendría la humanidad antes de un choque catastrófico si se pierde el control operativo.
Para dimensionar el cambio, en 2018, antes de la expansión masiva de satélites, ese mismo indicador marcaba 121 días.
Por qué la órbita baja está en un punto crítico
La órbita terrestre baja, conocida como LEO, se extiende entre los 160 y los 2 mil kilómetros de altitud. Es la zona más utilizada para servicios de conectividad global. También es la más congestionada.
Las llamadas megaconstelaciones, como Starlink, multiplicaron por miles el número de satélites activos. Según el estudio, hoy ocurre un acercamiento de menos de un kilómetro entre objetos cada 20 segundos. Si solo se consideran los satélites de Starlink, el intervalo baja a 27 segundos.
El propio informe de SpaceX, citado en el artículo, indica que su constelación realizó más de 144 mil maniobras de evasión en seis meses, lo que equivale a 41 maniobras por satélite al año.
Los autores son claros: “La única razón por la que no ha ocurrido una colisión importante entre satélites recientemente es la ejecución exitosa y repetida de estas maniobras”.
El CRASH Clock y el riesgo inmediato
El CRASH Clock, siglas de Collision Realization and Significant Harm, mide el estrés ambiental orbital. No señala una fecha exacta, pero sí el nivel de riesgo.
Con un valor de 2.8 días, el modelo indica que, ante una interrupción repentina del control —por ejemplo, una falla tecnológica o un evento solar—, existe un 30 por ciento de probabilidad de una colisión grave en solo 24 horas.
El dato es relevante porque la seguridad orbital ya no depende solo de cuántos objetos hay en el espacio, sino de que todos funcionen de forma coordinada y automatizada. Una disrupción breve puede detonar una reacción en cadena.
Tormentas solares: un factor externo difícil de controlar
Además de los riesgos mecánicos, los satélites enfrentan la actividad solar. Las tormentas geomagnéticas calientan la atmósfera terrestre y aumentan la resistencia que sienten los satélites, alterando su trayectoria.
En mayo de 2024, durante la llamada tormenta de Gannon, más de la mitad de los satélites en órbita baja tuvieron que maniobrar de emergencia. Muchas de esas maniobras se hicieron con información incompleta.
Una sola corrección puede provocar errores de posicionamiento de hasta 40 kilómetros durante varios días, lo que incrementa el riesgo de encuentros peligrosos.
El escenario más crítico sería una tormenta similar al evento Carrington de 1859. De ocurrir hoy, los sistemas de control podrían quedar fuera de servicio por más de tres días, justo el límite que marca el CRASH Clock.
Qué pasa cuando dos objetos chocan en el espacio
Una colisión en órbita baja no termina con dos satélites dañados. A velocidades superiores a los 28 mil kilómetros por hora, el impacto genera miles de fragmentos.
Esos restos pueden chocar con otros objetos y producir nuevas colisiones. Este proceso es conocido como síndrome de Kessler, un escenario que podría volver inutilizable la órbita durante generaciones.
El estudio señala que ya se registran acercamientos de menos de 100 metros cada 33 minutos. En una simulación, un satélite y un fragmento de basura espacial pasaron a menos de 30 metros en solo tres horas.
Los autores lo explican así: “Una colisión importante es más parecida al desastre del Exxon Valdez que a un final de película de ciencia ficción”.
Falta de reglas claras y coordinación global
A pesar del crecimiento acelerado del tráfico espacial, no existe un sistema global de gestión. Cada operador toma decisiones con sus propios datos y criterios.
Esto ya provocó incidentes. En 2019, un satélite europeo tuvo que esquivar manualmente un Starlink por una falla en el sistema de alertas. En 2009, el choque entre un satélite de Iridium y uno ruso se debió, en parte, a la falta de comunicación entre operadores.
Hoy, con miles de objetos más y maniobras constantes, esa descoordinación representa un riesgo mayor. Las directrices actuales, como las recomendaciones voluntarias de la ONU, no siguen el ritmo del crecimiento del sector privado.
¿Aún se puede evitar el colapso orbital?
El estudio no ofrece soluciones técnicas directas, pero lanza una advertencia clara. Gobiernos, empresas y agencias deben reconocer la gravedad del problema y actuar de forma conjunta.
Herramientas como el CRASH Clock permiten medir el nivel de riesgo y tomar decisiones informadas sobre lanzamientos, maniobras y retiro de satélites fuera de servicio.
Los autores aclaran que “no es un límite estricto, sino una medida de riesgo en un espectro”, pero un valor por debajo de tres días debe entenderse como una señal de alerta.
La órbita baja es un recurso compartido y frágil. Cada satélite que se lanza ocupa un espacio común. Su mala gestión no afecta a un solo país o empresa, sino a la infraestructura tecnológica de todo el planeta.
