Elena Poniatowska: Llanto por Marta Acevedo
▲ Marta Acevedo fue colaboradora de La Jornada. Murió el 20 de octubre pasado.Foto archivo
M
ucho dolor, muchas preguntas, suscita la desaparición de Marta Acevedo de nuestra vida.
Somos muchos quienes la quisimos además de admirarla por su compromiso con el feminismo y con la cultura de la mujer a partir de su juventud y su formación en el Instituto de Tecnología de California, (Caltech, por sus acrónimo en inglés), en el sur de Estados Unidos, cuando era una joven vigorosa, casada con el astrofísico Emmanuel Méndez Palma y madre de dos hijos.
En agosto de 1959, Marta Acevedo y Emmanuel Méndez Palma viajaron al Caltech, California, un centro de excelencia científica. Emmanuel había ganado una beca que provenía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuyo monto consistía en 4 minibecas del Banco Nacional de México, de la Organización de Estados Americanos (OEA)y no sé qué otra institución.
El Caltech es un centro de excelencia con pocos investigadores de América Latina sometidos a enorme exigencia, ya que de ese instituto han salido premios Nobel en física y matemáticas, e innovaciones tecnológicas para carreras de ciencia dura
que exigen todo de quienes son aceptados por un cónclave de sabios que guían desde lo alto a los elegidos que hacen su doctorado.
Siempre he pensado que la palabra doctorado
tiene que ver con la palabra guillotina.
Marta Acevedo y Emmanuel Méndez Palma viajaron al Caltech en 1959, en la época de Nixon y Kennedy, y de muchísima efervescencia académica y política, ya que por primera vez aparecerían frente a frente en televisión y en todos los medios dos candidatos a la Presidencia de Estados Unidos.
“Llegamos a un lugar donde todo era nuevo, todo era de una exigencia enorme; había un clima de cambio en Estados Unidos y, seguramente, en el mundo entero –me explicó Marta–, porque, como bien sabes, nuestros vecinos son el máximo puntal de la ciencia, la tecnología, la cultura y la política de nuestro planeta.
“John F. Kennedy ganó las elecciones y fue muy impactante ver en televisión a dos candidatos como gallos de pelea tirándose a muerte con sus cuchillitos asesinos en las patas. En México, los galleros amarran navajas a las patas de sus gallos y ese momento exalta al público por su colorido, pero también por su crueldad. Para Emmanuel y para mí, esta confrontación pública entre dos que se tiran a matar fue algo que no tenía nada que ver con México, porque aquí todo está preparado, pero allá los candidatos se exponen al navajazo. Además, en nuestros tiempos, todos sabían que ganaría el candidato del PRI.
“Llegamos a una vida totalmente distinta a la que llevábamos en la Ciudad de México; en el Caltech confrontamos un nivel de exigencia como nunca he visto ni volveré a ver.
“En mi segunda visita al Caltech, en 1962 (las becas de la OEA y del Banco de México duraban dos años), ya teníamos dos niños, porque los tuvimos en menos de tres años, y empecé a trabajar en California porque no alcanzaba el dinero ¿no? Con todo y beca no podíamos vivir cuatro personas, entonces empecé doblando pañales en una fábrica, pero aguanté tres días. Llegué muy fatigada a una reunión de esposas de astrónomos. Me presenté colorada, colorada. ‘¿Qué te pasa, Marta?’ ‘Vengo de trabajar’. ’¿Dónde?’ ‘En el sótano de una tienda’. ‘¡Ay, qué horror!’ Las esposas me rodearon: ‘¿Por qué no tomas el lugar de una francesa que va a tener un bebé y trabajas en el proyecto de Supernova Research?, me ofreció la esposa de Fritz Zwicky, y éste exclamó: ‘¡Pero por favor, no faltaba más; ojalá que Marta Acevedo acepte!’ En ese momento, el director de la astronomía estadunidense era Zwicky, un investigador importantísimo.”
Fritz Zwicky, astrónomo suizo responsable de 16 observatorios en el hemisferio norte, contrató a Marta Acevedo para el proyecto de mapear supernovas; aparecían los observatorios de Tonantzintla, en Puebla, y el de Tololo, en Chile, así como otros en Sudáfrica, en Australia y en Nueva Zelanda.
“En Estados Unidos contrataban a jóvenes que pedían horas de observación, entre otros a Emmanuel Méndez Palma. ¿Te acuerdas, Elena, de Uzbekistán, y de que Haro viajó a Georgia y a Byurakán con Viktor Ambartsumian? En Estados Unidos, en Pasadena, en monte Palomar y en monte Wilson se hacían placas del cielo para encontrar supernovas. Fue un gusto que Zwicky me aceptara de inmediato; cuando descubrí esa nueva estrella, inmediatamente aplaudió: ‘Sí, claro que sí, ahí está muy clara la estrella; Marta, tiene toda la razón. Usted sí que sabe observar’. Zwicky me contrató como una astrónoma más y me puso dos placas en el blinker, una para comparar y otra, y a partir de ese momento analicé la más vieja y la más nueva.
“Revisaba y volvía a revisar las que Zwicky, muy meticuloso, había visto dos veces. Como buen suizo, observaba con esa pasión por la exactitud de los relojeros. Era un trabajo que me fascinaba, porque significaba entrar en otra dimensión. Esas dos placas fueron la razón de mi vida en esos años en que me senté fascinada frente al telescopio, desentendida de la vida cotidiana, en otra dimensión, en un mundo que sigue fascinándome. Claro que una pequeña partícula de polvo podía hacer una diferencia, y tenías que mantenerte alerta.
“En muchas ocasiones pregunté a dos ayudantes de Zwicky y me aseguraron que yo tenía razón. Frank, un investigador, llamó a Herzog, quien confirmó: ‘¡Es una supernova! ¡Qué gran descubrimiento!’
“No tenía preparación en óptica, pero yo, mujer y mexicana, descubrí una estrella. Fue un acontecimiento, y Zwicky reconoció mi hallazgo. Ese momento fue una de las mejores cosas que me han pasado en la vida y siempre recordaré el abrazo de Zwicky, quien exclamó: ‘¡Qué bien lo hizo usted! Vamos a escribir a Guillermo Haro para que siga usted observando en Tonantzintla’, pero resultó imposible por mis dos hijos, de tres y cuatro años.
“La época de observación de Emmanuel Méndez Palma era en el invierno, y nos quedábamos en Tonantzintla con los niños dos meses seguidos, aunque a Guillermo Haro no le gustaban las mujeres en el observatorio, a pesar de que la doctora armenia Paris Pishmish observaba también. Yo no seguí adelante, porque Haro no quería; Emmanuel no quería, la escuela de los niños complicaba las cosas. Emmanuel alegaba que la astronomía no era mi campo; supongo que tenía razón, porque no terminé biología y me costó trabajo encontrar cuáles eran mis campos. La biología, fíjate, no me gustaba tanto como para volver a dedicarme a ella.
“Cuando regresamos de Pasadena, Ignacio Chávez era el rector de la UNAM, y si tú dejabas cinco años la universidad, tenías que volver a pagar 50 por ciento de los créditos. Eso significaba volver a clase de botánica uno y dos, zoología uno y dos, memorizar los aparatos digestivos, respiratorios, reproductores y yo dije: ‘¡No, eso sí que no!’, y me metí al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, pensando que iba a quedarme tres años, pero se cruzó el desastre de 1968, los soldados entraron a la UNAM y se llevaron cámaras, películas, el equipo, y regresar fue un horror, verdaderamente. Entonces, Emmanuel se decidió por el nuevo observatorio de San Pedro Mártir.
“La primera vez subimos a lomo de mula con un espejo de 90 centímetros de diámetro hecho con cascos de Coca-Cola para ver si las luces de cualquier ciudad cercana impedían la visibilidad. También buscábamos que la atmósfera permitiera buena visibilidad.
Cuando Haro le ofreció a Emmanuel la dirección de San Pedro Mártir, me pareció genial hacer una vida al estilo del Emile, de Rousseau, y Emmanuel renunció a la UNAM muy ilusionado, pero finalmente ese cambio de vida no se dio.
Conocí a Marta Acevedo, astrónoma, cuando escribió un artículo contra el 10 de mayo. Su apasionamiento suscitaba la simpatía de todas, y la admiración. En esa época, Acevedito se halló a sí misma en el feminismo, del que hoy es puntal. Nos enseñó a creer en nosotras mismas. ¡Gracias, Marta, por tener tanto carácter y mostrarnos el camino!