
La reconstrucción de un gobierno de la Iglesia es indispensable porque, si no, se desmorona
En la mesa se sientan el escritor y periodista del Corriere della Sera Massimo Franco, un gran conocedor del Vaticano, y el adjunto al director de La Vanguardia, Enric Juliana, que domina la geopolítica global. La conversación la guía el también escritor y periodista Ignacio Peyró, que es director del Instituto Cervantes de la capital italiana desde el año 2022.
Juliana incide en que, ahora que «asistimos a una progresiva fragmentación de la globalización económica» y se ve «un debilitamiento de las instituciones internacionales», «la gran atención mediática sobre el cónclave se explica porque la Iglesia católica se está convirtiendo en una de las últimas expresiones del universalismo, independientemente de la dirección que tome». «¿Quién será el Papa? ¿Volveremos a un Papa prooccidental o a un Papa menos antioccidental?», se pregunta.
En esta línea, Massimo confía en que se elija a «un Papa con una gran experiencia diplomática». «La idea de un Papa pastor y de un Papa diplomático enfrentados no es buena. Hoy el Papa pastor debe ser un diplomático que sepa a dónde lleva el rebaño porque, si no conoces la realidad del mundo, desvías el rebaño, lo dispersas», advierte.
Ambos coinciden, además, en que el sucesor de Francisco tendrá que ser menos «absolutista» y «definir una nueva forma de gobierno de la Iglesia». Para «mantener vivo y articulado el universalismo» en «un mundo con una dinámica que tiende a romperlo», «se necesita un gobierno, no solo una pasión de gobierno, sino también mecanismos».
La ‘deconstrucción’ del Papa Francisco marcó gran parte de la conversación. Foto: Agenda Pública / Francesco Fotia
Este año se cumplen sesenta años del final de uno de los mayores y a la vez quizá menos comentados hitos del siglo XX, el Concilio Vaticano II, que cambió en buena parte a la Iglesia y su relación con el mundo. Dados los plazos amplios con los que funciona la propia Iglesia, no es extraño que, tanto tiempo después, el catolicismo siga reuniendo a las corrientes creadas entonces. Hay prelados y fieles más pegados a la tradición y otros que buscan un mayor acoplamiento con las tendencias sociales del momento.
En estos años hemos visto incluso una insólita cohabitación en el Vaticano —por usar la expresión de Massimo Franco—, que con mayor entendimiento del que cabría haber esperado ha llegado a juntar a un «hermeneuta de la continuidad», a un Papa teólogo como Benedicto XVI, y a un Papa latinoamericano, como diría «por vocación y por destino», con vocación de cercanía pastoral y un énfasis claro en lo social. Un mismo papado y un cambio, si no de cultura, sí de énfasis. Tras la muerte de Francisco, ¿hacia dónde se dirigirá la Iglesia?
Massimo Franco (M. F.): En estos doce años el mundo ha cambiado totalmente. Si bien el papado de Francisco comenzó con un gran optimismo de pacificación mundial, no podemos ignorar que la fractura de la llegada de Trump —ya en su primer mandato— y, sobre todo, la agresión rusa a Ucrania rompieron el esquema papal.
«La idea de un Papa situado en Occidente que reunificara el sur global con Occidente saltó por los aires»
La idea de una equidistancia entre los bandos, de un Papa situado en Occidente que reunificara el sur global con Occidente, saltó por los aires. Esto se vio cuando el Papa intentó entrar en el debate sobre la agresión rusa a Ucrania. ¿Por qué el Papa estaba condenado a ser incomprendido? Porque utilizaba un esquema superado por lo que estaba ocurriendo. La idea de bloques se había reconstituido y, paradójicamente, atravesaba no solo la política, sino también las religiones. Basta pensar en la división del mundo ortodoxo entre ucranianos y rusos.
El Papa dejó un legado importante en el respeto a los inmigrantes, a los derechos individuales y colectivos, y esa atención a lo que él llamaba las «periferias existenciales». Pero, desde el punto de vista de la geopolítica, el Vaticano ha perdido autoridad porque no ha sabido insertarse, salvo hablando genéricamente de paz. Con la consecuencia, además, de que este Papa posicionado en Occidente acabó apareciendo como antioccidental, hasta el punto de que sus mejores relaciones fueron con China y con Rusia, hasta la fractura de la guerra contra Ucrania, mientras que con respecto a Europa y Occidente las relaciones fueron extremadamente frías.
Enric Juliana (E. J.): Me gustaría empezar recordando un libro de Massimo Franco que leí antes del cónclave anterior, titulado La decadencia del Imperio Vaticano. En este libro, Massimo construía una imagen muy sugerente: la Iglesia católica, que desempeñó un papel tan importante en la derrota histórica del primer Kremlin, podía convertirse en el segundo Kremlin. ¿En qué sentido? Un centro de poder opaco donde no se sabe exactamente lo que pasa en su interior, con excesivos misterios e incluso escándalos.
«Francisco ha conseguido cambiar una dinámica. Otra cosa es saber si realmente ha sido capaz de construir una dinámica diferente»
Estos días me preguntaba si, doce años después, existe ese segundo Kremlin. Mi respuesta personal es que no, que el Vaticano hoy tiene la mirada del mundo, tanto occidental como no occidental, pero no como un segundo Kremlin. El pontificado de Francisco ha logrado sacar a la Iglesia de esa situación sombría que existía hace trece años. Hoy la gente no mira a la Iglesia, al menos a la de Roma, como un centro de poder oscuro e impenetrable. Francisco ha conseguido cambiar una dinámica. Otra cosa es saber si realmente ha sido capaz de construir una dinámica diferente.
M. F.: Estoy de acuerdo contigo porque creo que la Iglesia tiene recursos en su seno que a veces se subestiman. Me gustaría citar al secretario de Estado de Pío VII, Ercole Consalvi, que una vez le dijo a Napoleón Bonaparte: «Mire, majestad, no conseguirá destruir la Iglesia. Nosotros tampoco lo logramos». Esta anécdota deja claro lo resistente que es la Iglesia.
Francisco ha desempeñado un papel importante en la deconstrucción de las instituciones de la Iglesia, algunas tan oxidadas que necesitaban ser desmanteladas. Pero en términos de reconstrucción, no ha hecho casi nada. Romano Prodi siempre dice que, después de todo, el Papa es como si hubiera puesto el adorno en la roca del Vaticano: «Ahora necesitaremos a alguien que cave túneles».
Este ha sido un Papa deconstruccionista, pero no constructor. Es cierto que algunos pueden decir que el caos ha construido algo nuevo. Saramago dice que el caos es un nuevo orden por construir. El Papa teorizó sobre la «Iglesia como hospital de campaña», que atiende a los heridos. Pero un hospital de campaña puede durar uno, dos, tres años. Luego hay que crear un verdadero hospital porque, de lo contrario, el hospital de campaña se convierte en una coartada para no construir nada sólido y duradero.
E. J.: Hay otro aspecto importante. Me gustaría hacer una lectura más política del pontificado. El mundo ha cambiado mucho en estos trece años. Quizás ese papel que se podía intuir al principio por parte de Francisco, de situar a la Iglesia en un punto equidistante en las relaciones internacionales, de hacer emerger lo que ahora se llama el sur global como elemento de equilibrio, se ha visto que no ha funcionado con la guerra de Ucrania y con la situación actual.
«La Iglesia católica se está convirtiendo en este momento en una de las últimas expresiones del universalismo»
El cónclave comienza en un momento de guerra en el mundo. Todo ha cambiado. En este sentido, creo que en esta fase en la que asistimos a una progresiva fragmentación de la globalización económica (objetivo principal de la nueva Administración norteamericana) y observamos un progresivo eclipse de las Naciones Unidas y un debilitamiento de las instituciones internacionales, la gran atención mediática sobre el cónclave se explica porque la Iglesia católica se está convirtiendo en una de las últimas expresiones del universalismo, independientemente de la dirección que tome. La gran pregunta es: ¿quién será el Papa? ¿Volveremos a un Papa prooccidental o a un Papa menos antioccidental?

Ignacio Peyró moderó la conversación. Foto: Agenda Pública / Francesco Fotia
Como ocurre en cada cónclave, hay un cónclave externo. No han faltado dosieres de golpes bajos contra posibles candidatos, filmaciones instrumentalizadas, rumores sobre supuestos ataques de ansiedad (del cardenal Parolin)… Pero el paralelismo más relevante es el protagonizado por las potencias extranjeras: Trump, vestido de Papa, Macron reuniéndose con cardenales franceses, China y la Santa Sede en un acercamiento no exento de polémica… En un mundo, al menos el occidental, donde el cristianismo condiciona cada vez menos las opciones individuales y las costumbres sociales, parece que su importancia geopolítica permanece intacta. Parece que es importante tener al Papa de tu lado o bajo control.
E. J.: Por parte del nuevo Gobierno estadounidense, hay un interés muy fuerte en mantener al Vaticano, a la Iglesia católica, bajo control. Hemos visto cosas inusuales, como una controversia casi teológica entre el Papa y el vicepresidente de los Estados Unidos sobre el ordo amoris. Es un punto nuclear para la doctrina católica: cómo se organiza la fraternidad, si es un principio universal o hay un orden jerárquico que empieza por los más cercanos. Esto sirve de base al pensamiento nacionalista: nos encargamos primero de lo nuestro, luego el mundo puede estallar. Una discusión así no la hemos visto en mucho tiempo.
Esto refleja el importante papel que la Iglesia católica sigue manteniendo en el mundo como testimonio de universalismo, y la emergencia de una nueva potencia norteamericana con fuerte ambición ideológica. No estoy de acuerdo con la tendencia a ridiculizar la nueva presidencia norteamericana. Estamos ante un fenómeno de fuerte ambición política, territorial e ideológica, con la idea de convertir el catolicismo en uno de los elementos cohesionadores de la nación norteamericana.
M. F.: En las últimas elecciones presidenciales, el 56% de los católicos estadounidenses votaron a Trump. Esta evolución ya está en parte ahí, porque el problema no es Trump, sino la masa de estadounidenses que lo votaron. Su acoso está legitimado por un enorme voto popular.
«El acoso de Trump está legitimado por un enorme voto popular. El problema es cómo arreglar la relación con el episcopado estadounidense»
El problema respecto al Vaticano es que el Papa Francisco ha tenido hacia el episcopado americano, muy dividido y polarizado, una actitud de desafío. Recordemos que durante uno de sus viajes dijo: «Soy feliz si los americanos me atacan». Uno de los temas que serán el telón de fondo del cónclave será cómo arreglar la relación con el episcopado estadounidense y con gran parte del episcopado de Europa del Este, porque este enfoque no ha funcionado. Nombrar obispos y hacer cardenales a exponentes del episcopado liberal estadounidense, que es minoritario, no ha dado resultados; paradójicamente, ha radicalizado a la parte más conservadora.
Hay un tema muy delicado: la financiación. El Óbolo de San Pedro se ha desplomado a lo largo de los años porque el Papa ha sido considerado antiamericano. Un cardenal japonés, al salir de las congregaciones, dijo algo incómodo: «Aquí estamos hablando de dinero», así que hay un trasfondo financiero que abordar. Hay que recordar que en 1922, en el cónclave para elegir al sustituto de Benedicto XV, abrieron la caja fuerte del Papa y descubrieron que estaba vacía. Benedicto XV había dilapidado todo el dinero y enviaron dos telegramas cifrados al representante papal en Washington exigiendo que los cardenales y obispos americanos enviaran inmediatamente todo el dinero que tenían. Una petición anormal. Enviaron ese dinero y se hizo posible la celebración del cónclave, que de otra manera no se hubiera celebrado por falta de fondos. Esto significa que hay un entrelazamiento muy complejo de dinero y poder, geopolítica y demás.
Hay dos maneras de tener al Vaticano de tu lado. Una es decir: construyamos esta religión étnica, lo que quiere hacer Vance. Por otra está el choque. Pensemos que en vísperas de este cónclave, China nombró a dos obispos, al auxiliar de Shanghái y luego de otra diócesis, sin haber avisado al Vaticano, violando así el acuerdo de 2018 confirmado el año pasado. ¿Qué significa esto? Significa que el Vaticano hoy está realmente sometido a empujes muy conflictivos. Y ahí, en mi opinión, será muy importante tener un Papa con una gran experiencia diplomática. Porque la idea de un Papa pastor y de un Papa diplomático enfrentados no es buena. Hoy el Papa pastor debe ser un diplomático que sepa a dónde lleva el rebaño porque, si no conoces la realidad del mundo, desvías el rebaño, lo dispersas. Así que esto será muy importante.
Creo que habrá dos problemas para la Iglesia: la unidad y el gobierno. Cómo afrontar un mundo en el que vamos hacia una diarquía China-Estados Unidos y, sobre todo, cómo defendernos de esta actitud de Estados Unidos, que es una actitud agresiva —los ataques a Parolin provienen de la web Catholic vote que tiene como principal inspirador y fundador a Brian Birch, el embajador designado ante la Santa Sede de los Estados Unidos— y que no solo es grave por el expansionismo que dice tener Trump y que hay que ver si será capaz de conseguir, sino porque da luz verde a los propósitos expansionistas de otros: de China sobre Taiwán, de Putin sobre Crimea, etcétera.

Massimo Franco analiza cómo el esquema geopolítico de Francisco se vio desbaratado por la fractura entre Occidente y Rusia, dejando al Vaticano en una difícil posición de equidistancia. Foto: Agenda Pública / Francesco Fotia
E. J.: Las divisiones políticas en el seno de la Iglesia han evolucionado. En la época del ius exclusive, la cuestión no era derecha-izquierda, sino un Papa profrancés, proespañol o proaustriaco. La Santa Sede era como un órgano regulador de las relaciones entre las monarquías europeas. Esto empezó a cambiar después de la unificación italiana, con la cuestión liberal: la Iglesia contra los liberales, los liberales contra la Iglesia. Luego vino el Concilio Vaticano II: el aperturismo, el conservadurismo, el progresismo.
Quizás en este momento estamos a las puertas de una nueva dinámica que puede superar también este conservadurismo y progresismo: con el imperio o lejos del imperio. Las maniobras contra el cardenal Secretario de Estado Parolin, contra el cardenal Robert Prevost y contra el cardenal Luis Antonio Tagle indican que hay una fuerte pugna. No se trata exclusivamente de pensar que el poder norteamericano pueda controlar el Vaticano, sino de un modelo que el historiador Alberto Melloni llama «carolingio»: el Papa apoya al emperador, el emperador a su vez apoya al Papa; la Iglesia no discute excesivamente lo que decide el centro imperial, el centro imperial respeta a la Iglesia.
M. F.: Así es, intimidación. Y luego el mensaje de Trump: «Los católicos son míos, no tuyos». Cuando dice «soy el Papa» está diciendo que la mayoría de los católicos le votaron.
En cuanto al cónclave propiamente dicho, será un signo de los tiempos, pero nunca he oído a los cardenales expresarse con más claridad antes de una elección. Las diferencias de sensibilidad son evidentes. Hay cardenales que hablan de cómo Francisco ha abierto caminos irreversibles, mientras que otros han mencionado una palabra tan impresionante como «cisma».
El escenario muestra paradojas: muchos cardenales europeos y latinoamericanos son progresistas, mientras que en Europa el catolicismo creciente no es precisamente progresista. Y en América Latina, el catolicismo decrece frente a los evangélicos. ¿Es posible o deseable un perfil conciliador?
M. F.: No es posible, es necesario. En los últimos años hemos asistido a una acentuación de la diversidad sin unidad. Y la diversidad, sin unidad, sin síntesis, sin gobierno, es el caos. Cuando el cardenal Gerhard Müller habla de cisma, está diciendo algo que no sucederá de manera formal, sino que corre el riesgo de suceder de hecho: si no hay un gobierno fuerte de la Iglesia, si la Secretaría de Estado no recupera un papel importante, esta diversidad se convierte en indiferencia respecto a las indicaciones de Roma y cada episcopado va por libre.
El problema de la reconstrucción —no de la restauración— de un gobierno de la Iglesia y de un fortalecimiento de la Secretaría de Estado como centro propulsor de la voluntad papal en el mundo es indispensable porque, si no, la Iglesia se desmorona.
«Así como el modelo de gobierno curial de Benedicto XVI fracasó hasta el punto de llevarlo a dimitir, también fracasó el modelo de la Casa Santa Marta, porque en el ámbito de gobierno produjo sobre todo confusión»
El Papa ha fallado en el ámbito del gobierno. El hecho de que existiera «el Papa y el pueblo», diluyendo todos los cuerpos intermedios de la Iglesia, creó una relación muy visceral entre el Papa y el «pueblo de Dios» —con una declinación un poco peronista—, pero frustró las instituciones intermedias. Esto empezó por crear una curia paralela, la de Casa Santa Marta, opuesta y a veces superpuesta a las instituciones tradicionales, con la ilusión de que así se sanarían todos los defectos de la curia, mientras que en realidad duplicó la curia con una curia de amigos, muy líquida, muy mercurial, pero que al final resultó ser un modelo perdedor. Así como el modelo de gobierno curial de Benedicto XVI fracasó hasta el punto de llevarlo a dimitir, también fracasó el modelo de la Casa Santa Marta, porque en el ámbito de gobierno produjo sobre todo confusión.
E. J.: Hace siglos se hablaba de galicanismo, la tendencia a construir iglesias nacionales dentro de la Iglesia católica, algo que el presidente Macron actualizó hace unas semanas aquí en Roma, cuando vino al funeral del Papa Francisco y tuvo reuniones con cardenales franceses. Recuerdo cuando Ratzinger, al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presentó un documento sobre la autoridad papal, advirtiendo a las conferencias episcopales nacionales que no podían pronunciarse sobre doctrina: «No hay doctrina nacional alemana sobre este tema, no hay doctrina nacional española sobre ese otro».
Esta cuestión galicana está volviendo, no en un sentido del siglo XVIII, sino también respecto a las iglesias africanas, las iglesias asiáticas. Este es uno de los problemas que tiene la Iglesia: mantener vivo y articulado el universalismo no es fácil, en un mundo con una dinámica que tiende a romperlo. Para eso se necesita un gobierno, no solo una pasión de gobierno, sino también mecanismos. La pregunta sería si Francisco ha logrado en estos años crear nuevos mecanismos de gobierno. Quizás la respuesta sea que no. Ha actuado, como decía Massimo, como un monarca absoluto.
M. F.: Así es, un Papa rey.
E. J.: Monarca absoluto con impulsos progresistas. Comunicó directamente con el pueblo, un poco populista. Creó una dinámica, la del Sínodo, una dinámica ascendente de participación, pero sin punto intermedio, sin estructura intermedia.
M. F.: Asamblearismo religioso.
E. J.: La cuestión es si se puede mantener esta dinámica sin crear grandes fisuras. Yo creo que no. El nuevo Papa tendrá como una de sus tareas definir una nueva forma de gobierno de la Iglesia.

Enric Juliana y Massimo Franco coinciden en que Francisco desmanteló estructuras vaticanas sin crear alternativas sólidas para gobernar la Iglesia. Foto: Agenda Pública / Francesco Fotia
M. F.: El Papa intentó crear una nueva forma de gobierno con el C9, ese consejo informal de cardenales de todo el mundo que debía aconsejarle sobre estrategias geopolíticas. Pero como esta tarea se agotaba porque se reunían tres o cuatro veces al año, y algunos no se entendían por hablar idiomas diferentes. Esta estructura se redujo a preparar la reforma de la curia, que tardó nueve años y resultó deficiente.
Ahora, en las congregaciones previas al cónclave ha surgido el tema del Consejo de Cardenales como estructura formalizada y permanente. Esto significa que todos intuyen que la forma en que el Papa ha ejercido el poder estos últimos doce años no funciona. Hoy hay una conciencia generalizada de que se necesita ayudar al Papa a gobernar con un cuerpo colegiado que condicione al Papa en ciertas decisiones, para evitar esa diáspora de episcopados que significaría convertir la diversidad en una desventaja.
Hay un elemento muy indicativo. ¿Por qué se considera al cardenal Parolin uno de los favoritos? Es el secretario de Estado. Hacía décadas que un secretario de Estado vaticano no era un candidato serio al papado. Esto significa que una estructura como la Secretaría de Estado, que Francisco ha vaciado de competencias y a veces incluso humillado, resurge como punto de referencia de un cónclave que siente agudamente la necesidad de gobierno.
Massimo, ¿qué papel juega Italia en la relación con el Vaticano? ¿Existe un deseo de un Papa italiano?
M. F.: Después de la Segunda Guerra Mundial, los americanos no tuvieron como interlocutor a De Gasperi, sino a Pío XII. Los americanos dijeron entonces que la Iglesia es el factor permanente de la política italiana. En comparación con entonces, las cosas han cambiado mucho. La secularización de la política italiana ha llevado a que ya no haya un electorado católico homogéneo. Hay un electorado en el que también hay católicos divididos no solo en las opciones políticas, sino también en los valores.
«Una de las razones por las que la Iglesia no vuelve a crear un partido católico en Italia es porque sabe que se llevaría solo el 3% de los votos»
Hoy el voto católico como tal no existe y la influencia del Vaticano está muy disminuida. Una de las razones por las que la Iglesia no vuelve a crear un partido católico en Italia es porque sabe que se llevaría solo el 3% de los votos. El cardenal Camillo Ruini, expresidente de la Conferencia Episcopal, dice que es mejor quedarse fuera, no hacer un partido. En otras palabras, es mejor no contar que adoptar una postura que demuestre que no cuentan.
Es verdad que hay un gran deseo de un Papa italiano, porque desde 1978 no ha habido uno. El problema es: primero, ¿qué Papa italiano? Y segundo, si este deseo nace de un anhelo religioso o de un orgullo nacional. Esto es algo que ya hemos visto con Argentina, con el resultado paradójico de que el Papa nunca volvió a Argentina porque temía crear divisiones dentro de su país.

Marc López Plana, director de Agenda Pública, estuvo presente durante la conversación. Foto: Agenda Pública / Francesco Fotia
Enric, ¿cómo es la relación entre España y el catolicismo en la actualidad?
E. J.: España no ha ofrecido Papas, no ha hecho Papas. Prácticamente, no hay Papas españoles, solo tres en la historia. Sin embargo, las fuerzas de reserva del catolicismo, las más importantes que se organizan, nacieron en España. Los dominicos, los grandes predicadores, nacieron en España. Los jesuitas, también. En una época más moderna, el Opus Dei se convierte en una fenomenología que va más allá de España y fue muy importante en el pontificado de Juan Pablo II. También se podría añadir a esta lista el Camino Neocatecumenal.
En el pontificado de Francisco, los movimientos se han fracturado. Tenemos que ver en el futuro qué pasará con estos movimientos: si seguirán dentro de la nevera o si saldrán fuera y se situarán en los cuerpos intermedios.
«Cada vez que el PSOE tiene problemas, surge un punto programático: hay que denunciar el concordato. Cuando lees esto en los periódicos, es la señal inequívoca de que hay dificultades internas»
El Partido Socialista mantiene con su electorado una actitud mucho más fría que la que puede mantener la izquierda en Italia hacia la Iglesia y hacia el catolicismo, porque la historia de España en este sentido es muy diferente. Cada vez que el PSOE tiene problemas, surge un punto programático: hay que denunciar el concordato [los acuerdos Iglesia-Estado]. Cuando lees esto en los periódicos, es la señal inequívoca de que hay dificultades internas.
Las cosas han cambiado mucho. El pueblo católico en Italia no es el mismo que hace treinta años. En España, aún más, los cambios sociales han sido muy profundos. Me sorprendió un poco que el presidente español no viniera a Roma para el funeral. Se puede entender que haya querido dejar todo el protagonismo al rey después de algunos momentos protocolarios complejos en los últimos meses.
Lo que ha hecho Francisco en España es alejar a la Iglesia de la bóveda política. En mi opinión, esto es positivo y, sobre todo, bueno para el Gobierno actual. Ha tenido que enfrentarse a cosas muy difíciles, pero no se puede decir que haya tenido que enfrentarse a marchas o protestas organizadas por la Iglesia católica, cosa que sí ocurría hace veinte años, cuando el cardenal Rouco Varela estaba al frente de la Iglesia española. A la derecha española no le gustaba la línea de Francisco, pero, también por ese sentido de la disciplina que tenemos los españoles, no podían criticarle mucho, al menos públicamente.
Por último, ¿cuál será el perfil del próximo Papa?
M. F.: Dudo en dar nombres, lo único que digo es que tendrá que ser el perfil de un Papa pacificador, de un Papa mediador, no impuesto por una mayoría respecto al resto del cónclave, sino un Papa que aúne diferentes instancias y que tenga una gran experiencia diplomática, sea italiano o no. Lo único que me atrevo a decir es que creo que será un Papa europeo.
«El próximo Papa tendrá que ser un pacificador, un mediador, que aúne diferentes instancias y tenga una gran experiencia diplomática»
E. J.: No es fácil porque el candidato con el perfil más fuerte, Parolin, llevaría a lo que señala Massimo: un Papa diplomático, con fuerte experiencia en relaciones internacionales y en gobierno. Contra Parolin están las maniobras norteamericanas, y quizás un pensamiento que dice que es «demasiado frío» comparado con Francisco. Cuando Velázquez hizo el cuadro de Inocencio X, el Papa dijo: «Es demasiado cierto». Quizás en este cónclave la cuestión es cómo se mide la «temperatura» del próximo Papa.
¿Cuántos días durará el cónclave?
M. F.: En mi opinión, si va más allá de esta semana, significa polarización; si concluye dentro de la semana, habrá consenso.

La Iglesia católica emerge como una de las últimas expresiones del universalismo en un mundo donde las instituciones internacionales se debilitan, según la visión de los analistas. Foto: Agenda Pública / Francesco Fotia