
La poeta Mara Romero ofrece a mujeres en reclusión “palabras en lugar de condenas”
La poeta Mara Romero ofrece a mujeres en reclusión palabras en lugar de condenas
▲ Hace 20 años, Mara Romero entró por primera vez a un penal para leer poesía a las internas, experiencia que la cambió para siempre.Foto Joselyn Cota
Daniel López Aguilar
Periódico La Jornada
Lunes 19 de mayo de 2025, p. 2
A la poeta y narradora Mara Romero no le tiembla la voz al afirmar que su escritura busca reparar agravios. No lo hace con leyes ni sentencias, sino con literatura.
A muchas personas nunca les llegó la justicia, así que intento dárselas escribiendo. Cambié los panoramas, imaginé otras vidas, otras posibilidades y les di palabras en lugar de condenas
, señaló la autora en entrevista con La Jornada.
Este enfoque se refleja en su nuevo libro, Navaja verde o negra (Suma de Letras), compilación de 40 cuentos inspirados en mujeres privadas de su libertad en los Centros de Reinserción Social (Ceresos) de Sonora, especialmente en el de Ciudad Obregón, donde Romero ha trabajado durante casi dos décadas.
No son testimonios, es narrativa con memoria. Pero todos los personajes existen o existieron. El origen del daño es real, la falta de justicia también, como quien presenta una declaración de principios
, añadió la autora, quien no busca juzgar, sino escuchar y comprender, dar palabras a lo que, durante años, sólo fueron silencios apretados y frustraciones calladas.
Hace casi 20 años, la también activista y promotora cultural entró por primera vez a un penal a leer poesía y a hacer teatro. A partir de esa experiencia, algo cambió en ella para siempre. Pronto entendió que las letras no sólo abren mundos, sino que también tienen poder sanador.
Así nació La Letra Escarlata, proyecto cultural integral que combina talleres de literatura, salud mental, danza, música, capacitación y educación formal dentro de las cárceles. De ahí surgieron iniciativas como el primer ballet penitenciario de México, Tetabiakte, compuesto por mujeres privadas de la libertad, y el grupo musical Sol Mayor, además de puestas en escena y más de 30 antologías escritas desde el encierro.
Navaja verde o negra nació después de un largo silencio. Había dejado de escribir por tanto dolor. La cárcel, la muerte de mi hermano, el desgaste del activismo. ¿Qué más podía hacer? ¿Pelear con Dios? ¿Con las autoridades penitenciarias? Ya lo había hecho. Era escribir o enloquecer. Me convertí en tinta. Literalmente
, añadió la autora.
El título, tomado de un verso del poema La muchacha ebria
, de Efraín Huerta, lleva consigo esa carga: filo, herida y belleza al borde.
Los textos del volumen dan voz a presencias femeninas que arrastran historias duras desde la cuna: juventud truncada, belleza convertida en estigma, adicciones precoces, maternidades solitarias. “Estas muchachas son las hijas de aquellas buchonasde hace 10 o 15 años. Ahora ellas arrastran los mismos golpes. Vienen del mismo entorno, de hogares quebrados desde antes”, subrayó Romero (Ciudad Obregón, 1962).
Al sumergirme en la mente de los personajes, tuve que arriesgarme a imaginar lo que debió haber ocurrido y no pasó. Me pregunté muchas veces: ¿no seré una asesina en serie en el clóset? Me metí en la mente de muchas de ellas, sentí su odio, su dolor, su culpa. Escribí con eso. Y al final, escribir también fue una forma de pedir perdón por tanto daño visto, vivido, escuchado.
Hay relatos que estremecen. Una joven mata a su bebé en un estado de intoxicación extrema. Otra enfrenta una sentencia de más de 100 años por un secuestro que tal vez ni siquiera cometió sola. Algunas no terminaron la primaria, carencia que dejó huellas profundas en sus vidas.
Un mundo que apesta a verdad
Mara Romero no busca endulzar la realidad de la cárcel. “Es un mundo que apesta a verdad. A veces, lo humano parece detenerse. Ahí no basta con la buena voluntad; hace falta un alma fuerte y una piel gruesa para resistir.
En el Cereso de Ciudad Obregón, donde 138 mujeres cumplen condena, 90 por ciento enfrentan problemas de adicciones. La mayoría son madres, y muchas llegaron acompañadas por sus progenitoras, también privadas de libertad. Hay jóvenes que empezaron a consumir drogas junto con ellas a los 12 años. ¿Cómo no quedar rota en ese contexto?
, se pregunta la escritora.
El ciclo de desesperanza parece extenderse entre generaciones. Los hijos de estas mujeres crecen visitándolas en prisión, y, sin alternativas, acaban en el Itama (Instituto de Tratamiento y de Aplicación de Medidas para Adolescentes).
Más tarde, muchos terminan en la cárcel varonil, convertidos en lo que Romero denomina misiles. En ese contexto, la escritora enlaza a madre e hijo por llamadas de audio o video: ambos ya presos, con cadenas más largas que los años que han vivido.
Frente a ese panorama, la poeta apuesta por el arte, la educación y la escritura como formas de resistencia y sentido. Gracias a su impulso, varias de sus plebes, como llama con cariño a las internas, han concluido la preparatoria y continúan sus estudios universitarios en línea, incluso con sentencias que superan 80 años.
¿Para qué estudiar si no van a salir?
, dicen algunas. “Porque mientras estén vivas, tienen derecho a soñar. No les ofrezco ilusiones, sino herramientas reales para sostenerse dentro de estos muros.
“Espero que mi libro sirva de espejo para la sociedad. Quiero que los lectores comprendan cuánto daño puede ser invisible, que no se juzgue con ligereza. Sí creo en la justicia, pero también sé que debe haber humanidad.
Detrás del peor desgraciado del mundo, siempre hay una historia que lo hizo así. Y, si sigo escribiendo, es porque todavía creo que podemos ofrecerles un después diferente.