
San Martín y la minería: el arma secreta detrás del Ejército de los Andes
En 1814, al asumir como gobernador intendente de Cuyo, José de San Martín encontró una región empobrecida, despoblada y sin industria. Mendoza, San Juan y San Luis conformaban una vasta y olvidada frontera interior. Sin embargo, desde esa aparente marginalidad, el Libertador comenzó a edificar la epopeya que lo consagraría como una de las grandes figuras de la historia americana.
José de San Martín como gobernador
No gobernó con discursos altisonantes sino con disciplina, austeridad e iniciativa. Su voz ronca y su acento andaluz no impedían la claridad de sus órdenes. A todos se dirigía con un lenguaje directo, sobrio, sin pretensiones. Su liderazgo era cercano pero reservado, apoyado en figuras clave como Tomás Godoy Cruz y Toribio Luzuriaga, hombres de su máxima confianza.
Desde el inicio, se propuso restaurar el orden social, combatir la vagancia, el juego y el delito, imponer disciplina y promover la salud pública: las pulperías debían cerrar a las 22, los peones no podían asistir entre semana, se creó un hospital militar y se incentivó la vacunación antivariólica.
La industria minera en tiempos de libertad
En este contexto, uno de los aspectos más estratégicos de su gestión —y acaso el menos difundido— fue la reactivación de la industria minera, que se hallaba en franco retroceso. La actividad estaba casi paralizada por la falta de técnicos, capital y estructuras organizativas. San Martín se involucró personalmente: ordenó cateos, autorizó explotaciones y dispuso recursos. Promovió la recuperación de las minas de cobre y plomo, hasta entonces abandonadas; impulsó la extracción de plata en Paramillos de Uspallata y oro en Gualilán; y dio especial importancia a los yacimientos de plomo y azufre en Pismanta y Huayaguás, indispensables para la fabricación de pólvora, proyectiles y piezas de artillería.
Frente a noticias de nuevos descubrimientos – como señala Susana Villegas Marcó-, San Martín envió emisarios a San Juan para proteger los trabajos mineros y mantenerlo informado de los avances. La minería no solo fue un recurso económico, sino un factor clave para la autonomía militar: gracias a estos recursos, Fray Luis Beltrán pudo fundir cañones, fabricar municiones y elaborar pólvora de altísima calidad; mientras que José Antonio Álvarez Condarco, con el salitre cuyano, perfeccionó una mezcla explosiva más eficaz que la de los realistas. La guerra de independencia, en ese rincón andino, tuvo su retaguardia técnica bajo tierra.
Una economía devastada
San Martín también gestionó una economía devastada: logró que el gobierno central eliminara los impuestos a las exportaciones cuyanas y fortaleció la recaudación local. Recurrió a contribuciones voluntarias y forzosas, secuestró bienes de enemigos, herencias vacantes y propiedades de prófugos, y hasta se apropió de los diezmos. En carta a Tomás Guido reconocía haber reducido todos los sueldos —incluido el suyo— a la mitad.
Simultáneamente, impulsó obras de irrigación para ampliar la frontera agrícola, vendió tierras a bajo precio, promovió la producción ganadera en San Luis y fomentó industrias textiles y de armamento. Cuyo se convirtió en el corazón logístico de la gesta emancipadora. Su propósito era claro: sostener, equipar y hacer marchar al Ejército de los Andes.
Meticuloso hasta el extremo, llevaba una libreta donde anotaba desde el precio de unas pistolas hasta la queja de un soldado o la orden de castigo para un ladrón de ponchos. Como observó Ricardo Rojas, San Martín inventaba lo que no existía: donde no había nada, todo debía surgir de su voluntad.
Gobernar Cuyo fue su ensayo general para liberar medio continente. Desde una tierra empobrecida, revivió la minería, organizó industrias, transformó recursos dispersos en capacidades estratégicas y modeló un pueblo capaz de sostener una guerra de emancipación. Su legado en Cuyo no es solo el de un militar audaz, sino el de un verdadero estadista que comprendió que la libertad también se forja con minerales, hornos y herramientas.