
Repsol «evoluciona» su imagen para continuar con el negocio fósil
Este jueves, los principales periódicos en papel llevan una misma portada: una publicidad a toda página de Repsol donde se anuncia el rediseño de su identidad visual. A diferencia de lo que hizo recientemente Cepsa, que fue más radical (cambió su nombre a Moeve y pasó del rojo al azul), la empresa que más contribuye al calentamiento global en España lo ha presentado como una evolución. No cambian de nombre ni de colores, como tampoco de objetivo: seguir explotando los combustibles fósiles hasta que alguien les diga lo contrario.
El cambio viene motivado –defienden– para dar “respuesta a las necesidades energéticas de la sociedad”. Y lo hacen con una “apuesta decidida por todas las energías”. Esto último es clave, ya que el nuevo lema de la compañía es Con toda la energía. Es decir, con las renovables, sí, pero también con el petróleo, el gas o los (no tan) combustibles renovables.
Detrás de esta “evolución” hay una campaña de greenwashing (lavado verde) para que la ciudadanía perciba que Repsol ya está haciendo su parte pero sin cambiar absolutamente nada. La elección del lema supone una forma de diluir la urgencia climática bajo una narrativa de pluralidad, como si todas las fuentes de energía tuvieran el mismo peso o impacto. Pero no es lo mismo producir electricidad con sol que con gas fósil. Y, desde luego, no es lo mismo invertir en renovables que en nuevos yacimientos de petróleo en Latinoamérica o el norte de África, como sigue haciendo Repsol.
No son pocos los estudios, informes e instituciones que insisten en que no pueden explotar más combustibles fósiles si se quiere frenar el calentamiento del planeta y, por ende, el incremento de eventos cada vez más destructivos como la DANA que arrasó Valencia. La Agencia Internacional de la Energía, históricamente profósiles, ha sido clara: para limitar el calentamiento global no puede haber nuevas inversiones en petróleo o gas. Cada euro que se destina a expandir el negocio fósil es un euro que se aleja de las soluciones reales.
Aun así, esta apuesta de Repsol por toda energía (destruya o no la habitabilidad del planeta) no debería pillar por sorpresa a nadie. En los últimos meses, sus máximos directivos han dejado claro que por encima del bien común está el dinero.
A finales del mes pasado, Josu Jon Imaz, consejero delegado de la petrolera, pidió abandonar el «radicalismo ecologista», cargó contra la ley europea que prohibirá vender coches de combustión en 2035 y aseguró que habrá petróleo y gas por muchas décadas más. Un mensaje en línea con lo que dijo hace un año durante la Junta General de Accionistas de la compañía: «Me parece que nuestra apuesta tiene que ser seguir produciendo petróleo y gas». Más recientemente, el presidente de Repsol, Antonio Brufau, también señaló que “el petróleo y gas van a continuar siendo necesarios durante décadas”.
En un momento donde el cambio climático y sus impactos son más notorios que nunca, las empresas históricamente responsables de esta situación tienen dos opciones. Una es aceptar la realidad y adaptar su negocio (con mayor o menor ímpetu y velocidad). La otra es seguir adelante, ignorando todas las advertencias. Esta última parece que es la que adopta Repsol. Por mucho que saquen a relucir sus megavatios de renovables o el número de puntos de carga de coches eléctricos instalados, su negocio fósil es inmensamente superior.
En 2024, obtuvo un resultado ajustado de 3.327 millones de euros y unos beneficios netos de 1.756 millones de euros, según sus cuentas consolidadas. Del total, 1.490 millones corresponden a «exploración y producción», principalmente actividades relacionadas con el petróleo y el gas. Otros 1.460 millones de ganancias proceden de «industrial», que incluye actividades de refino de petróleo, petroquímica, transporte y comercialización al por mayor de crudo, gas natural y combustibles, además de productos nuevos como el hidrógeno y los biocombustibles (estos últimos minoritarios aún). Y otros 659 millones vienen de “clientes”, donde entran las estaciones de servicio, la comercialización de combustibles (gasolinas, gasóleos, queroseno de aviación, gases licuados del petróleo, biocombustibles…), de electricidad y gas, entre otros.
En conjunto, la práctica totalidad de sus beneficios siguen dependiendo del negocio fósil. Las renovables siguen siendo irrelevantes en términos económicos. Y ahí está la clave. Por mucho que Repsol rediseñe su imagen o pinte de verde sus anuncios, los números no mienten. Un lema más honesto para esta nueva etapa quizá sería: ‘Con toda la energía… fósil’.