
El desafío de la COP 30: hacer la transición energética justa
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En noviembre de 2025, Belém, en el corazón de la Amazonia brasileña, será la sede de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP30). Esta cumbre representa una oportunidad crucial y quizás una de las últimas para que los distintos países puedan alcanzar mayor ambición climática. En este marco, la transición energética es un pilar fundamental en la lucha contra la crisis climática. Pero cabe preguntarnos, ¿qué transición queremos?
La transición hacia fuentes renovables es una realidad en constante expansión, siendo motorizada principalmente por grandes potencias mundiales como China. Vemos cómo las energías renovables como la solar y la eólica rompen récords en capacidad instalada y se vuelven cada vez más competitivas. No obstante, aún está lejos la meta de triplicar la capacidad instalada de energías renovables acordada en Dubái, la temperatura continúa aumentando, y los eventos climáticos extremos se han vuelto una constante. La dependencia global del petróleo y del carbón sigue vigente, impulsada por intereses económicos y políticos arraigados, y una infraestructura fósil masiva; en otras palabras, por actores gubernamentales y no gubernamentales que no están dispuestos a ceder sus cuotas de poder. En este sentido, observamos la expansión de las grandes petroleras hacia el sector de las renovables como una nueva estrategia de extender y maniobrar los plazos de la transición, incluyendo las negativas sobre mal denominados combustibles de transición como el gas, que no son otra cosa que combustibles fósiles.
La COP30 entonces se presenta como una oportunidad por múltiples razones. La elección de Belém no es casual. Brasil, presenta una matriz energética más diversificada que otros países de la región y del foro BRICS, con base en el rol de la energía hidroeléctrica, al rápido crecimiento de las energías solar y eólica, la participación de los biocombustibles y una muy alta composición de fuentes renovables en su matriz eléctrica cercana al 90%. A su vez, Brasil es la casa de una parte vital de la biodiversidad del planeta, teniendo a Belém como la puerta de entrada a la Amazonia brasileña. La Cuenca Amazónica alberga cerca del 20% del agua dulce del planeta y un cuarto de la biodiversidad terrestre. Estos aspectos condicionan la responsabilidad del liderazgo de la agenda en cabeza de Brasil.
Esta COP es además emblemática en la medida que hace más de diez años que una conferencia de las partes no sucede en suelo latinoamericano. Una región que a pesar de ser la que menos financiamiento climático ha recibido en comparación con otras regiones de países en desarrollo como África y Asia, muestra constantemente su disposición a encabezar los esfuerzos globales. A inicios de 2025 se dio a conocer que no hay proyectos activos de nuevas plantas o centrales de carbón en la región.
Al mismo tiempo, el hecho de que la conferencia tenga lugar en la región latinoamericana ofrece una plataforma para que la sociedad civil haga oír sus voces acerca de la transición energética que los pueblos quieren y necesitan. Esto involucra no solamente apelar a reforzar los compromisos de reducir las emisiones, triplicar la capacidad de las energías renovables y duplicar la eficiencia energética a 2030, sino también una apelación a alcanzar avances concretos en el financiamiento climático de los países en desarrollo como parte del compromiso con la justicia climática.
La transición energética también debe tener una dimensión social y económica, contemplando los debates acerca de los modelos económicos a transitar y transicionar. Una transición justa implica asegurar las condiciones de empleabilidad para los y las trabajadoras que hoy dependen de la industria de los combustibles fósiles, tanto como abordar la pobreza energética desde la inclusión, reconociendo la contradicción entre una transición justa y la generación de nuevas zonas de sacrificio basadas en la extracción de minerales críticos. Además, el acceso al financiamiento climático y la transferencia de tecnología deberían acompañar el liderazgo energético expresado por la región con hechos concretos.
Hace apenas unos días, durante la reunión de Alto Nivel sobre Cambio Climático y Desarrollo Sostenible del Foro BRICS, representantes de los países miembros alcanzaron la primera recomendación del bloque sobre financiamiento climático rumbo a la COP30, en una declaración sin precedentes y demostrando las oportunidades del liderazgo brasileño este año en el abordaje de la transición energética justa por las principales potencias emergentes.
En las mesas de negociación se pondrá en juego la articulación entre grandes economías y países en desarrollo para construir una hoja de ruta inclusiva. Se necesitan nuevos acuerdos que establezcan marcos regulatorios sólidos para la descarbonización y financiamiento apropiado evitando, al mismo tiempo, que los países en desarrollo profundicen su rol secundario en las cadenas globales de valor como proveedores de materias primas y redundando en viejos y nuevos extractivismos.
La COP30 en Belém será un barómetro de la voluntad política de todos los actores y no sólo los gubernamentales para ofrecer soluciones y certezas en la era de la inseguridad global, que tiene al suministro energético como un aspecto estratégico.