Vilma Fuentes: El comercio de la guerra
Y
a durante la llamada guerra del Golfo, que viví durante un viaje a México, sufrí el bombardeo lanzado por las cadenas de televisión, Televisa a la cabeza. Las bombas que caían sobre el público eran las de la propaganda de la guerra, así como del moderno armamento utilizado. Bombas, pues, con capacidad mortífera mental. El nombre de Patriots, arma defensiva construida por la firma estadunidense Raytheon, parecía saborease por los presentadores de noticieros y demás emisiones informativas. Las armas, principalmente la Patriot MIM-104, eran descritas con el entusiasmo que ponen los buenos vendedores y otros merolicos para engatusar al posible cliente. Cabía preguntarse, dado el altísimo costo de esos instrumentos bélicos, a quién podía dirigirse esta propaganda de productos inaccesibles al común consumidor, obligado a comparar el precio de dos jabones u otros dos productos cualesquiera para calcular si le alcanza el dinero. Pude deducir, por eliminación, que la publicidad sobre el poderío mortífero del armamento era una manera indirecta de proclamar la superioridad de los países poseedores de estas herramientas. En efecto, un primer paso de la guerra consiste en atemorizar al enemigo convenciéndolo de la supremacía de su rival y disponiéndolo así a una derrota anunciada, vencido mentalmente de antemano.
Aunque los hechos nunca se repiten en forma idéntica, hay similitudes entre un periodo y otro. A semejanza de la guerra del Golfo, el más reciente enfrentamiento en Medio Oriente es narrado en los medios franceses con una pasión semejante a la que los cronistas de los medios audiovisuales ponen en los partidos de futbol y otras competencias deportivas. Pero, ahora, Patriot no es la vedette de las armas. La propaganda del MIM-104 ha sido sustituida por la de las bombas GBU-57, lanzadas por los bombarderos furtivos B-2. De la publicidad y utilización de un arma defensiva se ha pasado a la propaganda y uso de un arma de ataque: una ojiva de 13 toneladas capaz de alcanzar decenas de metros de profundidad antes de explotar.
Los Northromp B-2, fabricados durante la guerra fría, disponen de una tecnología furtiva que les permite sustraerse a los radares enemigos. Con un autonomía de 9 mil 600 kilómetros, pueden alcanzar el territorio iraní desde las bases estadunidenses de la isla de Guam en el Pacífico (7 mil 500 kilómetros) y la de Diego García en el océano Indico (5 mil kilómetros).
La propaganda subraya el poderío destructivo de las bombas y el costo del B-2, como si el precio estratosférico de 2 mil millones de dólares fuera un motivo de elogio. Así, en la absurda lógica de nuestros tiempo, el dinero es causa de alabanza y una concluyente forma de ensalzar y clasificar seres humanos y cosas: el hombre más rico y el arma más cara, a la cabeza de la clasificación.
Por desgracia, la propaganda de las armas no bastó para calmar los impulsos bélicos de Israel e Irán, y obligó a Donald Trump a utilizar los GBU-57 y los B-2 para terminar de una vez con las ambiciones nucleares iraníes, calmar los temores de Israel e imponer la paz entre los dos países.
Al parecer, Trump logró matar dos pájaros de un tiro con este bombardeo: probar la eficacia de los B-2 y los GBU-57 e impedir la continuación de la guerra. ¿Triunfo comercial y victoria política? ¿Se venderán bien estas armas a países ricos como Arabia Saudita, siempre buen cliente? ¿Israel e Irán calmarán sus ánimos guerreros y sus deseos de venganza? ¿Trump será aplaudido por su electorado y recibirá el Nobel de la Paz? ¿Acabará con las dudas sobre la real aniquilación de los sitios nucleares iraníes? De todo eso, lo más previsible es el éxito comercial y la venta de armas al último grito de la moda. Y Trump, tan satisfecho de sí mismo, compara la guerra entre Israel e Irán con una pelea de niños en el patio de recreo. Una manera como otra de negar la muerte que no deja de evocarme Las batallas en el desierto, la tan magnífica novela de José Emilio Pacheco, siempre vivo.