
La extraña “verdad” de François Bayrou
El primer ministro se presentó en su rueda de prensa [del 15 de agosto] como portador de la verdad. Pero volvió a recurrir a viejos argumentos para justificar la continuación de una política que, sin embargo, es la causa del deterioro de las finanzas públicas.
La verdad, toda la verdad. O casi. François Bayrou había decidido sacar la artillería pesada para sus anuncios presupuestarios, esperados desde hacía varias semanas. Los franceses tendrían “una cita consigo mismos”. Su intervención, cuidadosamente preparada con una serie de filtraciones a los medios de comunicación, se presentó como un momento de la verdad.
He aquí, pues, un político que, sin duda, con un acceso privilegiado a la verdad, decidía iluminar a una población francesa inconsciente, embrutecida por su dependencia del dinero público y de la redistribución social. Francia sería adicta al gasto público y tan indolente que sus habitantes se negarían a trabajar lo suficiente. Siguiendo así, la deuda aumentaría, agárrense, “5000 euros por segundo”. Una cifra ilustrada por un inquietante reloj de arena que conduce inexorablemente a un escenario similar al de Grecia [2010-2015], recordado largamente –pero de forma confusa– por el primer ministro.
François Bayrou se comportó como un sabio padre de la nación que da una lección a unos niños que se revuelcan en los placeres de Capua. En una larga y penosa exposición, explicó cómo las y los franceses deben ser más disciplinados en el consumo de medicamentos, escáneres o consultas médicas, o cómo deben trabajar más.
François Bayrou actuaba como si no fuera responsable de nada. Era el regreso de la famosa pedagogía que antaño era la obsesión del macronismo cuando criticaba a los antiguos gobiernos. El problema es que François Bayrou no puede hacer como si él y su partido no hubieran sido miembros de la mayoría presidencial que ejerce el poder desde 2017.
Y es precisamente por eso que este momento de la verdad no fue más que un gigantesco engaño. Un juego de manos destinado a culpar a los franceses para borrar la responsabilidad de las políticas llevadas a cabo hasta ahora. Por eso, la verdad pronunciada por François Bayrou tenía sabor a mentira.
El fracaso del macronismo
Amélie de Montchalin, ministra delegada de Presupuesto, había vendido la moto en Les Échos del 14 de julio, dando este consejo a los ministerios obligados a hacer frente a los recortes presupuestarios para hacerles tragar la píldora: “Hay una historia para contar”. Lejos de la exigencia de la verdad, el primer ministro se ha esforzado sobre todo en contar una historia. La de un país que vive del presupuesto público despreocupadaente, bajo la mirada aterrada de los políticos responsables, deseosos de sanear las cuentas públicas.
Pero esta historia no resiste el análisis, ni siquiera el más superficial. El macronismo, del que François Bayrou no es más que la cola del cometa, está en el poder desde 2017. Reciclado de políticas anteriores, hoy ya no puede escapar a su balance. Por cierto, lo irónico es que, al dar lecciones al país, el alcalde de Pau describía el fracaso de la política que él mismo había apoyado hasta ahora.
Cuando llegó al Elíseo, Emmanuel Macron prometió acabar con los déficits mediante una receta milagrosa: las reformas. Las que, supuestamente, Francia se había negado a aplicar durante tanto tiempo iban a dar un impulso al crecimiento al reactivar la productividad. Gracias a las rebajas de impuestos y al debilitamiento de las y los trabajadores, las empresas francesas iban a ser, por fin, competitivas, obtener beneficios, invertirlos en nuevas tecnologías, lograr ganancias de productividad y crear empleos bien remunerados. Así, las arcas del Estado se llenarían y el déficit se reduciría.
Ocho años después, el balance es que el crecimiento francés se estanca. Si todo sale según lo previsto por el Banco de Francia, el PIB debería aumentar un 0,6 % este año. Los analistas del Hôtel de Toulouse prevén un rebote hacia el potencial de crecimiento, es decir, hacia el 1,2 %, en 2027. Este nivel potencial no ha variado en ocho años, a pesar de las reformas aceleradas y las rebajas fiscales sobre el capital. Y con razón: la productividad del país se ha desplomado en los últimos cinco años.
PIB per cápita en dólares corrientes de Francia y la OCDE. © Banco Mundial
La verdad es que todos los objetivos fijados por Emmanuel Macron se han incumplido. La disminución del desempleo no se ha logrado gracias a nuevos aumentos de la productividad, sino a empleos subvencionados y poco productivos. La erosión salarial y las rebajas fiscales no han alimentado el crecimiento. En resumen, el sueño del goteo ha fracasado.
El resultado: la realidad es contraria a la soñada por el macronismo. No es la actividad la que ha llenado las arcas del Estado, sino las arcas del Estado las que sostienen a duras penas un capitalismo francés en decadencia. El reciente informe del Senado ha evaluado este apoyo en 211 000 millones de euros al año, es decir, más que los 170 000 millones de euros de déficit público en 2024. Y son los más frágiles quienes han pagado este apoyo: así lo reflejan las alarmantes cifras del INSEE sobre el crecimiento de las desigualdades y la pobreza.
Y ahí está el elefante en la habitación, que los discursos moralizantes del primer ministro pretenden ocultar: la política de ayudas a las empresas no es rentable ni permite generar un crecimiento suficiente para cubrir el déficit público. Pero, por el contrario, estas ayudas aumentan los déficits.
Junto a esta pérdida de ingresos, el agujero de la Seguridad Social (15 000 millones de euros) es un detalle insignificante. De lo que François Bayrou no habla es de que el mismo país que se supone que se ha convertido en el más atractivo del mundo entre los aplausos de la mayoría [parlamentaria] es también el que se encuentra en una situación financiera crítica. Estos dos hechos no son independientes: están relacionados. Para conseguir este atractivo que no sirve para nada, se ha reducido el crecimiento potencial del país.
Evolución de la productividad per cápita. © Consejo Nacional de Productividad.
La política adecuada, la que se basaría en la verdad, consistiría, por tanto, en modificar esta política fallida. Pero no es eso lo que se plantea. Las reacciones al informe del Senado han demostrado que este gasto público se considera intocable. El capital francés ha logrado convertir el presupuesto en su propiedad y cualquier cuestionamiento se considera peligroso e impensable, a pesar de que los resultados de esta política son desastrosos.
En realidad, el Estado ha sido secuestrado por intereses privados que, para preservar este maná, atribuyen la responsabilidad de los déficits a la redistribución social. Es precisamente por esta razón por la que esta política nunca se cuestiona: es una política de clase que dirige el dinero hacia el capital. Por eso François Bayrou ha eliminado de forma un tanto torpe el obstáculo proponiendo menos subvenciones a cambio de más libertad. Pero como no hay nada concreto sobre la reducción de las subvenciones (no se han anunciado cifras) y como la libertad no generará beneficios, lo único que habrá será más poder para el capital. Y eso se hará por decreto.
Viejas cantinelas para hacer tragar la píldora
La verdad es que el primer ministro ha retomado las viejas cantinelas de su generación política, la que tan evidentemente ha fracasado en todo y ha creado la situación en la que se encuentra el país. Las medidas anunciadas son lamentables. El año blanco es el nivel cero de la acción pública, es convertir en ley la inexistencia de la política económica; no sustituir a uno de cada tres funcionarios es volver a la era Sarkozy, y los recortes en las administraciones locales son una vuelta al quinquenio Hollande. Y, para rematar, hemos vuelto a escuchar las viejas canciones macronistas, al estilo de las tertulias de café: innovación, inteligencia artificial y simplificación.
Y, como siempre, el trabajo, por otra parte, celebrado como un valor central, es el blanco de las medidas. El anuncio de una enésima reforma del seguro de desempleo y la supresión de dos días festivos es un nuevo golpe para los trabajadores y trabajadoras. No es un detalle. Uno de los puntos débiles de las políticas llevadas a cabo hasta ahora es que se han subvencionado los empleos menos cualificados, favoreciendo así una producción menos productiva y menos remunerada. Cuanto más baja el desempleo, más aumenta la pobreza, ya que el crecimiento de los beneficios debe superar al del PIB. Ahí está el origen del desencanto de las y los trabajadores que lamentaba el primer ministro. Y su respuesta ha sido agravar aún más la situación.
Detrás de su grandilocuente “¡Adelante con la producción!”, no hay ningún modelo económico coherente, ningún cuestionamiento del camino que nos lleva al desastre, ninguna otra solución que la política de clase llevada a cabo desde hace más de una década. Último vestigio de un neoliberalismo agonizante, el Gobierno se niega a afrontar la realidad: el debilitamiento estructural del crecimiento hace que la producción de beneficios sea cada vez más costosa, tanto social como ecológicamente.
Y es precisamente por eso que el discurso de verdad de François Bayrou no fue más que una mala lección impartida a una realidad que no quiere someterse a las obsesiones de las élites del país. Su objetivo no era decir la verdad, sino contar una historia para hacerles tragar a las y los franceses este truco de magia: hacerles pagar el coste del fracaso del macronismo.
El primer ministro retomó la falsa comparación entre un hogar sobreendeudado y el Estado para convencer a su audiencia de la supuesta situación insostenible en la que se encontraría el país en vista de su deuda. Pero he aquí una comparación mucho más pertinente: si un albañil viniera a darles una lección después de que se derrumbara la casa que él mismo construyó, ¿lo tomarían en serio? ¿Considerarían que está diciendo la verdad?
En Roma, cerca del templo de Jano, hay un monumento muy conocido por los turistas, la Bocca della Verità. Se dice que cuando un mentiroso mete la mano en esta boca circular de piedra, se la traga. Después de este discurso, no aconsejaremos al primer ministro que intente el ejercicio.
Romaric Godin
Traducción: viento sur
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