
El mini avión de papel que podría ser el futuro de satélites ecológicos: una propuesta para combatir la basura orbital
La órbita baja de la Tierra se está convirtiendo en un basurero gracias a los restos de cohetes, satélites rotos y piezas flotantes que amenazan las telecomunicaciones, la navegación y el clima.
El riesgo no es sólo para lo que está arriba pues grandes fragmentos llegan a caer sin control sobre nuestro planeta, con consecuencias impredecibles, además de otra amenaza silenciosa: el daño al medio ambiente.
Cada objeto que reingresa genera una estela de gases y partículas que podría deteriorar la capa de ozono y cuantos más lanzamientos, más saturado queda el espacio cercano, y más difícil se vuelve garantizar operaciones limpias, seguras y sostenibles.
Frente a este panorama, agencias espaciales y empresas privadas buscan soluciones, apostando por recolectar desechos unas, y otras, por rediseñar los materiales, usando polímeros biodegradables en lugar de metales. Es aquí que apareció una idea tan brillante como insólita, un par de científicos japoneses decidieron explorar el potencial… del origami.

Inspirados en la ancestral técnica japonesa de plegado de papel, los investigadores imaginaron: ¿qué pasaría si lanzamos un avión de papel desde la Estación Espacial Internacional? Con lo que nació un estudio que mezcla creatividad, ingeniería y conciencia ambiental con resultados fascinantes.
El vuelo imposible del origami
Maximilien Berthet y Kojiro Suzuki, de la Universidad de Tokio, diseñaron un modelo simple de un avión hecho con una hoja tamaño A4, como los que cualquier niño hace en clase y lo lanzaron virtualmente desde 400 km de altura y a 7,800 m/s, como si estuviera en la Estación Espacial Internacional (EEI), para entender su comportamiento en órbita y su destino en el reingreso.
El primer hallazgo fue notable, durante los primeros momentos, el avión de papel mantenía una orientación estable gracias a su forma plegada, su poca masa y diseño aerodinámico le permitían flotar en la tenue atmósfera superior sin girar sin control, algo difícil incluso para naves más complejas.
Pero todo cambió al acercarse a los 120 km de altitud, en esa zona, donde la atmósfera se vuelve más densa, el avión empezó a perder estabilidad, girar y tambalearse, además de que los cálculos indicaron que entre los 90 y 110 km se produciría su desintegración total debido al calor extremo.
Se estimó que el avión enfrentaría temperaturas de hasta 1000 grados durante varios minutos y aunque el papel no tiene gran resistencia térmica, su estructura ultraligera y su perfil bajo minimizaron la exposición, sin embargo, el desenlace era inevitable y se quemaría en pleno descenso.
Pruebas reales en túnel hipersónico
Simular en computadora no bastaba por lo que los científicos construyeron una réplica física del avión, reforzada con una pequeña cola de aluminio, y la sometieron a un túnel de viento hipersónico que imitaba las condiciones del reingreso donde el flujo era siete veces la velocidad del sonido, con temperaturas cercanas a los 650 °C.
Durante siete segundos, el avión resistió hasta que la punta se dobló levemente y aparecieron zonas quemadas en los bordes de las alas, pero no colapsó, de hecho, si la prueba hubiera durado más, habría comenzado la combustión, aún con esto, se obtuvo un resultado prometedor para un material tan modesto como el papel.

La prueba también ayudó a estimar las fuerzas estructurales y la deformación, confirmando que el modelo puede soportar las condiciones iniciales del reingreso. Lo más sorprendente es que, a pesar de su fragilidad, el avión mantuvo su forma y estabilidad durante buena parte del experimento.
Esto abre una posibilidad emocionante: usar estructuras de papel como plataformas temporales en el espacio que pueden cumplir una misión breve y recolectar datos o probar nuevas tecnologías, además de desaparecer sin dejar rastro contaminante logrando que una pequeña idea tenga un potencial enorme.
Misiones futuras con papel
Los autores del estudio imaginan múltiples aplicaciones como lanzar estos aviones para estudiar la atmósfera en zonas poco conocidas, entre los 200 y 300 km de altitud. Su sensibilidad al arrastre permitiría obtener datos precisos de densidad aérea y lo mejor de todo es que son tan baratos que se podrían lanzar muchos a la vez.
Otra opción es usarlos como plataformas de prueba para tecnologías ultraligeras como cámaras sin lentes, paneles solares flexibles, sistemas de comunicación compactos. También podrían servir como velas de frenado para ayudar a los satélites a reingresar de forma controlada, reduciendo la basura espacial sin necesidad de combustible.
Incluso hay propuestas educativas: ¿te imaginas ver en tiempo real el vuelo de un avión de papel desde el espacio? Sería una forma cautivadora de inspirar a jóvenes ingenieros, científicos y artistas, mostrándoles cómo una idea simple puede tener impacto global.
Este estudio no sólo plantea soluciones, sino que redefine la pregunta: ¿y si lo frágil también puede ser útil en el cosmos? En una era que exige sostenibilidad más allá de la Tierra, tal vez sea hora de pensar en grande… y plegar en pequeño.
Referencia de la noticia
Study on the dynamics of an origami space plane during Earth atmospheric entry. Maximilien Berthet, Kojiro Suzuki. https://doi.org/10.1016/j.actaastro.2025.06.052