
Juan Arturo Brennan: El compositor
▲ El compositor chino Wang Xilin.Foto de Jann Wilken, tomada de la página de la Filarmónica del Elba y Laeiszhalle de Hamburgo
T
erminé recientemente la lectura de un libro potente, asombroso y fascinante: El paseante de cadáveres: Retratos de la China profunda, del poeta, músico y escritor chino Liao Yiwu. Sus páginas conforman un enorme fresco panorámico de los usos y costumbres, la política y la sociedad en China, tanto la de antes como la de hoy. En sus treinta retratos, surgidos de otras tantas entrevistas, hay un poco de todo, desde personas con oficios y profesiones convencionales, hasta practicantes de vocaciones tan peculiares como el doliente profesional, el saqueador de tumbas, el limpiador de baños, el traficante de mujeres, el adicto al sexo, el embalsamador, la moderna dama de compañía y el epónimo paseante de cadáveres. Entre éstos, uno de los más poderosos y trágicos retratos es el titulado, sencillamente, El compositor.
Se trata de Wang Xilin (1936) quien, un poco por convicción y otro poco por herencia, se unió al ejército comunista a los 12 años. Sus méritos y capacidades lo llevaron a la Academia de Música de Shanghái, donde pasó la mayor parte de su tiempo en actividades políticas, en vez de estudiar contrapunto y armonía. Al paso del tiempo se convertiría en un hábil compositor autodidacta. Dos momentos torales de la China del siglo XX terminaron por decepcionarlo cabalmente del Partido, del régimen y de su gran líder: el Gran salto adelante y la revolución cultural. Wang Xilin cometió el error de hacer pública su decepción en un discurso muy crítico de las políticas culturales del gobierno chino, y el mundo se le vino encima. Sufrió arrestos, prisión, tortura, reducación política, escarnio público, hostigamiento sicológico, censura de su música, castigos para su familia y exilio interno a regiones apartadas del país. Solicitar un piano para componer le acarreó uno de sus castigos más severos: tal petición era, a todas luces, una perversión burguesa, reaccionaria y contrarrevolucionaria intolerable. Tuvo que soportar durante años la obligación, impuesta por el Partido, de componer música revolucionaria, folclor para las masas, sinfonías comerciales y accesibles. La presión fue tal, que terminó por escribir dos extensos textos, que tuvo que leer, avergonzado, en público: uno de arrepentimiento
por sus desviaciones y otro de denuncia y traición a personas de su entorno; lo ha lamentado toda su vida. En el año 2000, en momentos previos al ensayo de una de sus obras, el compositor mencionó: Creo que el suceso más importante del siglo XX ha sido el hecho de que el comunismo ha sido perseguido sin descanso para que la humanidad entera lo destierre
. Las ejecuciones de su música fueron inmediatamente canceladas.
Wang Xilin le cuenta a Liao Yiwu, entre muchas otras cosas, que el escuchar a todas horas por los ubicuos altavoces del Partido la canción Mao Zedong es nuestro salvador le provocó serias secuelas de inestabilidad mental, tal era el terror que le inspiraban el gran líder y sus políticas. De ahí surgió su convicción, indeclinable hasta la fecha, de que el Partido (en todo caso, cualquier partido) no es un padre amoroso y protector, sino una madrastra malvada
. Una de sus declaraciones más contundentes: En mi música no hay sentimientos de amor, es como un lago enorme, oscuro, lleno de barro, lágrimas, sangre y gritos
.
He podido constatar esta afirmación suya a través de la escucha de varias de sus obras que circulan en la red: una suite para piano, un octeto para ensamble, su Concierto para piano Op. 56, sus Sinfonía Nos. 1 y 5 y su enorme obra orquestal-vocal-coral Réquiem por China, que es su Novena Sinfonía. Es música sólida, compleja, a veces ruda, sin concesiones, contradictoria, expresiva, angustiante por momentos y de una intensidad poco común. Ciertamente, es posible detectar numerosos vasos comunicantes entre la vida, la obra, las ideas y las peripecias de Wang Xilin y las de Dmitri Shostakovich (1906-1975). En su diálogo con Liao Yiwu, el compositor chino traza algunos paralelos inevitables entre la República Popular China y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, hacia el final del capítulo que le es dedicado, Wang Xilin dice: “Compongo una serie de elegías para la nación entera, para millones de víctimas que sufrieron y murieron por culpa del maoísmo. Si la música de Shostakovich era el testimonio de los horrores de la época de Stalin, la mía será… no voy a acabar la frase aquí.”
Más claro no puede ser.