Javier Aranda Luna: Papel negro, de Teju Cole
P
asó su infancia en un departamento de dos dormitorios en Lagos, Nigeria, donde vivía con sus padres y hermanos. Maestra de francés, su madre, y, su padre, directivo medio de una multinacional que procesaba cacao y que viajaba con regularidad. Nunca supo qué ocurrió en uno de sus viajes a Brasil, pero llegó un día con una preciosa puerta de madera color miel.
Supo que su padre había gastado una fortuna en esa puerta que había enviado desde Sao Paulo. También había comprado los herrajes para sostenerla y una aldaba con cabeza de león. Para su familia fue un misterio la compra, pues no tenían casa y ni siquiera un terreno. Guardaron la puerta en un clóset, donde se empolvó.
Un amigo de su padre que construía una casa quiso comprársela a un precio de locura, pero se negó. Y así esa puerta para acceder a nada o a cualquier parte, quedó tatuada en la memoria del pequeño Obayemi Babajide Adetokunobo Cole, quien hoy publica una columna en The New Yorker que siempre es una puerta para entrar al mundo de la fotografía desde su mirada y que firma con el nombre de Teju Cole.
Recientemente, publicó en Acantilado Papel negro, una serie de ensayos sobre diásporas e identidades, memoria personal e historia, y una intertextualidad que enriquece su discurso ensayístico.
Barroco lleno de luminiscencias, Cole nos ofrece con mirada de fotógrafo el detalle que nos permite identificar el todo: el bufar del monstruo, su paulatina pestilencia que normalizamos e inunda todo.
“El mal se instala en la vida cotidiana cuando la gente no puede o no quiere reconocerlo como tal. Se cuela entre nosotros cuando estamos dispuestos a minimizarlo o a describirlo de otra manera. No es un proceso que empiece hace una semana, hace un mes o un año.”
Y para mostrarnos el detalle se apoya con frecuencia en la sensibilidad de otros creadores. Por ejemplo, a partir de El rinoceronte, de Ionesco (1958), escrito como respuesta a los movimientos totalitarios de Europa, en el que paulatinamente se transmuta la sociedad en rinocerontes, da cuenta del monstruo que nació en 2016, cuando los hermanos Stephen y Scott Leader dieron una golpiza a Guillermo Rodríguez cerca de la estación de Boston. Mientras lo atacaban con una barra de metal que le rompió la nariz y un par de costillas, gritaban “hay que deportar a todos los ilegales”. Lo llamaron “espalda mojada” y le orinaron encima.
El entonces candidato Trump reaccionó con estas palabras: “Mis seguidores son muy apasionados. Aman este país y quieren que vuelva a ser grande”.
Ese hecho fue el momento, nos dice Cole, en el que “los timbres de mis alarmas mentales que estaban sonando ya enloquecieron. Luego llegaron muchas cosas sorprendentes −los relatos de violencia sexual, las pruebas de racismo, las promesas de tortura, la defensa de los crímenes de guerra−, pero el asalto a Rodríguez y esa respuesta tan tolerante marcaron un antes y un después”.
Cole está convencido de que para transitar por este mundo necesitamos emplear nuestros sentidos, “para reconocer la epifanía y redefinir nuestros compromisos éticos”. Papel negro, apunta, “es el relato de cómo he buscado la ayuda de fotógrafos, poetas, pintores, compositores, traductores, viajeros, dolientes y mecenas para captar la sabiduría latente en la oscuridad”. Y sí, allí están Caravaggio y John Berger, Edward Said y los Black Panther.