Elena Poniatowska: Clarinete en Chimalistac
E
n la soledad de la plaza empedrada de Chimalistac, hoy domingo, el sonido de un clarinete rompe el silencio. Del instrumento sale un canto exacto, bello, entonado, profundo, y corro tras del sombrero de paja del músico, que camina alicaído, los hombros para adentro, su tesoro aferrado a su pecho, como un hijo.
–Me llamo Baltazar Cuenca Arias, tengo 30 años, soy originario de San Miguel Ahuehuetitlán Silacayoapan, Oaxaca. El 26 de septiembre se hace la fiesta del pueblo.
–¿Vas a tocar ahí?
–Sí. Cuando tocamos en el pueblo, se le llama servicio. No tenemos una paga, en el pueblo nos dan comida, refresco, algo de tomar, nosotros le llamamos “agradecimiento”. Es un servicio.
En Chimalistac, frente a la iglesia de San Sebastián, a veces tocan unos músicos callejeros. Lo hacen con mucha modestia. No sé cuánto cuesta un violín, una trompeta, mucho menos un trombón. Los oigo y me hago varias preguntas. A esa hora la puerta de la capilla del siglo XVII no se abre. Antes venían entre tres y cuatro beatas que cerraban su rebozo bajo su mentón con el pulgar y el índice para que no se les salga el alma. En los últimos dos domingos, aparece un trío muy bonito y me tutea y aprecio la dulzura con la que uno dice “ma…ma…ci…ta”. De joven me gritaban mamacita en la calle, pero tenía otra connotación; hoy tiene algo de vuelo al cielo.
–¿Cómo te hiciste músico? –le pregunto–. ¿Cómo llamas a tu instrumento?
–Se llama clarinete, es familiar de las cañas, como el saxofón alto, el oboe. Aprendí a tocarlo a los 16 años. En mi familia no son músicos, mi papá no quería que yo fuera músico; yo tampoco quería; pero pues ya aprendí con un maestro del pueblo que se llama Marcos Vega; creo que sigue dando clases. Él fue quien me dio mis primeras clases de solfeo. Yo nací en un pueblito olvidado, con necesidad. La necesidad nos obliga a todos a salir del pueblo; voy y vengo. Vivo en Chalco y venimos durante ciertas temporaditas; vengo un mes o mes y medio. Todos los de mi pueblo lo aprovechamos para trabajar diario. Hay días que sí sale gente a oírnos y nos dice: “¿No necesitas unos zapatos, una ropa?” En el trabajo en el campo, los zapatos y la ropa no aguantan mucho.
–¿Antes de regresarte a tu tierra te compras zapatos aquí?
–Sí, me compro o me conformo con los que me regalan. Hay gente que me regala ropa o despensa, y uno puede pensar que es para un día, pero allá la vamos midiendo, para que nos rinda.
–¿A qué hora sales de tu casa para llegar a San Sebastián?
–Salgo de La Candelaria Tlapala, Chalco, como a las 9 de la mañana, en camión. Me bajo en el Metro Viveros y de ahí empiezo a tocar.
–¿Cómo fue que llegaste a tocar a Chimalistac?
–Yo vine una vez, en tiempo de pandemia. Ya ve que no nos dejaban trabajar, no había música, no había antros, todo estaba cerrado, y los compañeros y yo no podíamos regresar al pueblo sin nada, y así fue como empezamos a conocer más lugares, como el del parque de la Bombilla.
–¿Después de la pandemia, Chimalistac y Coyoacán se volvieron parte de tu camino?
–Sí, empecé a venir a todas estas calles solitas, muy solitas. Con mis compañeros recorrí todo esto. Había gente que salía con cubrebocas, con guantes; por debajo de la puerta nos pasaban nuestra propina. Nos daban 50, 20 pesos; es muy raro que den más. Hay canciones que toco y nada más me dan 5 o 10 pesos.
–¿Cuáles canciones tocas?
–Aquí, las favoritas de todas las personas son A mi manera, Bésame mucho, Amar y vivir, esas canciones de Consuelo Velázquez; también Cielito lindo. Si toco esas canciones en el rumbo de Ameca, Juchitepec, de ese lado de Morelos, no me dan tanta propina, allá se tocan corridos, rancheras: Gabino Barreda, Lamberto Quintero, Mi gusto es, Recuerdos, Caminos de Michoacán. Cada zona tiene diferentes gustos. Hay quien dice: “me zumba mucho la oreja; cállate o toca algo más relajado”. De este lado de Chimalistac yo toco estas canciones y la gente me da un poquito más, gracias a Dios.
–¿Cuánto juntas al día?
–De 250 a 300 pesos; si me quedara hasta más tarde, tal vez junte un poquito más, pero regresaría más noche a mi casa y es más peligroso el camino. Trato de acabar como a las 4 o 5 de la tarde. Hago como dos horas y media de regreso.
–¿Si te quedas en Chalco no ganas un centavo?
–Sí, pero aquí ando yo solo, y allá anda la marimba, los norteños, otros músicos, todos quieren tocar cerca de sus casas, y yo no me quiero andar peleando. Mejor solo, me voy más lejos, no me presiono buscando algún lugar dónde tocar. Me imagino que no vienen muchos a tocar de este lado de Chimalistac, porque aquí está muy solito.
“Mi maestro fue Marcos Vega Domínguez, dos meses y medio me dio clases de clarinete. Toqué en una banda del pueblo, chilenas, jarabes, marchas y canciones como las que toco aquí.”
–¿Nunca quisiste estudiar en Bellas Artes?
–Sí, fui la escuela de Bellas Artes de Amecameca, la de Chimalhuacán, la de Ixtapaluca, también en Polanco. Sí tuve el interés de saber más, fui a preguntar, hice el examen y, gracias a Dios, sí había quedado en la carrera, pero tuve la mala suerte −no hay que llamarlo así, pero bueno−, no pude completar para pagar los mil 800 del semestre.
–¿No te podían dar una beca?
–Nunca pregunté eso. Conocí a un violista en Tulyehualco, Jorge Valdés, también toca en la calle, pero él sí estudió en una escuela del centro de la Ciudad de México, ese amigo y maestro fue quien me dijo que había becas, que metiera mis papeles, pero como voy y vengo, y yo estaba más chavo, mi papá me dijo: “El problema no es que estudies, el problema es cómo vamos a sostener los gastos en el pueblo si eres el único que trabaja de toda la familia”. Somos nueve hermanos. A mi papá lo atropelló un tráiler y ya no pudo trabajar; estuvo como un año en cama, sin poder moverse. Uno, como hijo hombre, hay que llamarlo así, uno sabe sus responsabilidades con sus papás, y me tuve que quedar con mi papá. En la escuela de Bellas Artes de Amecameca sí me quedé en la carrera, pero no pude pagar el semestre, empecé a sacar cuentas de los pasajes: “10 de ida, 10 de venida; ¿si se me antoja un refresco?”; póngale que son 50 pesos diarios, cuánto es a la semana, no me iba a alcanzar, sin contar los gastos en mi casa, no la iba a hacer; si hubiera tenido un hermano más o un negocio del que pudiera echar mano, sí salgo, pero mi único trabajo es tocar.
–¿Tú te compraste el clarinete?
–Fíjese que el primer clarinete que tuve me lo dio la banda en la que tocaba. Allá no te cobran por enseñarte, pero tampoco te pagan por tocar, el único pago es la comida y te dan el instrumento el tiempo que estés ahí. Cuando me salí, después de seis años, lo regresé para que lo ocupen otros niños que van a estudiar. Me dio tristeza dejarlo porque me han dicho que toco muy bien, la gente de aquí y la de allá, la de Bellas Artes de Amecameca, pero como no pude con ellos, menos iba a poder con el Conservatorio. Siempre dicen: “El dinero no hace la felicidad”, pero bien que te ayuda, y a mí no me tocó. También toco el saxofón alto, saxofón soprano, le entiendo un poquito a la trompeta, al trombón. Sí le puedo explicar a un niño; le he enseñado a mi sobrino, a mi hermano.
“Este clarinete yo lo compré de uso y me costó 3 mil 800 pesos, es un Yamaha 255 hecho en Indonesia. Salió buenísimo, porque no me ha pedido nada, no le he metido nada. Sé que los Yamaha son buenos y de comprarme uno nuevo, pero chino, en 4 mil o 5 mil, mejor me compro uno de uso, pero bueno. En la musicada le decimos chinos a los de marca Mercury, Máxima, Silverton, esas que no son muy reconocidas; esos con un golpe, se quiebran.”
Mi amigo quiere tocar y despedirse no sin contarme que en el Metro no lo dejan, aunque sí se lo permiten a los violinistas y guitarristas, porque el clarinete es más ruidoso. “Lo intenté en Portales, en la entrada de la estación, y los policías dijeron que me iban a retener y a llevarme a Pino Suárez, a la estación de policía, y me jalonearon y se pusieron agresivos, por eso dijimos que mejor no. Tengo una niña de 6 años y mis gemelitas de un año y medio. Tengo tres hijas, gracias a Dios; un día se las traigo a Chimalistac para que vea qué bonitas”.