
En San Antonio Abad, la fuerza de los colores evoca la lucha de las costureras
▲ En entrevista con La Jornada, Otero (izquierda) explicó que la idea de La historia jamás contada surgió en la Plaza Merced 2000, donde estuvo la fábrica de Hilos Cadena, y ahí permaneció años; luego se instaló en la estación Revolución del Metro, hasta que por labores de mantenimiento la retiraron. Finalmente, encontró un sitio más simbólico, tanto por la catástrofe del terremoto como por la cercanía con los talleres de costureras: la estación San Antonio Abad del Metro. Aquí, detalle de la obra.Foto cortesía del muralista
Daniel López Aguilar
Periódico La Jornada
Viernes 19 de septiembre de 2025, p. 3
En la estación San Antonio Abad del Metro, los pasajeros bajan con prisa por las escaleras hacia la salida José Joaquín Arriaga, colonia Obrera. Entre ellos, un mural reclama la mirada, como un recuerdo que la ciudad no puede ignorar.
La historia jamás contada, del pintor, escultor y muralista Ariosto Otero, retrata a las costureras: mujeres entre hilados, ruecas y máquinas de coser; algunas encadenadas, otras cargando el peso de su trabajo diario. Cada gesto refleja jornadas interminables y vidas marcadas por la explotación y la resistencia.
Frente a la obra, Otero recorrió con la vista cada figura y cada color. “Esta creación evoca la tragedia del 19 de septiembre de 1985. Muchas costureras murieron aplastadas cuando los edificios donde trabajaban se derrumbaron; se calcula que fueron cientos, quizá miles. La historia oficial no lo dice, pero su recuerdo permanece aquí”.
El artista estaba en su departamento de la colonia Country Club cuando ocurrió el sismo. “Vi los edificios desplomarse a mi alrededor. La tierra rugía como animal. Fue desgarrador observar la Ciudad de México colapsada”.
En entrevista con La Jornada, explicó que la idea surgió en la Plaza Merced 2000, donde estuvo la fábrica de Hilos Cadena:
“Pensé en los tejidos, los telares y las mujeres que trabajaban en los talleres: sometidas a largas jornadas, mal remuneradas y, en muchos casos, obligadas a vivir en sus lugares de trabajo. La maquinaria, los hilados y la figura de la madre con su hijo simbolizan la lucha, la resistencia y la búsqueda de justicia social.
“Los telares, las máquinas y las figuras femeninas conservan un alma; son recuerdos de quienes construyeron vidas con su trabajo.”
La técnica refuerza esa intención: estructuras de metal y madera sostienen paneles de colores planos que adquieren volumen y profundidad. Los acrílicos de alta calidad intensifican verdes, amarillos y naranjas y guían al espectador por la historia de la ciudad y de quienes la habitan.
Frases pintadas sobre la superficie refuerzan la fuerza de la esperanza y el compañerismo: “¡México está unido! Es momento de no soltarnos”, “El hilo de la esperanza será la soga en la horca de los corruptos” y “La mujer es el hilado que protege la familia”.
“No es sólo un mural; cada personaje dialoga con quien observa: la madre con su hijo, la costurera encadenada y las manos que no descansan”, afirmó el pintor.
El flujo de la estación se detiene por breves momentos. Una estudiante de ingeniería comentó: “Nunca pensé que una creación así pudiera transmitir tanto. Ves a esas mujeres y percibes su esfuerzo, su dolor, pero también su dignidad”.
Cerca, una ama de casa añadió: “Me recuerda a tantas mujeres que trabajaron duro. Todo lo que hacían era para sostener a la familia. Esta obra hace presente su esfuerzo”. Las opiniones de los pasajeros se entrelazan con la del muralista y crean un diálogo entre memoria y actualidad.
Inaugurada en octubre de 2019, La historia jamás contada recorrió varios destinos: permaneció años en la Plaza Merced 2000, luego se instaló en la estación Revolución del Metro, hasta que labores de mantenimiento obligaron a retirarla. Finalmente, encontró un sitio más simbólico, tanto por la catástrofe del terremoto como por la cercanía con los talleres de costureras.
“Nació a capella. Cada decisión se tomó frente a la pieza. Cuando pasó de un lugar a otro, añadí lo necesario para ajustarla al espacio actual de 85 metros cuadrados, pero la esencia sigue intacta”, recordó Otero.
“La fuerza de los colores, la disposición de los volúmenes y la expresividad de la obra revelan la historia de las costureras, la tragedia de aquel 19 de septiembre y la solidaridad que unió a las comunidades.”
“Invita a detener el ritmo y a reflexionar”
A cuatro décadas del terremoto de magnitud 8.1, el muralista subrayó la función social del arte. “Los pueblos no tienen memoria. Un mural así es una invitación a detener el ritmo apresurado de la ciudad, a pensar, a conmoverse.
“Quien lo observa lo hace suyo. Cuando alguien se reconoce en las figuras, aunque sea por un instante, el entorno se vuelve un remanso de paz en medio del caos del Metro.”
Entre la prisa y la inmediatez, algunos pasajeros pasan de largo; otros se detienen, fascinados por las figuras que parecen susurrar relatos. Para Ariosto Otero, “eso basta. Cuando alguien logra comprender un poco la obra, cumple su objetivo: mantiene vivo el legado de las costureras, su labor diaria y su resistencia frente a la tragedia.
“El arte funciona como un puente: conmueve y permite percibir humanidad en medio del ruido. La tragedia nos unió; después, la vida nos separa. Hoy la gente se enfrenta con rencor, pero debemos permanecer unidos, no sólo en lo malo, sino también en lo bueno.
“Un mural así conmueve, recuerda y fortalece el sentido de unidad que alguna vez existió en la ciudad. Ese respiro de reflexión es la verdadera victoria del arte, porque logra detener, aunque sea por un breve lapso, la indiferencia y el rencor social que nos rodea.”