Educación ambiental: mucho más que enseñar a reciclar en el colegio – El Confidencial
En una mañana de sábado, un grupo de personas se sienta alrededor de un gran tejo mientras Gabriel Saiz, coordinador del Centro de Educación Ambiental Arboreto Luis Ceballos (San Lorenzo de El Escorial, Madrid), se adentra en una fascinante explicación sobre las propiedades curativas de este árbol considerado sagrado en muchas culturas. “Yo comienzo hablando sobre las características del tejo y sus aplicaciones, y esto nos lleva al contexto de la pérdida de biodiversidad.
Les pregunto qué pasaría si una planta que podría ser una medicina y curarnos desapareciera sin que ni siquiera llegásemos a conocerla. Muchas veces, por el tipo de silencio que se crea, me doy cuenta de que el mensaje ha llegado, y esto es porque hemos seguido un determinado hilo narrativo, con un grupo reducido de personas y en un ambiente muy concreto, rodeado de naturaleza. «Al final la explicación botánica es más el medio que la finalidad en sí”, nos relata este biólogo que cree firmemente que la educación ambiental que necesitamos en el siglo XXI debería salir de los edificios “y buscar la realidad, la realidad del planeta en el que vivimos”.
«Decir que hay que educar a los niños para que sean buenos es como decir que vamos a aplazar el ser buenos nosotros otros veinte años más»
La educación ambiental, sin embargo, está encasillada en el imaginario colectivo como una suerte de actividades que se realizan dentro de las aulas y en las que se enseña a los niños buenos comportamientos como cerrar el grifo o apagar las luces cuando no se usan. “Es importante que animemos a la gente a no quedarse solo con los eslóganes o con la parte más superficial”, reflexiona Saiz. “El problema de la movilidad va más allá de comprarse un vehículo eléctrico, de la misma manera que la cuestión de los residuos y las materias primas no se soluciona solo con el reciclaje”.
La educación ambiental no es (solo) cosa de niños
Por otro lado, muchas voces coinciden en que los mensajes de la educación ambiental no deben ir solo dirigidos a las personas jóvenes, porque la mayoría de los problemas que tenemos en la actualidad son urgentes y deben ser resueltos por las generaciones adultas. “A mí esto me parece un acto de procrastinación. Decir que hay que educar a los niños para que sean buenos es como decir que vamos a aplazar el ser buenos nosotros otros veinte años más”, nos comenta el naturalista y escritor Joaquín Araújo. “Es evidente que nos tenemos que educar todos, pero hay que empezar por la clase política, por el consejo de administración de las grandes empresas, por las personas más ricas del mundo y, en definitiva, por quienes toman las decisiones en la actualidad”.
Joaquín Araujo
Para Gabriel Saiz, además, hace falta mucha formación de los propios formadores: “Desde los centros de educación ambiental insistimos en dirigirnos a esos colectivos para amplificar el mensaje: profesores, asociaciones de familias, voluntarios de grupos de tiempo libre…” En este aspecto tiene mucha experiencia el movimiento Teachers for Future Spain, que agrupa a profesores que actúan de manera voluntaria e independiente para cambiar la gestión de sus centros escolares y desarrollar la educación ambiental. Este colectivo ha reivindicado en numerosas ocasiones que su labor tenga continuidad fuera de las aulas y destaca el valor de las escuelas como punto de encuentro de toda la comunidad.
Miriam Leirós, maestra de Educación Primaria y coordinadora de este movimiento, nos explica que los mensajes de la educación ambiental pueden llegar a los padres a través de lo que sus hijos reciben en el colegio: “Los niños y niñas son excelentes transmisores de la problemática ambiental y necesitan, en la mayoría de los casos, sentirse parte de la solución. A menudo son las familias quienes dan un feedback de esa información que reciben, comentando que han cambiado hábitos de consumo como el ser más selectivos en los productos de la compra evitando los plastificados innecesarios o adquiriendo más productos locales”.
Jose Luis Gallego
En los últimos años se escucha mucho hablar del término ‘ecoansiedad’, que hace referencia al malestar que nos producen los problemas ambientales. Un malestar que, en lugar de movilizarnos para la acción, es capaz de paralizarnos e impedirnos buscar respuestas constructivas para los desafíos actuales. “A lo largo de la historia de la educación ambiental nos hemos centrado mucho en los problemas, pero llegados a este punto deberíamos centrarnos en las soluciones y marcar el camino de lo que debe ser esta conversión ecológica que necesitamos plantearnos como sociedad”, reflexiona Gabriel Saiz. “Un problema puede ser el punto de inicio del relato, pero la educación ambiental debe ir más allá, tiene que mostrar y poner en valor las experiencias positivas que ya están generando un cambio. Debemos anclarnos en el optimismo y celebrar los logros, eso facilitará que nos adentremos en nuevos proyectos”.
Una segunda piel
Por otro lado, la educación ambiental no puede quedarse en el compartimento estanco de una determinada asignatura o actividad de tiempo libre, sino que debería ser un tema transversal: “No concibo una disociación con cada acto que hacemos en la vida diaria, todo tiene una huella ambiental así que cualquier materia que expliquemos se presta a hacer una enseñanza de este tipo”, explica Leirós. “Estamos hablando de aprendizaje globalizado y pedagogía holística, por lo que aprender por compartimentos estancos sin establecer relaciones no es efectivo. Pero lo más importante de todo, para mí, es que el docente sea consciente de la importancia de la educación ambiental, no podemos quedarnos en el reciclaje o el Día del Árbol. La educación ambiental debe transmitirse no solo en relación a los contenidos sino también considerando el funcionamiento del centro: desde el tipo de meriendas o almuerzos que se consumen en los colegios hasta la forma en que los calentamos o refrigeramos”.
“La educación ambiental no debe ser solo transversal, debe ser incesante, constante y multidireccional”, corrobora Araújo. “Tiene que ser como la piel, hay que llevarla puesta a todas partes a riesgo de que, si no lo hacemos, acabaremos dañando seriamente la salud de todo. No estar educado ambientalmente es un atentado contra ti mismo, contra toda la humanidad y contra toda la vida en su conjunto”.
Educar y emocionar
En su libro ‘
“Todos somos capaces de esforzarnos e incluso de sacrificarnos por algo que amamos”, reflexiona Araújo. “Con sentimientos puedes cometer verdaderas proezas: no te cuesta tanto ser austero si consideras que esa austeridad es una forma de vínculo emocional con la naturaleza. Por lo tanto, la verdadera clave es la vivencia, hay que vivir la naturaleza. Puedes dar mil definiciones magníficas de una altura maravillosa, pero se necesita práctica”.
Cultivar las emociones, salir de los edificios para reunirnos alrededor de un tejo, conectarnos con el entorno y, en definitiva, sentirnos parte de él. “La educación ambiental debe ser entendida como el cuidado del planeta para el cuidado de las especies que viven en él, entre ellas los humanos”, nos recuerda la coordinadora de Teachers For Future. “El planeta ha existido sin nosotros y podrá seguir cuando nosotros faltemos. Pero lo que hay que ver es que cuanto más cuidemos el planeta mejor será nuestra calidad de vida. Si entendemos ese mensaje entenderemos la verdadera importancia de la educación ambiental”.