No sólo de pan… – La Jornada
La virtud, creo, es algo intangible pero reconocible. No es fácil describirlo, pero la virtud toca a algunos y transforma a todos quienes presencian su existencia. Es como la suma de “lo bueno” en algo que, de por sí, no es necesariamente “bueno”, pero cuya bondad se reconoce sin análisis previo.
En este sentido, un programa virtuoso no es un programa bueno ni bondadoso, porque no hay impulso dador, ni receptor, tiene una especie de gratuidad como la vida, un derecho de existir sin permiso de nadie en concreto y sí de todos los que contribuyen a crearlo y a mantenerlo vigente. Un programa virtuoso sería entonces el que se urde entre muchos, con la bondad de sus objetivos y de sus caminos, que se cumple gracias a la generosidad de cada quien y del que, uno o muchos retiran bienes gracias a la generosidad de todos Algo así como enriquecer algo a través de tomar de éste lo necesario. Es probable que estas ideas no logren permear la comunicación que ejercita mal que bien esta columna, pero bastarían uno o dos lectores que me comprendan, para empezar a tejer un programa de acción que desemboque en algo virtuoso…
Por ejemplo: me pregunto desde hace 20 años, ¿por qué el maíz viajó a través del mundo sin sus modos de cultivarlo, aprovecharlo y consumirlo? Y, ¿por qué pasó lo mismo con el arroz? ¿Y con los tubérculos farináceos? ¿Qué hizo que nuestro cereal emblemático, y el de Asia suroriental, y los tubérculos del cinturón ecuatorial del globo, al ser importados a otras latitudes, fueran separados en los cultivos de sus pares complementarios, tanto en los suelos como en las formas de cultivo, las cosechas, las cocinas, los nutrientes, el imaginario y la leyenda originaria?
¿Acaso porque toda esta cadena de asociaciones no era transportable a otros climas, suelos, costumbres, representaciones ideológicas?
No. Yo creo que las conquistas humanas, como empresas dirigidas a expropiar a los otros de lo que los conquistadores estiman apreciable, o sea, lo que tiene un valor para ellos dentro de su propia escala valorizante, hizo que los conquistadores cercenen, mutilen, diseminen, destruyan, lo que para ellos no tiene valor. Y lo primero que no tiene valor para quien conquista territorios y somete a sus habitantes son justamente estos últimos. Es, entonces, el desprecio de raíces profundísimas lo que llevó a una selección particular de los bienes de una población, discriminando todo lo que correspondía a sus costumbres y hábitos. En otras palabras, la destrucción de los conjuntos culturales, empezando por los alimenticios, destrucción que sólo empobreció a la humanidad, es el resultado de las conquistas violentas y los viajes de exploradores cuya preeminencia la dieron las tecnologías de los desplazamientos y la fuerza destructiva con que se impusieron.
De este modo, podemos concluir que la humanidad no sólo no se enriqueció con las conquistas violentas y las incursiones de aventureros y científicos, sino que su sesgado punto de vista los guiaba con la previa discriminación y prejuicios que los hacía escoger entre lo ajeno según sus propios valores lo que estimaban valioso, incluso destruyendo el resto.
Como herederos de puntos de vista empobrecedores y caducos, y dado que en nuestro país perpetuamos la visión de los vencedores descalificando los sistemas de producción de los alimentos prehispánicos, es tiempo de organizar un mea culpa constructivo para empezar a construir un programa de producción de alimentos virtuoso.