La batalla europea por la soberanía energética
Una Europa ya castigada por la pandemia ha visto aflorar en este invierno una debilidad que no es nueva, pero cuyos efectos secundarios han crecido de manera exponencial: su dependencia de las importaciones energéticas. El compromiso con la transición ecológica ha obligado a la región, antes adicta al carbón, a migrar hacia otras fuentes. Al no contar aún con la infraestructura energética verde suficiente para autoabastecerse, el Viejo continente ha entrado en un terreno inexplorado. En este contexto, los vientos de guerra en Ucrania traen consigo la escasez del gas, una materia prima clave en su sistema energético cuyo grifo se abre desde Moscú.
La región ha recortado en un 42,7% la producción de electricidad basada en hidrocarburos sólidos respecto a la media de las dos décadas anteriores. Como consecuencia, ha quedado al albur de la generación renovable (dependiente del clima) y, en particular, de las “energías de transición” como el gas: un mercado dominado por jugadores oportunistas como Rusia y donde aparecen duros competidores como China e India. Se formula así una pregunta fundamental para el futuro del continente: ¿Será Europa capaz de alcanzar la soberanía energética?
Por su flexibilidad y menor nivel de emisiones, el gas es la fuente más accesible para economías altamente dependientes del carbón como Alemania. Hoy por hoy, este combustible genera alrededor del 20% de la producción eléctrica europea, según Eurostat. En España la producción a partir de gas representó alrededor del 27% del sistema eléctrico en 2021, y en enero se alcanzó el 33,5% del total, según datos de Red Eléctrica.
El problema es que Europa tampoco tiene gas, y que el mercado mundial está sujeto a una elevada tensión. La reactivación económica en el último tramo de la pandemia puso de manifiesto este delicado equilibrio: las disrupciones del suministro de gas natural licuado (GNL) estadounidense a mediados de año se unieron a un aumento en la demanda generada por la descarbonización de gigantes como China o, en mucha menor medida, India, dando como resultado una fuerte subida de precios desde verano. La disminución del suministro ruso ligada a la crisis ucraniana ha terminado de cuadrar una tormenta perfecta, que ha disparado los precios del gas y el coste de la energía eléctrica.
El precio de los futuros del gas en el mercado neerlandés, referente europeo, refleja esta alocada carrera: de los 20 euros por megawatio en marzo pasó a 40 en agosto, volvió a duplicarse en septiembre hasta los 80 y, tras moderarse en noviembre, llegó a un pico de 166 el 21 de diciembre, desde el que ha caído un 50%. Aun así está un 300% por encima de la media de 2020, y no se normalizará hasta 2024, de acuerdo con las cifras de los futuros a más largo plazo de Intercontinental Exchange.
Los socios europeos son conscientes de su situación, hasta el punto de que la agencia Eurostat dispone de un indicador específico para la «dependencia energética» de los 27. De media, el 57,5% de la energia que consume el bloque es de origen extracomunitario. Italia lidera la lista entre los países más grandes de la UE, con un 73,4%, seguida de España con un 67,9% y Alemania con un 63,6%. Francia es el único de los gigantes europeos que se encuentra por debajo de la media, con un 44,4%, en parte gracias a su abastecimiento nuclear.
Esta dependencia tiene importantes matices en función de la fiabilidad de la fuente de suministro y de la concentración de las importaciones. Exportadores como Argelia, Noruega o Rusia, que dominan el mercado europeo, tienen diferentes grados de influencia en cada país dependiendo del peso de sus envíos en cada respectivo mix energético. Así mismo, el nivel de interconexión con el sistema de gas europeo o el acceso al mercado del GNL, que proviene principalmente Estados Unidos y Oriente Medio, son factores que pueden mitigar o empeorar el impacto de los flujos del mercado.
Gas, el as económico de Rusia
En este contexto, la concentración de varias decenas de miles de soldados e ingentes cantidades de material miltar ruso en la frontera ucraniana solo ha aumentado la presión energética sobre Europa, que ahora se traslada al plano geopolítico. El Kremlin maneja alrededor del 40% del suministro de gas europeo a través de la empresa estatal Gazprom, y ha utilizado esta «arma del gas» para presionar al bloque y alejarlo de las ex repúblicas soviéticas, su histórica área de influencia.
Según la Agencia Internacional de Energía, Moscú ha reducido en un 25% interanual los envíos de gas a la región durante el último trimestre de 2021. Este movimiento solo se podría explicar por su agenda política, afirma la institución, ya que en el contexto de los precios altos del gas mantener el suministro habría generado una jugosa rentabilidad para las exportaciones rusas.
Los recortes rusos se han dado esencialmente en dos de las cuatro rutas empleadas: el gasoducto “Yamal-Europa”, que atraviesa Bielorrusia y Polonia para llegar a Alemania, y el corredor ucraniano, que conecta Rusia con los países al sur de Alemania. Específicamente, este corredor ha pasado de movilizar alrededor del 45% de los envíos rusos en 2019 a cerca del 20% en 2022, según los datos del Ministerio de Energía de Ucrania.
El Kremlin tiene más influencia sobre algunos países que sobre otros. En Alemania, la principal economía del bloque, las importaciones rusas suponen entre un 60% y un 65% del total del gas consumido, mientras que en Italia ronda el 40%. En países como Austria la dependencia es tal que el Gobierno incluso ha advertido sobre posibles apagones ante la caída en el suministro. España y Francia, no obstante, están en una situación diferente. Aunque siguen siendo vulnerables ante las subidas de precio del mercado, las importaciones africanas protegen a sus sistemas ante las turbulencias rusas. Tan solo un 10,5% del suministro de la península, cuyo principal proveedor es Argelia, proviene de Rusia. Para los franceses, esta cifra se mantiene cerca del 17%.
La disminución de los flujos también se da en el contexto de un nivel anormalmente bajo en las reservas de gas europeas, que a principios de febrero se encuentran a un 35% de su capacidad, en contraste con el 48% en estas fechas de 2021, según datos de la agencia Gas Infrastructure Europe. De acuerdo con Fatih Birol, jefe de la Agencia Internacional de Energía, este déficit está principalmente localizado en los depósitos alimentados por Gazprom, que ha elegido recortar sus envíos al mínimo estipulado en los contratos, incluso en un entorno de precios estratosféticos.
El Gobierno de Vladimir Putin ha promovido intensamente la aprobación del Nord Stream 2, la vía gemela del gasoducto báltico Nord Stream, que sin paradas intermedias permitirá duplicar las exportaciones directas a Alemania. El proyecto, que ha costado en torno a 9.500 millones de euros y fue financiado al 50% por empresas europeas como Shell, Engie, y las alemanas OMV y Uniper, permitirá redirigir los envíos rusos sin cruzar el territorio de las exrepúblicas soviéticas. Fuentes del Gobierno ucraniano han indicado a Cinco Días que su utilización podría representar un ahorro de alrededor de 1.500 millones de dólares anuales en derechos de tránsito que el gigante paga por el paso de sus exportaciones a través de Ucrania.
El futuro del gasoducto, sin embargo, permanece incierto precisamente a causa de la concentración de tropas rusas en la frontera ucrania. Si bien el vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis, aseguró el 31 de enero que la aprobación del ducto se encuentra suspendida por «ir en contra de la legislación europea», nada garantiza que en el mediano plazo no se pueda retomar. En este sentido, los ucranianos temen que su posible aprobación incline la balanza geopolítica a favor de Rusia: “Si se aprueba el Nord Stream 2 no solo perderíamos el dinero, sino que afectaría nuestra seguridad. El gas hace que la Unión Europea mantenga un ojo sobre Ucrania y si eso se pierde Rusia podría ganar terreno”, ha advertido a este diario Aliona Osmolovska, asesora del ministerio de energía de Ucrania.
El riesgo de suministro, en todo caso, ha sido mitigado por la llegada de metaneros cargados de gas natural licuado, atraídos por la alta rentabilidad del mercado europeo. Este reequilibrio ha calmado los nervios en el mercado, y los precios del gas en el mercado neerlandés han caído en un 55,2% desde el último pico el 21 de diciembre. El suministro de gas por barco implica la necesidad de enfriar en origen el gas natural para que pase al estado líquido, transportarlo en barcos especiales y convertirlo de nuevo en gas natural en destino. Alemania o Austria, que no cuentan con terminales de GNL, solo pueden acceder a estas importaciones por medio de la red europea de gasoductos. España, por el contrario, es uno de los países con más capacidad de regasificación.
El consumidor español contempla atónito cómo el cóctel económico y geopolítico ha elevado un 72% la factura regulada de la luz en 2021, según el INE, a pesar de la escasa dependencia de gas ruso. Es, precisamente, la subida del precio del gas en el mercado internacional lo que ha desatado la subida de la tarifa, y gracias también al particular mecanismo de fijación de precios en la electricidad.
Así, el precio del mercado mayorista (donde operan empresas generadoras, comercializadoras y grandes consumidores) depende de la tecnología más cara que se use para cubrir la demanda diaria: si la nuclear y las renovables pueden hacerlo, el precio será bajo porque sus costes son menores. Pero si hay que usar gas natural o carbón, el precio lo fijarán estas tecnologías más caras. Además, en España el precio de la electricidad en este mercado mayorista se traslada directamente a la factura de los consumidores acogidos al mercado regulado. Un mecanismo que se ha tornado endiablado este 2021 y que explica la inusual atención que España presta al otrora mercado mayorista, pese a que la restricción del gas ruso apenas afecte directamente a España.
Un futuro, dos visiones
Líderes y legisladores europeos han insistido en la necesidad de diversificar. Recientemente, la comisaria europea de energía, Kadri Simson, viajó a Azerbaiyán para negociar un posible aumento de las exportaciones de gas desde este país que permitirían depender menos de Rusia. Asimismo, el alto representante de la Unión Europea para asuntos exteriores, Josep Borrell indicó este lunes que la prioridad inmediata del bloque es diversificar las fuentes de energía y los flujos de gas para evitar interrupciones en el suministro y «garantizar que los mercados energéticos mundiales sean líquidos, competitivos y bien abastecidos».
A la cabeza de la cruzada contra la dependencia, se ha situado la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, quien ha insistido en la urgencia de que Europa consiga la soberanía energética por medio de la transición ecológica. Una meta que no solo contribuirá a frenar el cambio climático, sino que aumentará la resiliencia energética del bloque.
De acuerdo con la Comisión Europea, lograr este objetivo supondría que Europa produzca la totalidad de su propia energía, cortando su dependencia de suministros externos y protegiéndose de posibles interrupciones y de la volatilidad de los precios del gas. También sería un gran ahorro económico: lograr los objetivos de reducción de emisiones en 2030 supondría una caída de más del 25% en las importaciones de combustibles fósiles, y de alcanzarse la neutralidad climática para 2050, el bloque ahorraría hasta tres billones de euros.
Sin embargo, el cómo lograrlo ha generado división entre los socios. Si bien Bruselas considera que ni el gas ni la energía nuclear son energías neutras a nivel climático, ha decidido defender su papel como «actividades de transición» para alcanzar el objetivo de una economía descarbonizada en 2050. La Comisión Europea ha propuesto a principios de febrero que ambas fuentes se consideren dentro de la taxonomía verde del Ejecutivo comunitario, un sistema que pretende orientar las inversiones en la transición ecológica.
Algunos países Europeos, entre ellos España, han alzado la voz contra la decisión. El Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO) ha considerado que la inclusión en la propuesta final de taxonomía o clasificación de la Comisión Europea (CE) del gas y la energía nuclear puede distraer fondos e inversiones que podrían destinarse en la «dirección correcta», las energías renovables, como la eólica o la solar.
En esta misma línea, La Unión Española Fotovoltaica (UNEF) ha transmitido su rechazo a esta etiqueta propuesta por Bruselas, al considerar que no se cumplen los criterios medioambientales para que el gas y la nuclear califiquen como inversiones sostenibles. “En la fase crítica que atravesamos a nivel global hacia la transición energética, esto podría restar inversiones que permitan el avance de la energía renovable, sería un error muy importante”, ha señalado Rafael Benjumea, Presidente de UNEF. En concreto, según Benjumea, esta decisión podría frenar la inversión en almacenamiento, hidrógeno verde y fotovoltaica, fundamentales para permitir una mayor flexibilidad en la gestión de la demanda energética.
La tendencia apunta a que en el medio plazo Europa se alejará del gas. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) cree que la demanda de gas en el bloque caerá este año un 4%, en un contexto marcado por la fuerte tensión en el mercado con unos precios históricamente elevados y una reducción de los suministros por gasoducto que llegan desde Rusia. En su informe trimestral sobre el mercado del gas publicado a finales de enero, se estima que el consumo de gas en Europa caerá en 2022 a 527.000 millones de metros cúbicos, frente a los 552.000 millones de 2021, y se acercará a los 522.000 millones de 2020, un año en que se había vivido un severo hundimiento por la crisis del Covid.
Por el contrario, visualiza un futuro optimista a medio plazo para otras energías. La AIE cree que el hidrógeno sin emisiones podría llegar a ser competitivo en el horizonte de 2030 en países con muchos recursos renovables, impulsado por una reducción significativa en sus costes de producción. Según el informe Global Hydrogen Review publicado a finales de enero, la demanda de hidrógeno a nivel global en 2020, fue de 90 millones de toneladas, utilizado sobre todo en la industria química y las refinerías; un dato que para 2030 podría crecer hasta 105 millones de toneladas.
Este optimismo es secundado por la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), una institución que asegura que el rápido crecimiento de la economía del hidrógeno mundial puede producir importantes cambios geoeconómicos y geopolíticos. Impulsado por la urgencia climática y los compromisos de los países con respecto a la producción de cero emisiones netas, IRENA estima que el hidrógeno representará hasta el 12% del uso de energía en el mundo para 2050.
“El hidrógeno se apalanca claramente en la revolución de las energías renovables, de modo que el hidrógeno verde se presenta como una solución radical para alcanzar la neutralidad climática sin comprometer el crecimiento industrial y el desarrollo social”, ha señalado Francesco La Camera, director general de IRENA.
Sin embargo, a corto plazo, Bruselas se conforma con “aceptar soluciones imperfectas”, en palabras de la comisaria de Servicios financieros, Mairead McGuinnes, al anunciar la polémica taxonomía verde que complace las peticiones de Francia y Alemania. Pero más allá de que esta reforma vea la luz verde, en lo que sí coinciden los 27 es en la urgencia de abandonar la dependencia de Rusia, que ha pasado en las últimas semanas de ser un socio energético a un potencial enemigo bélico. Tras un 2021 de crisis energética, la Unión Europea ha entendido que el gas es su arma de doble filo.