Hermann Bellinghausen: Ciudad de la poesía de la ciudad
L
a poesía en y sobre la Ciudad de México, inabarcable como la ciudad misma, ya no cabe en una antología como las de antes. Alguien la alaba, alguien la llora, alguien la odia todos los días. Se autodestruye con un frenesí que parece entusiasmo y es quizá mera locura. De todos modos, Claudia Kerik emprendió la tarea de recopilar y espigar lo que los poetas nacidos en ella y los adoptivos le cantaron, lamentaron, susurraron o imprecaron en el largo siglo XX, que se interna discretamente dos décadas atrás en el siglo XIX, y otras dos, tumultuosas y voraces, ya en el XXI.
La ciudad de los poemas: Muestrario poético de la Ciudad de México moderna (Ediciones del Lirio, 2021, 1113 pp) intenta lo imposible y nos presenta un mosaico monumental, casi brutal, irrepetible, de cuanto la urbe que fue Tenoch-titlan ha puesto a decir a los poetas en un castellano siempre moderno pues evoluciona.
Se remonta al Corrido de la luz eléctrica,
pasquín anónimo publicado por Antonio Vanegas Arroyo en 1888 donde la ciudad saluda la llegada de la electricidad. Y concluye en marzo de 2021, al inicio de la pandemia, cuando los cuerpos son conducidos / al extrañamiento
(Draupadí de Mora). Justo a la mitad del volumen confiesa Kyra Galván en un largo poema: Cómo no hablar de esta ciudad, / esta ciudad desgarrada y todos sus habitantes / viviéndose a sí mismos
.
De tan completo, el museo de Kerik roba el aliento. Y sin embargo está incompleto. Por razones de fuerza mayor no aparece (aunque sí) Efraín Huerta, poeta, si alguno, de la Ciudad de los Palacios y los camiones Juárez-Loreto, con sus musas carnales, obreros y humos al alba.
Se incluyen un prefacio y una introducción indispensables, breves presentaciones para sus cinco vastos capítulos, más un heroico apartado de notas biblio y hemerográficas. Estas son sus zonas: Postales de la megalópolis, Personajes capitalinos, El poeta y la ciudad, A pie o en transporte público: las visiones de un flaneur y El amor urbano. Las condimentan repentinos pasajes benjaminianos sobre arquitectura, literatura o recuerdos personales.
Dos cosas se confirman aquí. Una, que la ciudad pertenece a propios y extraños. No importa de dónde vengan, ésta se vuelve su casa. El jerezano, el tapatío, el veracruzano, el regio o el tuxtleco comparten derechos con los locales, los migrantes, los exilados de la República y de las dictaduras latinoamericanas, como la misma compiladora, Horacio Costa, Gelman, Mosches o Bolaño.
Otra confirmación es lo cerca que están la poesía y la crónica, algo ya intuido y documentado por José Joaquín Blanco (otra ausencia importante, como autor y como fuente), sea en Gutiérrez Nájera, Tablada, López Velarde, Novo, Leduc o Pacheco. Comparecen sin orden grupos, escuelas, estéticas encontradas e irreconciliables. Quién hubiera pensado que compartirían páginas Mario Santiago Papasquiaro y su némesis Gabriel Zaid. A bordo viajan modernistas, estridentistas, contemporáneos e infrarrealistas, Octavio Paz y Enrique González Rojo Arthur, La Espiga Amotinada y el padre Durán, Vuelta, Nexos y el suplemento de Monsiváis en Siempre!, el Ateneo, los Agoristas, priístas, surrealistas y espartaquistas, Gerardo Deniz y Abigael Bohórquez.
De manera un tanto caprichosa, Kerik añade algunas traducciones del yiddish, el inglés y el portugués. Otro muestrario posible y prometedor sería el de autores que han cantado o retratado nuestra ciudad en otras lenguas. Tan sólo del inglés estarían Lawrence, Lowry, Kerouac, Brodsky. Un tal John Ross, poeta y reportero neoyorquino, vivió más de 30 años en la calle de Isabel La Católica, donde escribió poesía chilanga-beat-jazzística y hasta una biografía
de la ciudad, El Monstruo, nada de lo cual tiene traducción al castellano.
Pero no carguemos tinta a la feraz cosecha de Kerik haciendo valer su condición histórica de detective salvaje
de los de Bolaño, en la saga absurda de esos jóvenes poetas
setenteros que le escupieron al establishment y hoy son mito, leyenda urbana. Tenemos la nostalgia de Efrén Rebolledo, los pasos de Urbina, las pasiones de Tomás Segovia y Bonifaz Nuño, los rumbos callejeros de Moreno Villa, Aura, Trejo Villafuerte. La perspectiva a contracampo de Rosario Castellanos, Isabel Fraire, Elsa Cross, Verónica Volkow, Elisa Díaz Castelo y otras subraya que ésta también es ciudad de las poetas.
Por sus dimensiones no es un libro para andar cargando, y reto sería leerlo en el Metro. Sin embargo, sus páginas son ligeras y fraternas, sus aires viven, sean floridos o pestilentes, dolorosos, abrumadores, reflexivos, terribles. Ciudad para encuentros cortazarianos, amores sórdidos, rupturas inacabables, tipos pintorescos, cartografías verbales, terremotos y la matanza de Tlatelolco.
Sobre las ruinas sin fin del sitio, Kerik erige un monumento cargado de pasado y de futuro, retrato de millones en la voz de sus más famosos y sus más desconocidos poetas. Como en el incomparable paseo de Buñuel, este muestrario sabe que la ilusión siempre viaja en tranvía.