El viaje de Scholz que irrita a Europa: ¿tropezará Alemania dos veces con la misma ‘China’?
El canciller Olaf Scholz llega este viernes a Pekín. La típica visita oficial que hace unos años apenas habría rascado algunos titulares ha desatado estos días un linchamiento mediático contra el líder alemán. Algunos aliados occidentales temen que Scholz cometa con China los mismos errores que su predecesora, Angela Merkel, cometió con su política de apaciguamiento y acercamiento hacia Moscú. Una filosofía que azuzó la adicción de la locomotora económica europea al gas ruso barato, y que el tiempo —y la guerra— demostró ser un terrible error de cálculo diplomático y geoestratégico. ¿Tropezará Alemania dos veces con la misma piedra?
Si el colapso de la cordialidad con Moscú ha hecho gruñir a las tripas del tejido industrial germano, ¿qué podría pasar si llega el momento de plantarle cara a China, principal socio comercial de Alemania desde hace seis años, su mayor fuente de importaciones y segundo mercado de exportación después de Estados Unidos? Lo que está en juego en este viaje es crucial para el futuro diplomático de la Unión Europea.
“La esperanza de Europa de forjar una política más coherente y clara hacia China depende, primero y ante todo, de Alemania. Si el país con los lazos más estrechos con China está preparado para renunciar a algunos de los beneficios de su privilegiada relación con Pekín, otros países europeos le seguirán”, resumió Noah Barkin, analista especializado en Asia en The German Marshall Fund of the United States. “Pero, si Alemania es vista persiguiendo sus propios intereses económicos con China, el resto tendrá pocos incentivos para hacer sacrificios”, agregó el experto.
Lo que más sorprende —y preocupa— es el momento y la compañía elegidos por Scholz para su periplo. No solo es el primer líder del G7 en visitar China después de la pandemia, sino el primer occidental en reunirse con Xi Xinping tras el reciente Congreso del Partido Comunista que ha otorgado un inédito y firme tercer mandato a un líder chino cada vez más autoritario y asertivo. Además, va acompañado de una docena de consejeros delegados de grandes empresas (BASF, Volkswagen y Siemens, entre otros) que hace temer que, como sucedió con Merkel, sean los intereses y criterios de Alemania S.A. los que dicten la pauta diplomática del encuentro.
Además, el canciller se entrevistará con el presidente Xi y su primer ministro, Li Keqiang, pero no con activistas u opositores, como es tradición en los viajes de políticos europeos a China —en teoría por falta de tiempo, ya que la delegación alemana no hará noche en Pekín por las duras restricciones contra el coronavirus vigentes en el país asiático—. Tampoco quiso que el presidente francés, Emmanuel Macron, le acompañara, emulando la reunión conjunta que organizó con Merkel para recibir a Xi en 2019 —según informó el diario Le Monde—. París instó a Berlín a retrasar su viaje y evitar que fuera percibido como un espaldarazo al controvertido nuevo mandato del presidente chino y una señal de falta de unidad entre los socios europeos. Scholz no parece haberle hecho mucho caso.
Repetir errores del pasado
La propia ministra de Exteriores alemana y pieza clave del tripartito que encabeza Scholz, Annalena Baerbock, se mostró poco convencida de la decisión de su socio. “El canciller ha decidido el momento de su viaje”, dijo esta semana la colíder de Los Verdes, agregando que es “crucial” que el mandatario toque los temas que los tres partidos de la coalición acordaron en su pacto de Gobierno, incluyendo la defensa de los derechos humanos, un trato justo y recíproco en negocios e inversiones y el respeto a las leyes internacionales. Días antes, la funcionaria había dejado su principal temor: «Que el error que Alemania hizo en los últimos años con Rusia pueda ser repetido. Hay que evitarlo».
Enrique Andrés Pretel
Un alto funcionario del Gobierno de Scholz explicó en una reunión de contexto con la prensa local que se trata de “un viaje de exploración” para ver “dónde está y hacia dónde va y qué formas de cooperación son posibles con esta China en concreto en la actual situación global”. Aseguró que, como aliado de Rusia, Pekín tendrá una «gran responsabilidad» en ayudar a terminar el conflicto y atemperar la retórica nuclear del Kremlin.
Con su plan bajo fuego, Scholz se vio obligado a publicar una larga columna en Frankfurter Allgemeine Zeitung en la que trató de explicar su decisión de acercarse a ver a Xi en cinco puntos. Desde el título —‘No queremos desacoplarnos de China, pero no podemos ser excesivamente dependientes’— ya da a entender que busca el virtuoso e inexistente término medio que Occidente lleva una década tratando de encontrar con Pekín. “Mientras China cambia, la forma en la que tratamos con China debe cambiar también”, escribió Scholz, quien para apaciguar a sus aliados asiáticos mandó en paralelo al presidente de la República de gira por Corea del Sur y Japón.
Sus argumentos van desde que hay que seguir conversando con China para que siga más cerca de los principios de la ONU que de las amenazas nucleares rusas a la necesidad de evitar que la escena internacional vuelva a caer en la política de bloques. “Alemania —que tuvo una dolorosa experiencia de división durante la Guerra Fría— no tiene interés en ver nuevos bloques emerger en el mundo”, aseguró.
«Lo que entiendo que Scholz quiere decir es: 1) Espero convencer a Xi de presionar a Putin. 2) No quiero del desacople económico de China. 3) Mencionaré Taiwán y Xinjiang. 4) Apuesto por cooperar con China«, escribió Ulrich Speck, analista geopolítico del centro suizo Neue Zürcher Zeitung. «¿Cuán creíble es Scholz en geopolítica? Noah Barkin lo clava: ‘Es difícil dar mensajes duros sobre Rusia, Taiwán y derechos humanos mientras tus CEO están sentados en la habitación de al lado queriendo hablar de inversiones», agregó.
Para contrastar, el canciller señaló su preocupación por la agresiva política exterior china hacia Taiwán, por los derechos humanos en Xinjiang y abogó por una política económica con “una diversificación inteligente que requiere prudencia y pragmatismo”. “China sigue siendo un importante socio comercial y empresarial para Alemania y Europa. No queremos desacoplarnos. Pero ¿qué quiere China?”, se preguntó. En resumen, Scholz asegura que va a Pekín a buscar respuestas.
Abrumado por el cargo
Pero las explicaciones —públicas y privadas— del Gobierno alemán no convencen del todo a sus aliados europeos y atlánticos, que temen que el encuentro Berlín-Pekín agregue más incertidumbres a la compleja e íntima relación sino-germana. La Unión Europea entendió después de la pandemia que necesita repensar su relación con Pekín, ya que su estrategia de “cooperación, rivalidad y competencia” no parece estar dando frutos. Pero no parece que Scholz vaya a ser el político con la idea brillante, coherente y efectiva sobre cómo su país —y Occidente en general— debe lidiar con la segunda mayor economía del mundo.
Enrique Andrés Pretel Carlos Barragán
Ni siquiera sus propios ciudadanos ven al canciller preparado para estos intríngulis. Un 55% de los alemanes considera que Scholz está abrumado por el cargo y no está a la altura de los desafíos, frente a un 37% que cree que sí, según una reciente encuesta publicada por el diario BILD. Además, su popularidad se ha desplomado y apenas un 27% de los consultados dijo que votaría por el dirigente socialdemócrata en caso de que hubiera elecciones.
Los motivos de preocupación ya venían desde antes de concretar el viaje. En los últimos meses, el canciller se ha mostrado favorable a que la gigantesca naviera china Cosco se haga con una participación del 25% en el puerto de Hamburgo, y tampoco ha objetado a que otra firma china compre una empresa de microchips alemana, pese a las reticencias de los servicios de inteligencia alemanes y la oposición en su propio Gabinete, en el que hasta seis ministros se han manifestado contrarios a estas operaciones.
Lucas Proto Gráficos: Raquel Cano Gráficos: Miguel Ángel Gavilanes
Pero el líder socialdemócrata tampoco tiene mucho margen de maniobra. La guerra de Ucrania no solo ha cambiado el tablero geopolítico global, también ha trastocado los pilares de medio siglo de diplomacia económica alemana. Durante décadas, el milagro económico teutón estuvo alimentado por la energía barata de Rusia, el bajo gasto en defensa —con una inversión muy por debajo de su peso político— y una exitosa imbricación comercial con China en la que se sustenta la competitividad de la pequeña y mediana empresa nacional. La invasión ha cercenado dos de estos factores. Así que Scholz no quiere perder Pekín, pese a los riesgos.
«Durante la cúspide de la globalización, la interdependencia se consideraba positiva. Era visto como una forma de dar estabilidad al sistema y muchos asumieron que eso impulsaría la paz global. Pero la guerra rusa contra Ucrania ha puesto esta teoría a dormir. Los políticos están despertando ahora al hecho de que la relación comercial con China ha fracasado en lograr ‘unir a Pekín al esquema liberal de incentivos de que las ganancias conjuntas requieren relaciones pacíficas‘ (Buzan, 1998)», explicó Andreas Fulda, analista de la escuela de relaciones internacionales de la Universidad de Nottingham, en su cuenta de Twitter. «Sin embargo, Occidente parece haberse atado con varios nudos a China», concluyó.