La búsqueda de oro arrasa con la riqueza de Ciénaga Colombia, en Caucasia
La historia es la misma y se ha contado cientos de veces. Cambian los nombres y lugares, pero las escenas son meras reproducciones con algunas variaciones esporádicas.
La locación de esta historia en particular es la Ciénaga Colombia, en Caucasia. El miércoles pasado, cuando apenas clareaba el día, integrantes de la fuerza pública, con la pesada munición encima y visores en sus cascos, cruzaron con sigilo pastos y vegetación espesa y agarraron por sorpresa a un grupo de mineros despedazando ilegalmente con motobombas las lomas y la terraza aluvial en torno al río Man, que alimenta la ciénaga y entrega sus aguas al acueducto de Caucasia. Mandaron a parar.
Luego vino la respuesta. Los mineros corrieron a bloquear la vía que conecta a Antioquia con la costa Atlántica, a pocos kilómetros del casco urbano. Lo de siempre: palos atravesados, alguna fogata y la fila de mulas, buses y carros a lado y lado. Se disolvió sin más tras algunas horas.
El jueves, mientras otra cuadrilla alistaba el equipo de campaña para trochar durante tres horas y verificar que los bordes de la ciénaga hubiesen quedado libres de mineros, las motobombas ya traqueaban para empezar de nuevo.
Fue el zumbido de un dron el que silenció las motobombas. Pararon pero no para irse sino para buscar el origen del aparato que los observaba desde el cielo. Lo encontraron. Un dron de prensa que retrataba la majestuosidad de la ciénaga y su profundo deterioro.
Con un aire entre desafiante y cauteloso, el grupo de veinte o veinticinco mineros se arrimó y soltó algunas palabras: que necesitan trabajar, que reconocen que están invadiendo propiedad privada, que saben del daño que le hacen a la ciénaga, al agua. Uno lanzó entre dientes una frase a modo de conclusión: “de todos modos, esto es muy difícil evitarlo…”.
Y se fueron. Primero caminando y juntos, luego corriendo desperdigados, mientras el dron los seguía, hasta que treparon al jhonson, la barca que los entra y saca de la ciénaga todos los días en su búsqueda de oro. Dejaron la ropa secando en árboles, un rancho bien armado y una caneca con bolsas de agua, por si no había quedado claro que es muy difícil evitarlo.
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La Ciénaga Colombia es un complejo de humedales, entre Caucasia y Cáceres, de 10.453 hectáreas que integra, a su vez, un conjunto de ecosistemas que hacen posible la existencia y conectividad del gran bioma de bosque húmedo tropical en Colombia.
Es una pieza dentro de un todo, con ocho ecosistemas, fundamental para garantizar los servicios ecosistémicos de Caucasia, Cáceres, parte del Bajo Cauca y la costa Atlántica.
Lo que explica Ana Ligia Mora, directora de Corantioquia, es que los complejos cenagosos como este hacen posible la regulación hídrica como reservas de agua, son hábitat de fauna y flora y aseguran la riqueza hidrobiológica de estos ecosistemas. O dicho en otras palabras, garantizan que salga agua por la llave, que haya ingresos en los hogares y comida sobre la mesa.
Y es que a pesar de su importancia para la conservación de biodiversidad, esto no riñe con la posibilidad de que haya un aprovechamiento sostenible de los recursos que ofrece la ciénaga.
En 2015, el Fondo Acción, Corantioquia, Natural Conservacy y el grupo HTM publicaron tras un par de años de ardua investigación la propuesta para la declaratoria del Distrito Regional de Manejo Integrado de la Ciénaga Colombia.
La directora de Corantioquia explica que la figura de Distrito de Manejo Integral permite conciliar los objetivos de un área protegida –conservar ecosistemas y restaurar los daños provocados por la actividad humana– con las reglas de juego para definir cómo y dónde se pueden desarrollar actividades productivas. En este caso, la ganadería, la agricultura, la pesca, el turismo y la investigación.
En área de influencia de la ciénaga hay 39 predios de 21 propietarios, sumando además los habitantes de seis veredas.
El proceso había conseguido cosas interesantes. De los 21 propietarios de fincas y haciendas identificados había logrado convencer a algunos de los dueños de los 13 grandes latifundios al interior de la ciénaga para que se la jugaran por la conservación ecológica y el manejo sostenible, por ejemplo, transitando de la ganadería extensiva –la mayor amenaza de la ciénaga junto con la minería– a los sistemas silvopastoriles, y además a aportar áreas de sus predios para preservación de biodiversidad, abastecimiento hídrico y seguridad alimentaria.
Pero la declaratoria es un proceso lento y las presiones socioeconómicas fueron más rápidas que la burocracia, entre otras razones, por los entuertos de varias tierras emproblemadas en procesos con la SAE y la falta de voluntad política. Desde hace casi una década el proceso advertía la amenaza de la minería ilegal e informal sobre la ciénaga y por ello contemplaba como meta la destinación de no más de 100 hectáreas y en puntos muy restringidos, la explotación minera bajo la obligación de restauración y uso sostenible.
En contraste, la minería de oro aluvial desató una profunda transformación del paisaje, fragmentación de las coberturas boscosas, degradación de suelo y contaminación hídrica, al punto que hoy tiene cercado a la bocatoma del acueducto que se abastece del río Man para proveer agua potable a los caucasianos. Una de las zonas que padece la invasión de mineros es la finca la Marsella, la segunda con mayor cantidad de área dentro de la ciénaga y quizás la que le apostó de manera más decidida a la declaratoria.
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La historia en la ciénaga, el miércoles pasado, tuvo una variación respecto a las refriegas y operativos contra la minería que se han repetido día tras día durante años.
Con tono pausado, como el de un profe que explica una lección, el oficial al mando del operativo les aclaró a los mineros filados frente a él que no habían llegado a reprimir sino a mediar y empleó un término que desde hace casi 100 días del gobierno Petro rige el actuar de la fuerza pública: seguridad humana.
Dijo el oficial que el objetivo del operativo era que tomaran conciencia de la contaminación que están causando a los cuerpos de agua que abastecen el acueducto que los surte a ellos mismos y sus familias y a los ecosistemas donde sale el pescado que consumen ellos y miles de caucasianos.
Les prometió que no habría incautaciones y capturas y les cumplió. Se marcharon con sus motobombas no sin antes entregarle la vocería a uno de ellos, quien le dio las gracias a la Policía por no atropellarlos ni maltratarlos, como las decenas de veces anteriores.
Al día siguiente otro minero llamado Jorge insistió tímidamente ante la cámara de este medio que explotan la tierra por necesidad, que viven un día a la vez y consiguen con la minería no más que el sustento para sus familias. Que no hay ningún plan orquestado para invadir tierras y su llegada aquí o a otro punto se da circunstancialmente conforme se corre la voz entre vecinos de que allí les puede brillar la suerte.
Lo decía mientras algunos compañeros hacían corrillo. Hombres con el rostro y el cuero duro y otros niños que apenas llegan a los 14 años y que aseguran estar estrenándose en las lides y prometen que el otro año sí estudiarán.
Entre la poca prenda que soltaron tiraron un par de datos útiles. Que no le creen a la formalización hasta que no haya una reforma de fondo al uso y propiedad de la tierra. También contaron que un día de trabajo les deja entre $60.000 y $70.000, pero no a quién le venden los gramos de oro que sacan ni quién les paga el jornal.
Y es que según Álvaro Díaz, asesor de Planeación municipal en Caucasia, la gran conclusión que dejó el paro de hace dos meses que se saldó con un acuerdo entre el Gobierno Nacional y mineros es que la interminable problemática de la minería en el Bajo Cauca no admite ya medias tintas.
De las mesas de trabajo y los Diálogos Vinculantes el Gobierno Nacional se levantó, apuntó Díaz, con el compromiso de incluir en el Plan Nacional de Desarrollo la ruta de la transformación definitiva del ordenamiento territorial en el Bajo Cauca y la formalización de la propiedad.
No hay que perder de vista que a pesar de tener una generosa área geográfica de 857.245 hectáreas, el Bajo Cauca es la segunda subregión de Antioquia con menor cantidad de propietarios y unidades prediales.
Según un estudio de Eafit en alianza con la Gobernación, el 9% de los propietarios que tienen predios de más de 200 hectáreas poseen el 51 % del terreno agropecuario y hay 40.000 hectáreas con problemas de formalización.
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En cuanto a Ciénaga Colombia, a pesar de estar gravemente amenazada todavía tiene dolientes que la cuidan, como Fidel Escorcia, uno de los 120 guardaciénagas que en alianza con EPM y Corantioquia protegen las 53 ciénagas que tiene el Bajo Cauca.
Fidel lleva 50 años alternando sus faenas de pesca con la limpieza y restauración caños y quebradas que alimentan la ciénaga. Es un biólogo a pesar de que nunca pisó una universidad. Monta talleres y organiza a la comunidad para resolver los conflictos ambientales que surgen allí.
Cree firmemente que Ciénaga Colombia tiene futuro porque algunos de los grandes propietarios coinciden con los pescadores que viven en pobreza y pobreza extrema en la necesidad de un plan de manejo ambiental que prolongue la riqueza de este complejo cenagoso.
Puede que tenga razón. Pero el margen de maniobra se acorta al ritmo de las motobombas y minidragas. Parar allí la minería, la descontrolada minería aluvial de oro, no admite demoras. En juego está el agua, o sea todo