Curiosidades, mitos y todo lo que debes de saber del ajolote en su día
El dragón pálido y minúsculo se escabulle en un sopor plácido a través de las algas y el lecho fangoso de los canales del Valle de México. Las trajineras, el estrépito de los mariachis, el escándalo de los turistas, son meros contratiempos en su rutina milenaria de silencios y tiempos suspendidos bajo el agua.
La escurridiza salamandra mitológica serpentea a través de este universo de aguas brumosas que hace mucho dejó de pertenecerle. Se enfrenta a la incertidumbre de la vida diaria con el recurso infalible de su sonrisa, dibujada desde siempre en su rostro infantil, mientras espera engullir con una ternura imposible a sus presas naturales. Está emparentado con las salamandras, pero en realidad comparte más características con las ranas y los sapos, aunque se diferencia de ellos por la característica única de conservar las mismas habilidades que tuvo cuando era una larva: un infante eterno.
Una mezcla de curiosidad y mito
En algún momento de la historia, el simple hecho de existir le bastaba para ser venerado por los pueblos originarios del Lago de Texcoco. El nombre por el que lo conocemos -y que le es indiferente, pues responde a una lógica distinta y más interesante a la de los seres humanos- proviene del náhuatl, y significa monstruo de agua. Está basado en el dios Xólotl, hermano gemelo de Quetzalcóatl, y que según la leyenda se transfiguró en este anfibio para escapar de la muerte. Se trata del ajolote, nuestro minúsculo dragón mexicano.
El ajolote: Una especie única
Aunque esto aconteció hace muchos siglos -y más allá de su propia comprensión-, la razón extraña de la naturaleza puso sobre el cuerpo del ajolote dos pares de patas minúsculas. Esto con un propósito estético, pues el diminuto dragón mitológico no tiene autoridad alguna más allá de la superficie del agua, y utiliza el ornamento de sus patas para posarse en la melancolía de sus reinos subacuáticos. Se queda inmóvil, siempre sonriente, mirando sin mirar, majestuoso con las ramificaciones coloridas que surgen de su cabeza como bifurcaciones de coral, y que lo embellecen como el penacho de un emperador azteca.
El ajolote es endémico de lo que alguna vez fueron los lagos inmensos que bañaron Tenochtitlán. Si hoy se encuentra en distintos rincones del mundo es debido a la curiosidad extranjera, a la rapacidad e insensatez de quienes lo venden como mascota, y al interés de la comunidad científica, que se desvive por comprender -y reproducir- esta habilidad que tienen los ajolotes de regenerar las extremidades y los órganos de su cuerpo, entre ellos el corazón, y que por lo tanto los convierte, quizás, en los únicos animales en este mundo incapaces de morirse de amor.
Datos y curiosidades del ajolote
Existen diecisiete especies de ajolotes. De estas, dieciséis son endémicas, y su tiempo de vida fluctúa dependiendo de si se encuentra en cautiverio, o vaga a la deriva en su hábitat reducido de Xochimilco. Puede vivir hasta quince años. El ajolote es uno de los pocos animales en el mundo que pertenece a la especie neotenia, lo que significa que sus características juveniles -cuando era una larva- las conserva por el resto de su vida, como una infancia extendida, aun en su madurez sexual.
El ajolote se alimenta de charales, lombrices, acociles y artemias -crustáceos minúsculos-, y también plantas y algas. Él, por su parte, si se descuida, es devorado por garzas, aves acuáticas, y peces introducidos de modo clandestino en Xochimilco. El ajolote tiene cuatro dedos en las patas delanteras, pero cinco en las delanteras, y respira por sus branquias, piel, boca y nariz.
Todo cuanto lo conforma está destacado por su singularidad. De acuerdo con una investigación científica realizada por la revista Nature, el ajolote tiene «32 mil millones de pares de bases ADN, que representan 10 veces más respecto del genoma humano, y que lo convierte en uno de los genomas más grandes secuenciados por la ciencia«.
Una especie vulnerada
Es raro encontrar ya al ajolote en el hábitat acuífero de sus territorios naturales. El crecimiento voraz de la Ciudad de México los ha orillado, más que al olvido, al borde de la desaparición total. Resulta paradójico que el gobierno mexicano resalte la importancia cultural del ajolote al incluirlo en su icónico de billete de cincuenta pesos, pero que no implemente mecanismos verdaderos para salvarlo de la extinción.
No obstante, desde el 2018 el Senado de la República decretó el 1º de febrero como el Día Nacional del Ajolote.
Es un extraño en las aguas donde ahora surcan trajineras, donde cantan los mariachis, donde los extranjeros se desatan en desmanes innecesarios. El ajolote, el minúsculo dragón solitario, la legendaria salamandra mitológica, vaga en silencio por los mismos canales donde su especie abundó hace siglos, y donde en algún momento de la historia del mundo fue venerado por un imperio.
Con información de UNAM y Gobierno de México.
FS