Los talibanes ‘limpian’ Kabul de drogadictos y los encierran en una antigua base militar
Kabul / KandaharPol-e-sokhta es uno de los puentes que cruza el río Kabul a su paso por la capital afgana. Su nombre no puede ser más acertado. Pol-e-sokhta significa “puente quemado” en dari, una de las lenguas oficiales de Afganistán. Cada día centenares de jóvenes se escondían bajo el puente para quemar su vida: se inyectaban heroína. Muchos se clavaban las jeringas en el cuello o en los genitales porque ya no les quedaba ninguna otra vena sin machacarse para pincharse. El esperpéntico espectáculo pasaba a plena luz del día y en Kabul durante los años que aún había tropas extranjeras en Afganistán y llegaban miles de millones de dólares al país en ayuda internacional.
Ahora debajo de los arcos del puente continúa habiendo agua pestilente estancada pero no se ve ni a un solo drogadicto. Tampoco los encuentras ni en los parques ni en los parterres de la capital, que era donde se concentraban cuando los echaban de allí abajo. Desde que los talibanes están en el poder, no hay ni un drogadicto en las calles de Kabul. Han desaparecido por arte de magia.
“Hace unos tres meses los talibanes recogieron a todos los drogadictos y los llevaron a la fuerza al hospital de las Mil Camas”, dice un trabajador del centro, que prefiere mantener el anonimato para no tener problemas. El denominado hospital de las Mil Camas es una antigua base militar de las tropas estadounidenses en las afueras de Kabul. Es cierto que el recinto se transformó en un hospital tras la marcha de la mayoría de los soldados extranjeros, cuando el gobierno de Ashraf Ghani aún controlaba la ciudad y todavía no había huido en desbandada con la llegada de los talibanes.
Ahora en la antigua base militar y en otros dos recintos hay unos 4.000 drogadictos encerrados. Todos, en teoría, para someterse a un tratamiento de desintoxicación. Al menos esa es la versión oficial de los talibanes.
“El tratamiento dura 45 días”, explica el trabajador del hospital. El problema es que no tienen ni suficientes fármacos ni personal médico para tantos toxicómanos. “Hay 25 doctores y 36 enfermeros, y les damos algún calmante y somníferos”, detalla. También asegura que tienen órdenes del ministerio de Interior talibán de no dar de alta a ningún paciente bajo ninguna circunstancia. “Duermen de dos en dos porque no hay suficientes camas para todos. Y muchos también tienen sida, hepatitis B o neumonía”, declara. Semanas atrás algunos toxicómanos protagonizaron un motín. Tenían una razón de peso: se mueren de hambre. El trabajador del hospital confirma que la comida escasea: “Muchos sufren malnutrición. Apenas les damos un poco de arroz y judías”.
El ministerio de Interior [talibán] ha dado la orden de que no se dé de alta a ningún drogadicto. ”
Los talibanes se han propuesto dar una imagen idílica de Afganistán, aunque eso suponga esconder los problemas debajo de la alfombra. Y la droga es uno de los problemas gordos de Afganistán. El país es el primer productor de opio del mundo y, según una encuesta realizada por la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Crimen (UNODC) en 2009, ya entonces más de un millón de afganos estaban enganchados a algún tipo de estupefaciente. Desde entonces la cifra no ha hecho más que crecer.
Los talibanes prohibieron el cultivo de opio durante su primer régimen, hasta el punto de que la producción llegó a cero en el año 2001. De esta forma pretendían ser reconocidos como gobierno legítimo de Afganistán internacionalmente. Para conseguirlo, recurrieron a un método expeditivo: mataban a los agricultores que plantaban adormidera.
Durante su primer año en el poder desde que se hicieron con el control de Kabul en agosto de 2021, las hectáreas de opio ha aumentado un 32% en Afganistán, según datos de UNODC. Sin embargo, los agricultores aseguran que la situación ha cambiado radicalmente en los últimos meses.
La entrevista tiene lugar en la ciudad de Kandahar, capital de una de las provincias del sur del país con más campos de adormidera. Trasladarse a una plantación es imposible. Los talibanes prohíben a los periodistas informar sobre ese tema y tienen controles en las carreteras. En Kandahar todos los restaurantes están cerrados porque es Ramadán. El único lugar discreto para hablar con un agricultor y no levantar sospechas es circulando por la ciudad dentro de un coche. Él, sentado en el asiento del copiloto. Esta periodista, en el de atrás cubierta con un burka.
“Los talibanes me arrasaron unas 2,5 hectáreas de opio cuando ya hacía cuatro meses que lo había plantado”, se queja el agricultor, Malik Baz Mohammad, que se dedica al cultivo de la adormidera desde hace más de una década. El opio tarda cinco meses en crecer, así que las plantas estaban casi a punto de la cosecha. “Antes en las zonas que estaban controladas por los talibanes, podíamos plantar opio tranquilamente porque la policía no iba. Incluso se lo vendíamos a ellos”, asegura. Por eso no entiende que ahora, que los talibanes están en el poder, destruyan los campos de adormidera.
La consecuencia de eso es que el precio del kilo de opio ha aumentado. Antes valía 20.000 afganis (unos 208 euros) y ahora ya llega a los 30.000 (313). Baz Mohammad tiene una plantación de seis hectáreas y espera conseguir unos veinte kilos de opio. Según dice, los talibanes prohíben su cultivo, pero no la venta.
Mohammad Azim hace incluso más tiempo que se dedica a la producción de opio: más de dos décadas. La entrevista también se desarrolla dentro del coche. Corrobora la versión del primer agricultor: plantar opio está prohibido pero es posible venderlo en los mercados de Kandahar sin problemas. “A mí los talibanes no me han destruido los campos pero me he quedado sin agua y no he podido plantar adormidera”, lamenta. Afganistán traviesa una severa sequía. Lo que no conseguirán los talibanes, lo hará el cambio climático.