La chatarra, detrás de la epidemia de obesidad en México.. y no es más barata: estudio
Sin embargo, esta noción es desbancada a través de un estudio realizado por un grupo de científicos mexicanos que analizaron el gasto y los hábitos de niños y jóvenes para llevar una dieta sana sin necesidad de que los costos se eleven.
Se trata de un estudio llamado “Una alimentación saludable no es más costosa que opciones menos saludables: análisis de costos de diferentes patrones alimentarios en niños y adolescentes mexicanos”, publicado en la revista revista Nutrients de la Multidisciplinary Digital Publishing Institute (MDPI), encabezado por Patricia Clark, jefa de la Unidad de Epidemiología Clínica del Hospital Infantil de México Federico Gómez-Facultad de Medicina UNAM.
El trabajo busca desmitificar este tipo de posturas debido a que México es un país con un problema grave: cuatro de cada 10 niñas, niños y adolescentes tienen obesidad y sobrepeso. Cinco de cada 10 acostumbran a comer botanas, postres y dulces como parte de su dieta diaria, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) más reciente, de 2021, que analiza sobre todo las consecuencias del COVID-19 en la población mexicana.
Esto además trae problemas posteriores, como la diabetes. “La obesidad se asocia al desarrollo de muchas otras enfermedades, como las cardiovasculares, la diabetes tipo 2, algunos tipos de cáncer y accidentes cerebrovasculares”, aseguró Clark a la UNAM la semana pasada. Su estudio está nominado entre los mejores papers del año en Nutrients.
“La transformación de la dieta mexicana tiene que ver con los sistemas de producción, antes éramos un país autosustentable y ahora debemos importar alimentos. Esto hace que cuesten más. También el ingreso a México de productos de otras culturas, por ejemplo, las grandes cadenas de hamburguesas o donas que no estaban disponibles, o muchas otras que ya hemos asimilado, como las frituras”, explicó. Además de los refrescos, estas industrias tiene el gran respaldo de la mercadotecnia.
Para obtener los precios se realizó un análisis descriptivo de los costos directos de los 146 alimentos del cuestionario de dieta aplicado a los jóvenes a través de la técnica de “microcosteo” recogiendo el precio y calculando el costo por cada producto. Los costos individuales de los alimentos fueron luego transformados en porciones y equivalentes para determinar el costo total. Esto se dividió en tres patrones: el sano, el patrón de transición y el no sano.
“En resumen, los criterios utilizados para asignar un alimento a un grupo de alimentos en particular fueron su similitud en el contenido de nutrientes (por ejemplo, grasas, proteínas, carbohidratos) y fibra dietética. Otros grupos se clasificaron según su perfil de ácidos grasos. (por ejemplo, aceites vegetales). Finalmente, algunos alimentos individuales eran grupos de sí mismos debido a su frecuencia de consumo y composición nutricional única (por ejemplo, alimentos mexicanos y tortillas de maíz, papas, huevos, jugo de tomate…”, explicaron.
Los precios se recolectaron entre enero de 2019 y abril de 2019. “Se identificaron diferentes precios para un mismo producto según marca, área y tamaño de empaque. Se estimaron un total de 133 costos unitarios según los alimentos utilizados para este estudio”, detallaron.
Por ejemplo, un kilo de plátano se fijó en promedio en 20 pesos; el agua, en 12 pesos el litro; bebidas azucaradas, en 13 pesos; carne de cerdo, en 80 pesos y un kilo de frituras, en 115 pesos. El estudio concluye que la diferencia de dinero utilizado en los tres patrones “no fue significativa”.
El patrón saludable tuvo un costo promedio de 352.69 pesos, mientras que el patrón de transición tuvo un costo promedio de 323.65 pesos y el patrón no saludable 311.43 pesos por cada dos semanas, con una ingesta de calorías de dos mil 756 kilocalorías para el sano y hasta dos mil 814 para el no sano; “no se observaron diferencias estadísticamente significativas entre los patrones dietéticos”, indicaron los científicos.
El estudio consideró que seguir las recomendaciones de la “Guía Eatwell“, que muestra cuánto de lo que comemos en general debe provenir de cada grupo de alimentos para lograr una dieta sana y equilibrada, tiene un costo equivalente que un dieta no sana.
LAS LIMITACIONES
Sin embargo, los científicos aceptan que, al analizar los resultados finales, a pesar de que la conclusión de que el gasto entre una dieta sana y una “chatarra” es prácticamente el mismo, “es relevante considerar que la edad de los participantes podría tener algún impacto en las pocas diferencias encontradas entre dietas saludables y no saludables”. “En esta población [niños, niñas y adolescentes], la mayoría de las decisiones de compra y consumo de alimentos las toman los padres o cuidadores principales de los niños; sin embargo, tales decisiones afectan principalmente a los niños, ya que a medida que ingresan a la adolescencia comienza a haber más libertad en la compra y consumo de alimentos”, precisaron.
Otra limitación es que la muestra se tomó exclusivamente en la Ciudad de México y la Zona Metropolitana, por lo que “no refleja las características de la dieta de las zonas rurales o de las diferentes regiones del país, la cual, como es bien sabido, puede variar de acuerdo a la cultura, etnia o nivel socioeconómico de cada región”.
“Con relación a los niños, niñas y adolescentes, es importante tener en cuenta que las elecciones de consumo, especialmente en los niños y adolescentes que compran alimentos dentro y fuera de las escuelas, pueden ser subreportadas por el estigma o temor al juicio de sus padres o tutores principales ahora de reportar información sobre el consumo”, añadieron.
Asimismo, el estudio no incluyó los costos de oportunidad, es decir, el valor económico del tiempo invertido en la adquisición y preparación de los alimentos. “Esto es relevante en un medio urbano donde el trabajo familiar y la dinámica social le otorgan un valor diferente al tiempo, y es posible dedicarlo a determinadas actividades intrafamiliares relacionadas con la alimentación”, advirtieron.
Por ello, sugirieron a futuros investigadores del tema que incluyan estos factores socioeconómicos, así como un análisis más detallado del contenido nutricional de la dieta mexicana y su costo, y cómo estas decisiones pueden impactar en la salud de la población.
“En conclusión, los patrones alimentarios de los niños, niñas y adolescentes de la Ciudad de México y la Zona Metropolitana no difieren en costos entre unos y otros; por tanto, se puede desmitificar la percepción de que una dieta saludable es más cara”, afirman por último, pero a la vez aceptan que “se necesita más investigación para investigar el impacto de los precios sobre otras dietas mexicanas en diferentes edades y regiones del país, ya sea para reproducir los resultados del presente estudio o para saber si las diferencias se mantienen en otras regiones del país debido a la diversidad de alimentos regionales que en nuestro país es alto”.
UNA EMERGENCIA QUE NECESITA ATENDERSE
“Estas prevalencias en aumento son derivadas, seguramente, del tiempo frente a pantalla, el sedentarismo, la inseguridad alimentaria y otros determinantes ocasionados por la pandemia de COVID-19”, explica.
A nivel nacional, y por localidades rurales y urbanas, los preescolares consumen tres días o más a la semana alimentos no recomendables para el consumo cotidiano como bebidas endulzadas, botanas, dulces y postres y cereales dulces, cuyo porcentaje supera el consumo de alimentos saludables, ricos en micronutrientes y fibra como las frutas, verduras, leguminosas y nueces y semillas.
Además, existe un bajo consumo de frutas, verduras y leguminosas en la población escolar (menos del 40 por cienyo), las cuales son fuente de fibra dietética y nutrimentos antioxidantes. “Se ha observado una tendencia hacia un mayor consumo de grupos de alimentos no recomendables para consumo cotidiano en los hombres escolares que habitan en localidades urbanas. No obstante, 96 por ciento de los escolares en el tipo de localidad rural consumen bebidas endulzadas al menos tres días a la semana”, reveló.
Desde el año 2018, “se aprecia que la población adolescente mexicana está manteniendo un patrón de consumo alto en bebidas endulzadas y alimentos con elevado contenido de harinas refinadas, azúcar o sodio”, que está relacionado con mayor riesgo de desarrollo de sobrepeso y obesidad, hipertensión, diabetes y otras enfermedades crónicas no transmisibles.