Profesores y familias, agentes esenciales para educar a futuros adultos respetuosos con … – EL PAÍS
En un aula de quinto de Primaria, los alumnos, a propuesta del maestro de Matemáticas, se afanan por calcular la huella de carbono que se produce en un desplazamiento en coche. Es una manera de conocer, de forma práctica, las repercusiones que el uso del vehículo tiene en el medio ambiente y en nuestra salud. Seguidamente, analizan cuáles serían las emisiones si este recorrido se hiciera en un medio de transporte más sostenible y menos emisor de CO₂ —el 71,7% de las emisiones de CO₂ de la Unión Europea, en 2019, provinieron del transporte en carretera, según el informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente—.
El camino hacia la sostenibilidad de las nuevas generaciones tiene en los docentes, pero también en las familias, los principales agentes de cambio. Óscar Jerez, del Grupo de Didáctica de la Geografía de la Universidad de Castilla-La Mancha, explica que el papel de los padres, junto con los agentes educativos, se debe basar en desarrollar buenos hábitos que se reproduzcan en los más pequeños: “De ahí la importancia de que los padres y las madres se conciencien y valoren la importancia de proteger y conservar el medio. Que conozcan y actúen luego”. Para alcanzar el objetivo, el método más adecuado y natural es la imitación. “Si los progenitores actúan de manera sostenible cotidianamente, se puede desarrollar este aprendizaje mediante un proceso cognitivo que se produce observando y reproduciendo sus conductas y comportamientos en el entorno”, garantiza.
El trabajo conjunto entre el hogar y el aula produce interesantes sinergias que se materializan directamente en el entorno familiar, logrando que tanto hijos como progenitores tomen conciencia en su entorno más cercano de la necesidad de reciclar, apagar la luz o bajar la calefacción. “Los niños formulan preguntas del tipo: ‘¿Qué planeta voy a heredar?’, ‘¿Cómo será el mundo en el que voy a vivir?’, ‘¿Por qué nos importa tan poco la tierra?”, sostiene Fernando Guzmán, del departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Sevilla. Unas preguntas que, según asegura, de ser escuchadas y meditadas podrían provocar cambios en los hábitos de las familias: “Por esta razón, propongo que escuchemos de otro modo a los niños y atendamos a lo que tienen que decirnos sobre el futuro. Ellos son los auténticos agentes del cambio y sus progenitores deberían sumarse a este nuevo empuje que pone el acento en la corresponsabilidad del cuidado de la tierra, de su barrio o de su colegio”.
Sin embargo, a veces, tratar la realidad del cambio climático en el aula puede generar un sentimiento de desesperación profundo en el alumnado. “Cuando planteas esos temas, por ejemplo, en Primaria, tienes que ser consciente de que no puedes trasmitir esa responsabilidad a los niños, puesto que no son responsables del cambio climático”, afirma Ignacio Ramis, doctor interino en la Facultad de Educación de la Universidad de Cuenca. “Hay que informarles del problema que existe para que convivan con ello sin caer en la desmoralización”, añade. En ocasiones, pese al esfuerzo de los profesores, es muy difícil que las enseñanzas que se trasladan al niño en el aula reporten un cambio significativo en el hogar. “Porque, por ejemplo, cuando acompañan a sus padres a los supermercados, se llevan a casa un montón de plástico, aunque no quieran. Por eso, una cosa es lo que puedes hacer en la escuela y otra la responsabilidad que trasladas a una persona que no tiene capacidad de hacer un gran cambio”, agrega Ramis.
Aun así, a través de las distintas asignaturas se puede trasladar a los estudiantes cómo ser más respetuosos con el planeta. Por ejemplo, explica este experto, las Matemáticas son una herramienta de cálculo fundamental para entender con números de qué manera el desperdicio de comida, el despilfarro energético, la tala de árboles o el derroche de agua afectan a los ecosistemas y a las poblaciones que los habitan: “Por todo esto, si eres capaz de transformar tu clase en una clase transversal para hablar de qué es un ecosistema y hacer cálculos sobre el impacto que tienes en él a través de tu consumo, trabajas las matemáticas a la vez que consigues que tus estudiantes sean conscientes y lo trasmitan”.
A través de la asignatura de Geografía también se pueden realizar interesantes aportaciones al conocimiento medioambiental de los estudiantes para que luego lo trasladen a sus padres. “Esta disciplina contribuye al desarrollo de valores ambientales a partir de estudios comparativos de los efectos del uso y abuso de estos recursos energéticos a escala local y global”, asegura Ramis. En el caso de temas relacionados con la energía, la Geografía, que integra ciencias naturales y sociales, trabaja juntamente con otras áreas, abordándose desde una perspectiva geográfica, espacial o territorial, pero también lingüística, matemática, ética, física, filosófica… Además, existen dos Geografías: “Una, escolar, que enseña conocimientos, destrezas, valores y conductas; y otra, vivencial, aquella que interacciona diariamente con el entorno y que enseña actitudes sostenibles a través de lecturas, televisión, cine, redes sociales, internet, familia o amigos. Ambas se articulan y complementan porque, como dice un proverbio africano, “se necesita una tribu entera para educar a un niño”, según destaca Jerez.
Por otra parte, la asignatura de Lengua, una materia que puede parecer ajena a la enseñanza de aprendizajes relacionados con la sostenibilidad ambiental, plantea diversas reflexiones metalingüísticas sobre el significado de determinadas palabras. “Tomar conciencia del valor social e ideológico que tienen algunos términos como sostenibilidad o derroche, en relación con los hábitos de consumo, suele ser muy eficaz”, dice Guzmán. Las palabras cotidianas poseen numerosas historias que pueden ser redescubiertas y compartidas en el aula. “Reflexionar sobre las palabras que construyen nuestro discurso nos pone ante un espejo sobre cómo cuidamos nuestra casa común, la tierra. La reflexión sobre la lengua (o metalingüística) también supone una forma de tomar una postura ética en el mundo que vivimos”, argumenta.
Asimismo, Guzmán asegura que cada crisis sanitaria, como la covid-19; social, como las colas del hambre; o medioambiental, como un extenso incendio, generan nuevos usos comunicativos: “Esta circunstancia provoca que la transferencia de la calle a la escuela, y viceversa, sea algo frecuente y fluido”. Para este experto, el trabajo en la escuela suele incorporarse a las casas de una forma natural y no forzada. “Este hecho hace que los niños puedan entender mejor buena parte de las conversaciones que tienen los adultos o cuando escuchan alguna noticia en la radio”, recuerda. Aunque reconoce que hablar de crisis energética puede resultar tedioso, si los menores poseen las claves lingüísticas de este discurso pueden construir una imagen mental sobre este asunto y consensuar nuevos sentidos a cosas que ocurren en su entorno.
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