Antidepresivos o salir a correr, ¿qué es más efectivo?
Los beneficios del deporte en la salud mental son numerosos y están bien documentados, pero la realidad es que rara vez, sino nunca, se han comparado con los beneficios que pueden aportar fármacos específicos. Esta semana se ha publicado el primer estudio que compara los efectos de los antidepresivos con los ejercicios de correr para tratar la ansiedad, la depresión y la salud mental en general. ¿Hay alguno más efectivo?
De acuerdo con los resultados, ambos tienen aproximadamente los mismos beneficios para la salud mental, pero correr durante 16 semanas aportaría más beneficios que mantener un tratamiento farmacológico a lo largo del mismo periodo.
De acuerdo con Brenda Penninx, líder del estudio y quien presentó sus resultados en la conferencia del European College of Neuropsychopharmacology (ECNP) “Queríamos comparar cómo el ejercicio o los antidepresivos afectan la salud general, no solo la salud mental. Este estudio brindó a las personas con ansiedad o depresión una opción en la vida real: medicación o ejercicio. Curiosamente, la mayoría optó por el ejercicio, lo que llevó a que el número de personas en el grupo de carrera fuera mayor que en el grupo de medicación”.
El equipo de Pennix analizó a 141 personas que habían sido diagnosticadas con depresión y/o ansiedad. Se les ofreció elegir un tratamiento. El primero era farmacológico: antidepresivos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) durante 16 semanas o terapia de carrera grupal durante 16 semanas. Del total, 45 eligieron antidepresivos y 96 participaron en la rutina física. Los miembros del grupo que eligieron antidepresivos tenían un diagnóstico de depresión ligeramente mayor que aquellos que eligieron correr.
“El tratamiento con antidepresivos requirió que los pacientes cumplieran con la ingesta de medicación prescrita, pero esto generalmente no tiene un impacto directo en los comportamientos diarios – explica Pennix -. Por el contrario, el ejercicio aborda directamente el estilo de vida sedentario que a menudo se encuentra en pacientes con trastornos depresivos y de ansiedad al alentar a las personas a salir, establecer metas personales, mejorar su condición física y participar en una actividad grupal”.
El ensayo duró 16 semanas y durante ese tiempo un 48% de los que seleccionaron la opción de correr, abandonaron el ensayo, mientras, entre los que eligieron los antidepresivos, el abandono apenas alcanzó el 18%.
Al final del ensayo, alrededor del 44% de ambos grupos mostró una mejora en la depresión y la ansiedad; sin embargo, el grupo que corrió también mostró mejoras en el peso, la presión arterial y la función cardíaca, mientras que el grupo que tomó antidepresivos mostró una tendencia hacia un ligero deterioro de estos marcadores metabólicos.
“Ambas intervenciones ayudaron con la depresión aproximadamente en la misma medida – afirma Pennix -. Los antidepresivos generalmente tuvieron un peor impacto sobre el peso corporal, la variabilidad de la frecuencia cardíaca y la presión arterial, mientras que correr tuvo un mejor efecto sobre el estado físico general y la frecuencia cardíaca, por ejemplo. Actualmente, estamos analizando con más detalle los efectos sobre el envejecimiento biológico y los procesos de inflamación”.
Pese a la similitud de los resultados para ambos grupos, hay varios detalles del estudio que hay que tomar con pinzas. Teniendo en cuenta que se trataba de un grupo reducido, de solo un país (Países Bajos), la alta tasa de abandono, que hay diferentes tipos de depresión y de ansiedad, hay mucho que tener en cuenta a la hora de afirmar que “salir a correr” es tan efectivo como la farmacología a la hora de tratar la depresión o la ansiedad. Y más aventurado aún sería predicar que correr es un tratamiento efectivo contra la depresión.
En el estudio, los autores señalan que “los pacientes siguieron sus preferencias, lo cual es una práctica común, pero lo ideal sería aconsejarles qué funcionará mejor. La desventaja es que las comparaciones entre grupos pueden estar sesgadas en comparación con hacerlo en un estudio verdaderamente aleatorio. Por ejemplo, los pacientes del grupo de antidepresivos tenían un mayor índice de depresión, lo que podría estar asociado con menos posibilidades o ganas de llevar a cabo tareas físicas. Por tanto, debemos tener cuidado de no sobreinterpretar las comparaciones entre grupos”.
Así, decirle a los pacientes que salgan a correr no es suficiente. Cambiar el comportamiento de actividad física requerirá supervisión y estímulo adecuados, como lo hicimos al implementar la terapia de ejercicio en una institución de atención de salud mental. Al mismo tiempo esta elección no debería basarse únicamente en el deseo de los pacientes, los profesionales de la salud mental también deben aconsejar qué opción será la más adecuada para cada persona.
“También debemos afrontar los posibles efectos secundarios que pueden tener los fármacos en lo relacionado con la desregulación de la actividad del sistema nervioso – concluye Pennix -, especialmente en pacientes que ya tienen problemas cardíacos. Esto también proporciona un argumento para considerar seriamente la reducción gradual y la interrupción de los antidepresivos cuando los episodios de depresión o ansiedad hayan remitido. Al final, los pacientes solo reciben verdadera ayuda cuando mejoramos su salud mental sin empeorar innecesariamente su salud física”.