“Un espacio que todo mexicano debería conocer”
Reyes Martínez Torrijos
Enviado
Periódico La Jornada
Miércoles 22 de noviembre de 2023, p. 3
Candelaria, Camp., El asesinato en 1525 de Cuauh-témoc, el último emperador mexica, produjo incógnitas que siguen sin resolverse, como el lugar en que fue cometido y dónde están sus restos. El arqueólogo Ernesto Vargas Pacheco sostuvo que se perpetró en San Román, a unos 11 kilómetros de Itzamkanac, hoy la zona arqueológica de El Tigre, en Campeche.
El investigador recordó que el arqueólogo campechano Román Piña Chan decía que si él trabajara este sitio, encontraría el cuerpo de Cuauhtémoc y convertiría el lugar en una meca, el espacio fundamental que todo mexicano debería conocer en recuerdo del gran defensor de México-Tenochtitlan.
Vargas Pacheco destacó que se cumplirán 500 años de la ejecución ordenada por Hernán Cortés de camino a Las Hibueras, hoy Honduras, como consecuencia de una falsa acusación de traición contra su prisionero, cuando llegaron a las tierras de la provincia maya de Acalán.
De esa manera se libra de él. Campeche debería considerarse un lugar de suma importancia en el desarrollo mexicano, debido a la naturaleza de dicho acontecimiento.
Refirió que siguiendo a algunos cronistas, a Piña Chan y las cartas de Cortés, más otros documentos, como el de Bernal Díaz del Castillo, “dijeron que el lugar donde fue muerto Cuauhtémoc es en San Román, que está como a 11 kilómetros.
Abandonaron los cuerpos de él y del señor de Tacuba, que colgaron de la ceibas, y vinieron para Itzamkanac, donde los hospedaron y permanecen, según la quinta carta, hasta que construyen un puente para pasar el río y seguir su ruta hacia Guatemala y luego Honduras.
Según algunas investigaciones, Cuauhtémoc vivió como prisionero de Cortés hasta que el español fue informado de supuestos planes de iniciar una rebelión que asesinaría al conquistador y culminaría con el destierro de los colonizadores.
Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de Nueva España, narró el suceso: “Sin haber más probanzas, Cortés mandó ahorcar a Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo. Antes que los ahorcasen, los frailes franciscos los fueron esforzando y encomendando a Dios con la lengua de doña Marina.
“Cuando le ahorcaban, dijo Guatemuz: ‘¡Oh, Malinche, días hacía que yo tenía entendido que esta muerte me habías de dar y había conocido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia! Dios te la demande, pues yo no me la di cuando a ti me entregué en mi Ciudad de México”.