Juan Pablo Ruiz: cinco lecciones para Colombia sobre medio ambiente y crisis climática
Juan Pablo Ruiz en el Monte Vinson, en la Antártida, el 17 de enero de 2013.
Foto: Archivo Epopeya
A Juan Pablo Ruiz Soto hay que rendirle todos los tributos por su aporte a la reflexión sobre la necesidad de cambiar nuestra relación con el planeta que habitamos y también por su generosidad con el conocimiento. Le sobró siempre voluntad para apoyar iniciativas tendientes a avivar la discusión sin importar si eran emprendimientos académicos, construcción de debates con candidatos presidenciales desde El Espectador o amenas conversaciones de café. (Le puede interesar: Adiós a Juan Pablo Ruiz, el ambientalista que alcanzó las cumbres más altas del mundo)
Economista de la Universidad de los Andes, magister en teoría económica y graduado de Yale en estudios ambientales, no se conformó con sus asesorías para el Banco Mundial y un montón de organismos multilaterales, sino que pregonó que también había que conocer ese ambiente natural al cual tanto defendía. Por eso no capó escalada a cuanto glaciar, pico o nevado se le atravesaba en la mirada. Hasta se dio el lujo de repetir ascenso al mismísimo monte Everest, el más alto del mundo.
De todos esos temas habló en esta conversación inédita de abril de 2022, promovida por AFD y Expertise France, en la cual hizo un certero análisis sobre los desafíos ambientales de Colombia para este cuatrienio y hasta confesó desde Milán, Italia, que no había cumplido su meta de subir al Monte Blanco. “Cuando hicimos el proyecto siete cumbres subimos a la más alta de cada continente. En el caso de Europa hicimos el Elbrús, en Rusia, porque pertenecía a la Europa continental. Nos falta el Monte Blanco, esa es una tarea pendiente. Esperamos hacerlo en 2023″.
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¿Usted cree que la transición energética es la prioridad para Colombia en términos de cambio climático?
En el debate presidencial se ha puesto mucho énfasis en la transición energética y parte de eso tiene que ver con si se hace exploración de petróleo, pero, realmente, esa no es la prioridad para enfrentar la crisis climática en Colombia. (Le recomendamos: Juan Pablo Ruiz: un homenaje a alguien que ha vivido con pasión por la naturaleza)
¿Por qué?
Porque lo que es agricultura, deforestación y manejo de los bosques genera el 59% de las emisiones de gases de efecto invernadero en Colombia. Lo dice el tercer informe bienal que Colombia actualizó en 2021 (hubo informes en 2014, en 2016 y luego el de emisiones de 2018). La matriz energética y de emisiones de Colombia es más parecida a lo que a inicios de siglo era la matriz de emisiones de los países industrializados.
¿Qué quiere decir eso?
Que solamente el 4% de las emisiones de gases de efecto invernadero en Colombia están asociadas al sector manufacturero; el 8%, a la generación de energía; y el 12% al transporte. Esos tres sectores suman cerca del 24%, mientras que en los países industrializados esos tres sectores hoy pueden estar entre el 65% y el 85%. O sea, que en países como Italia o Estados Unidos la prioridad es enfrentar la transición energética y utilizar combustibles que generen menos emisiones, tanto en la parte manufacturera como en generación de energía. En Colombia es al contrario. Somos todavía una matriz donde el 59% de las emisiones vienen de la deforestación. De la fermentación entérica del ganado viene el 14%; de la deforestación propiamente dicha, el 31%; y de la degradación del bosque viene cerca de un 11% más.
Hay que cambiar el enfoque.
El énfasis para Colombia en los próximos cuatro años está en disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero en esos dos campos: la deforestación y la ganadería. Y hay un tema que vale la pena mencionar y es que la ganadería solamente aporta el 1,4% de Producto Interno Bruto. Y genera, como estamos viendo, una parte supremamente importante de los gases de efecto invernadero.
Pero la transición es importante para el planeta…
Alemania tiene que pasar de una generación de energía con carbón y gas a una eólica y solar. En el caso de Colombia, obviamente, tenemos que hacer esa transición en el sentido de incrementar la producción de energía solar y la producción de energía eólica, pero el énfasis está en otra parte. (También puede leer: ¿Qué está en juego en Emiratos Árabes? El país petrolero sede de la cumbre climática)
Teniendo en cuenta su aclaración sobre las prioridades, ¿cómo debe articularse Colombia, o alinearse, para el cumplimiento de sus compromisos internacionales en la materia?
El compromiso de Colombia es tener para el año 2030 es una generación de gases de efecto invernadero el equivalente al 51% de la de año 2020. ¿Cómo podemos disminuirla? Pues disminuyendo la deforestación y mejorando las prácticas ganaderas. Porque las prácticas ganaderas en Colombia ocupan 38 millones de hectáreas. Se hacen en ganadería extensiva, de baja productividad y — sobre todo — de una alimentación muy pobre para el ganado, lo cual significa mayores generaciones de metano en los eructos del ganado. Por eso la fermentación entérica es del 14 % y la deforestación del 31, porque estamos en una práctica ganadera extensiva. La carga ganadera en Colombia es menor que en Centroamérica.
¿Y cómo se puede hacer, de manera concreta, para cambiar esa situación en el tema ganadero?
Colombia tiene que mejorar los sistemas productivos ganaderos. Tenemos dos proyectos desarrollados en su integridad por el Fondo para el Medio Ambiente Global y financiados inicialmente por ellos y luego con una cofinanciación de la embajada británica, en donde se prueba que podemos hacer un cambio en el sistema ganadero. De la ganadería extensiva a la ganadería con árboles, a los temas silvopastoriles. Eso disminuye sensiblemente no solo la presión sobre los bosques, para extender las praderas, sino que ayuda en el tema de la fijación de carbono, por el arreglo a los árboles como parte de alimento del ganado. Y, además, ese arreglo productivo que le genera mejor alimentación al ganado significa una disminución bien importante de gases de efecto invernadero, de metano, en la producción de carne y leche. Tenemos que focalizarnos ahí. Y el otro tema es cómo frenar la deforestación. (Le puede interesar: COP28 en Dubai: el mundo necesita un esfuerzo conjunto)
Deforestación, el gran problema ambiental de Colombia
En el caso colombiano las propuestas gubernamentales de los últimos cuatrienios han fracasado en el propósito de frenar la deforestación. ¿A usted se le ocurre algún cambio de estrategia en la materia?
El Estado colombiano tuvo hasta hace muy poco una propuesta de deforestar la parte cubierta por bosque húmedo tropical para incorporarla al sistema productivo. Para eso Colombia hizo un crédito con el Banco Mundial en los años 70, para deforestar el piedemonte amazónico, en el Caquetá. En los años 80 se ejecutó ese crédito y con ese crédito se deforestó, se invitó a los campesinos a que fueran al piedemonte, a que talaran. Se les daba créditos, hacían carreteras, inclusive, se les prestaba para el ganado. Pero claro, eso ha ido cambiando en la medida en que se han empezado a valorizar los servicios ambientales que vienen de los bosques.
El campesino tenía que deforestar para que le titularan los predios…
Cuando Colombia empieza a repensar su estrategia de vinculación a la producción de lo que era un bosque húmedo tropical viene toda una dinámica en la que el campesino estaba acostumbrado a que, para que le titularan, tenía que deforestar. Porque la ley agraria decía que se le entregaba tierra a una persona siempre y cuando la tuviera productiva y que si la tenía en bosque la tenía improductiva y podía ser sujeto de expropiación. Había que talar el bosque para demostrar que tenía posesión frente a un terreno y que se estaba utilizando de manera productiva. O sea, por ley, se deforestaba. Luego logramos meter los artículos 109 y 110 en la Ley 99 de 1993 (la que crea el Ministerio del Medio Ambiente) que permitían y reconocían la posibilidad de conservar en espacios privados. Ahí surgieron las reservas naturales de la sociedad civil.
Ahí cambió, por fin, la forma de mirar el tema del cuidado de los bosques…
Ya era legítimo conservar un espacio dentro de una finca sin riesgo de expropiación. Al contrario, se reconocía que se estaba generando un servicio ecosistémico, en la mayor parte de los casos relacionado con el manejo de las aguas, con la regulación hídrica, con la calidad de las aguas, con la conservación de la diversidad. Empezó paulatinamente a valorizarse el bosque en pie. Anteriormente el bosque empezaba a tener un valor cero, porque había que tumbar y sembrar papa (si era frío) o algodón, si era zona caliente. O tener ganado. El país empezó a cambiar esa aproximación hacia el bosque en los años 90 del siglo XX.
A principios de ese siglo el objetivo dentro del Plan Nacional de Desarrollo dejó de ser “deforeste e integre a la frontera agropecuaria”. Pero la deforestación ya había alcanzado niveles muy altos. Algo se logró disminuir durante el segundo gobierno de (Juan Manuel) Santos. Luego, con el acuerdo de paz (el que desmovilizó a la entonces guerrilla de las Farc) la deforestación volvió a crecer y hoy tenemos un nivel extremadamente alto. (Le recomendamos: Encuentran aves en Colombia con alta concentración de mercurio)
¿Quién o quiénes están deforestando hoy día en Colombia?
A diferencia de hace 30 años, cuando era el campesino sin opción de manutención quien tumbaba el bosque para sobrevivir, los principales agentes de la deforestación actual son los inversionistas, que contratan al campesino para que tale el bosque, lo queme y le entregue el bosque con, inclusive, la semilla de pasto esparcida. Así, el terrateniente apropia espacios de 200 hectáreas. Si uno revisa las pantallas del Ideam que le hacen seguimiento a la deforestación, encontramos que ya la deforestación no está en pequeñas manchas cinco o 10 hectáreas taladas por los campesinos. No. Ahora se aprecia en cuadrados de 100 a 300 hectáreas talados por inversionistas que se las están apropiando. Talar un área y volverla partos les cuesta, más o menos, tres millones de pesos. Luego, cuando se les hace carretera, la pueden vender en 20 millones de pesos.
Entonces, ese es el verdadero negocio.
El negocio está en la especulación predial. Eso es lo que Colombia tiene que frenar y para eso hay que suspender la titulación en las zonas de reserva forestal. Hay que suspender las sustracciones de la reserva forestal. ¿Por qué? Porque históricamente Colombia hizo sustracciones la reserva forestal y titulaba después de hacerlas y resulta que la sustracción venía como consecuencia de una deforestación que se había adelantado generalmente por campesinos. Cuando esa deforestación hacía que la parte boscosa dejara de existir, el Ministerio de Agricultura le pedía al Ministerio del Medio Ambiente o, antes, al Inderena, que hiciera la sustracción de reserva forestal del año 1959 y a partir de la sustracción el Gobierno, a través del Ministerio de Agricultura, del Incora o la Agencia Nacional de Tierras, entraba a titular y eso permitía que el campesino supiera que al principio podía talar en una zona de reserva forestal y que luego eso sería regularizado. Es una práctica que tenemos que cambiar.
Eso parece claro desde el punto de vista ambiental, pero ¿cómo hacer para que lo entiendan quienes se lucran con la deforestación?
Colombia tiene que avisarle a su población que hoy día el valor económico del bosque en la Amazonía es supremamente alto. Para ponerte un ejemplo: si deforestamos la Amazonía, va a dejar de llegar agua a Chingaza, que alimenta a la ciudad de Bogotá. Luego, el impacto económico la deforestación de la Amazonía va a ser gigantesco sobre la economía colombiana. Ya en Sao Paulo (que tiene un Producto Interno Bruto superior al de Colombia), hay una crisis en la finca raíz porque la ciudad de Sao Pablo sufre anualmente, y de manera sistemática, restricciones en la distribución del agua.
¿Y qué fue lo que pasó allá?
Deforestaron las cuencas que generaban esa esa lluvia horizontal que llenaba los embalses, que es la misma lluvia horizontal que viene a la Amazonía y llega hoy a Chingaza y llena el embalse de Chingaza. Desde luego, el bosque que hay alrededor del embalse de Chingaza sirve para que esa agua que llueve caiga y llegue al embalse de manera pura y en buenas condiciones, pero el agua realmente no nace ahí. Esa agua viene de la Amazonía. Entonces, el valor económico del bosque es simplemente alto y los bogotanos deberíamos empezar a hacer transferencias a quienes habitan la Amazonía para que ayuden a conservar. De lo contrario, la Amazonía va a seguirse deforestando y el costo para el país va a ser realmente alto.
¿Y cómo debería ser el mecanismo para suspender la titulación de predios en esas zonas?
El Ministerio de Medio Ambiente debe suspender la sustracción de las zonas de reserva forestal. La reserva forestal fue creada por la ley segunda de 1959, incluía cerca del 70% del país y hoy día está fundamentalmente representada en el andén del Pacífico y en la Amazonia colombiana. Esa zona tiene vocación de uso forestal y no agrícola, ni ganadero, pero es la que han ido invadiendo. Aun hoy están haciendo muchas carreteras allá con el visto bueno, y a veces con la participación, de los gobiernos locales, que incluso prestan su maquinaria.
Por eso yo le decía un día a alguien que el ordenamiento territorial en Colombia lo define el ‘buldocero’. De acuerdo con donde vaya abriendo la carretera. Si coge para mano izquierda, a mano izquierda se va deforestando para hacer la carretera. Y si coge hacia la derecha, a mano derecha se deforesta. El buldócer es el principal agente de vinculación de esas tierras al mercado de tierras y, por lo tanto, a la especulación predial. Colombia tiene que suspender la sustracción de tierras en zonas de reserva forestal y, en las zonas donde hay ya habitantes, porque los hay en varias, hacer las concesiones de uso, que ya empezaron a hacerse, donde efectivamente el campesino pueda hacer un uso amigable con el medio ambiente.
¿Y qué hacer con la ganadería?
Dado que nuestra cultura es ganadera, tenemos que pensar en algo que recoja parte de esa cultura y eso lo recoge la transformación de la ganadería extensiva en temas silvopastoriles. Creemos que la idea no es convertir al ganadero en guardabosque. Es convertirlo en un ganadero que sea amigable con la biodiversidad a través de un sistema que sea menos agresivo en cuanto al medio natural.
En términos de relaciones internacionales, ¿cómo puede Colombia cumplir con sus compromisos en esta materia?
Colombia ha hecho una serie de compromisos loables. Comprometerse con una disminución de las emisiones de gases efecto invernadero no del 20% o el 28% de acuerdo con la financiación que tuviera, sino del 51% como meta para 2030; comprometerse a disminuir las emisiones de metano en un 30% y llevar la deforestación a cero para el 2030; y, además, tener el 30% de la superficie tanto terrestre como marítima del país bajo zonas protegidas. Todos son intereses que van hacia la sostenibilidad, sin duda. Pero para poderlos alcanzar requerimos muy buena financiación.
¿Y esa buena financiación de dónde puede venir?
La esencia de esa financiación depende de un cambio en la forma como negociamos en el contexto internacional. Colombia y muchos países que tienen bosque tropical han negociado donaciones con países que han sido contaminantes históricos como los europeos. Países petroleros, como Noruega, o altamente contaminantes, como Inglaterra y Alemania, que hacen transferencias para disminuir la deforestación. De hecho, Colombia tiene un acuerdo con el Reino Unido, con Alemania y con Noruega para disminuir la deforestación y recibir unos recursos. Estamos hablando de disminuir la deforestación de 200.000 hectáreas a 100.000, a 50.000 y luego a cero. Ese es el cambio marginal en el bosque. Pero el bosque que se mantiene como tal es de cerca de 52 millones de hectáreas y ese bosque que se mantiene como bosque está generando un servicio ecosistémico de importancia económica para la regulación climática, porque tiene impactos económicos no solamente a nivel del país, sino global.
Usted divide el problema en dos crisis que tienen que ver con un mismo tema: la urgente crisis climática y la crisis por pérdida de biodiversidad.
Y en esas dos crisis Colombia tiene un papel como potencia global. ¿Por qué? Porque con el bosque amazónico —si hacemos una alianza con los países amazónicos—, Colombia y el bosque amazónico son los principales reguladores en términos climáticos y generadores de esa lluvia horizontal que mencionábamos antes, que trae la lluvia de la Amazonía hacia los Andes y que sirve como regulador climático global. El bosque amazónico es regulador climático global y, al mismo tiempo, sustento de la biodiversidad a nivel global. Por eso Colombia es el segundo país con mayor biodiversidad en el mundo y el primer país en temas de biodiversidad por kilómetro cuadrado.
¿Y qué es lo que busca o debería buscar Colombia en términos de negociación sobre esos temas?
Colombia lo que no bebe hacer es negociar sencillamente la disminución de la deforestación. Es cierto, cuando disminuimos la deforestación también disminuimos las emisiones asociadas a las quemas del bosque. Pero, más que eso, tenemos que conseguir una compensación global a manera de pago de servicio ambiental por mantener como bosque ese 52% de la superficie del país que hoy día es bosque. Y no es un invento que se me ocurrió de ayer a hoy cuando veníamos a hacer esta conversación. No. Ghana, en África, tiene el 83% de su territorio en bosque e hizo un acuerdo con Noruega en el que Noruega le va a hacer una compensación, que ya no será de cinco dólares por tonelada de CO2 equivalente que deja de emitirse por la deforestación (pasó de cinco dólares a 10) y que incluye, además, un pago de 10 dólares por hectárea por el carbón que esté fijando en su bosque. Con eso, obviamente, la negociación puede casi triplicarse en términos de la captura de recursos para poder transferirle recursos a los habitantes del bosque. La manera de vincular el bosque a la producción no es solamente mediante la degradación del bosque, sino mediante la conservación del bosque, porque si lo conservamos estamos generando un producto económico que es el servicio ecosistémico del cual se está beneficiando no solamente la sociedad colombiana sino el planeta en su conjunto.
La negociación que Colombia tiene que adelantar y eso sí tiene que empezarlo en el cuatrienio entrante es una negociación para que los países que prestan servicios ecosistémicos de importancia global sean compensados por los países que históricamente han generado la crisis climática por la acumulación de emisiones que históricamente han generado, para que esos países como Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú o Brasil, en el caso nuestro, o los países del centro de África, reciban una compensación por la conservación de sus bosques.
La negociación de esos recursos es supremamente importante para poder cumplir con la E2050.
¿Conoce algún otro ejemplo de una negociación similar a la de Ghana?
Bueno, lo que ha dicho Noruega es que los países que cumplan con una normatividad que hay para medir el estado de los bosques y la fijación de carbono en esos bosques pueden aplicar a ese mismo tipo de compensación. Sin embargo, es necesario hacer una aclaración. Esa no es una donación, es una compensación por un servicio ecosistémico.
Y ahí viene un punto adicional, que es otro punto fuerte que Colombia tiene para negociar, y es el canje de deuda por regulación climática. El Fondo Monetario Internacional dice que hay que subir el impuesto a las emisiones de carbono de 15 dólares a 75 en los países de alto nivel de ingreso per cápita y en países como el nuestro a 25 dólares por tonelada de CO2 equivalente. El Banco Mundial, el Banco Interamericano, todos dicen que hay que apoyar una recuperación acorde con la sostenibilidad y la necesidad de disminuir las emisiones y cumplir con el Acuerdo de París y los compromisos de la COP26. Para que eso se pueda hacer, Colombia debe negociar una reducción de deuda. No por incapacidad de pago, aunque es difícil pagar cuando el servicio de la deuda hoy significa más del 50% del presupuesto general de la Nación. Hay que negociar un canje de deuda por la valorización de la deuda que los países centrales y de altas economías, que son los principales aportantes a las multinacionales como el BM y el BID, tienen con los países que somos bajos emisores y que prestamos servicios ecosistémicos.
Esa deuda que tienen con nosotros debería significar una reducción de la deuda externa, de tal forma que se haga lo que ya se hizo una vez en Colombia con una reducción de deuda que tuvimos en 1993, con Canadá y Estados Unidos, cuando se creó una corporación que se llamaba Ecofondo. Era un canje de deuda por gestión del medio natural. Ahora debemos hacer un canje de deuda por regulación climática y así podremos tener recursos para transferir a las comunidades indígenas, afrodescendientes y a los campesinos que estén en procesos de conservación de los servicios. ¿Por qué? Porque conservar es parte del sistema productivo y todo espacio conservado está apoyando la producción y el bienestar.
¿Y en este camino qué papel juega la E2050?
Es una propuesta bastante completa en términos de la aproximación teórica, pero bastante débil en términos de los requerimientos de financiación para poder alcanzar las matas. Y esos requerimientos de financiación sólo pueden ser alcanzados en la medida en que Colombia juegue un papel distinto en las COP, tanto de cambio climático como de biodiversidad y busque negociar una compensación en dinero por los servicios ecosistémicos que estamos prestando.
Los compromisos adquiridos en el gobierno del presidente Iván Duque no están condicionados a transferencias externas para poder hacer las transformaciones productivas que, en el caso de la ganadería, para citar un ejemplo, implican recursos para hacer una transformación, para otorgar créditos al productor, para hacer asistencia técnica, etc. Se requiere un acuerdo tecnológico y una inversión para hacer una transferencia y para pasar de la ganadería extensiva a los temas silvopastoriles.
Necesitamos recursos para compensar a quienes estén conservando las cuencas, a quienes estén reconstruyendo la biodiversidad de nuestros paisajes intervenidos.
Ahí hay entonces un tema para pensar y actuar. Al fin y al cabo, la E2050 es un instrumento de política de Estado, un ejercicio de planificación de largo plazo para contribuir con el logro de los objetivos globales plasmados en el acuerdo de París.
Y me parece muy importante, en términos de la planificación de la E2050, la necesidad de una ciudadanía activa, de un liderazgo ciudadano para enfrentar la crisis climática y la crisis de pérdida por diversidad. Ahí sí, como como señalaba Élber, no todos son aspectos monetarios. Mucho depende de la voluntad y del actuar individual y colectivo en las comunidades. Necesitamos un liderazgo ciudadano para enfrentar la crisis, que permita unas alianzas entre la ciudadanía y los gobiernos.
¿Y cómo ve ese tema en Colombia? ¿Todavía estamos muy despreocupados y mirando para otro lado?
Hay una propuesta, el Pacto por la vida. Es una propuesta de 21 académicos que, frente a la crisis de las manifestaciones y las protestas ciudadanas de los años anteriores, tiene una serie de recomendaciones lideradas por siete rectores de universidades para enfrentar esa crisis. Faltaba el tema ambiental y le hicimos unas propuestas y está incluido. La iniciativa se llama Convergencias por Colombia y funciona desde la Universidad Nacional. Hemos encontrado una recepción bastante importante en la ciudadanía para repensar el tema y que no dependemos únicamente de los gobiernos, que ayudemos a defender y a generar el cambio desde el actuar ciudadano. Tenemos todo un camino por recorrer desde la cultura y la educación.
No solo estudia el tema, sino que es montañista. Y está en Milán, Italia. Sospecho que va hacia el norte. No me diga que esta vez va a buscar las Dolomitas.
(Risas). No, Élber. Ni tampoco vamos al Monte Blanco. Fíjese que nosotros hicimos una expedición que se llamaba las Siete Cumbres, que consistía en hacer la cumbre más alta de cada continente. En el caso de Europa hicimos el Elbrús, en Rusia, porque pertenecía a la Europa continental. Nos falta el Monte Blanco, esa es una tarea pendiente. Pero no, no estamos en este momento intentando el Monte Blanco, esperamos hacerlo el año entrante.
Pero ha subido usted a más de 60 de los picos más altos de Colombia, si no estoy mal.
Ah, sí. Hicimos Glaciales y volcanes de Colombia con un compañero, Cristóbal von Rothkirch. La meta era hacer todos los picos que en Colombia tuvieran un glacial propio y todos los volcanes mayores de 4.200 metros. En total esos nos sumaron 64 picos. Fueron 24 en la Sierra Nevada del Cocuy; 18 en la Sierra Nevada de Santa Marta, que fue una extradición maravillosa. Creo que lo más importante que he hecho en montaña no es el Everest, es esa expedición a la Sierra Nevada de Santa Marta, donde pudimos escalar unos picos hermosos que no habían sido escalados antes. Unos 18 picos allá, en una linda expedición. Y, bueno, también los volcanes del Huila, el Tolima, el Ruiz, Santa Isabel, Chiles, Cumbal, Azufral.
¿Y por qué no echa un ojito, así sea desde Mantova, o Domodossola, a ver si los glaciares de los Alpes italianos todavía están ahí o si andan igual que los de Colombia?
Pues Élber, hay un tema que es impresionante. Yo he hecho el Everest en dos oportunidades: en 2001 y 2007. Cuando lo hicimos en 2001 hacíamos una ruta, por el costado norte. Resulta que cuando fuimos a repetirla en 2007 no podíamos terminar la ruta. El Everest tiene 8.850 metros y más o menos a 8.810 metros encontramos que no podíamos seguir la misma ruta porque el glaciar había disminuido y se había fracturado. Nos tocó desviar más o menos unos 100 metros a mano derecha para poder ascender, por la disminución del glaciar a esa altura. Y bueno, y ni hablar, en la parte baja del glaciar la contracción en sólo siete años fue impresionante. La contracción de los glaciares está en todo el mundo. En Colombia también.
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