Expresan su devoción a la Virgen del Tepeyac
▲ El amplio atrio mostró un gigantesco avispero en el que se percibían olores y tufos de todo tipo, desde copal, flores y parafina hasta la concentración humana.Foto Roberto García Ortiz
Ángel Vargas
Periódico La Jornada
Miércoles 13 de diciembre de 2023, p. 3
La Virgen de Guadalupe también llega a La Villa en Metro, al menos en el caso de la efigie en cerámica que porta consigo Maribel, quien emprendió el viaje en autobús el domingo pasado desde su natal Tuxtla Gutiérrez y al llegar al Valle de México transbordó en la estación 18 de Marzo de la línea 3 a la línea 6 rumbo a la estación La Villa/Basílica.
No oculta su fatiga y este último tramo de su periplo hacia su destino parece el más dilatado. Sale del Metro, dispuesta a cumplir su promesa.
Se postra de hinojos, se santigua y besa su imagen religiosa para comenzar su recorrido de rodillas por los casi 500 metros que la separan del santuario guadalupano, ubicado a los pies del cerro del Tepeyac, donde una creciente multitud expresa su devoción a la Virgen morena.
El trayecto dura más de media hora hasta que llega a ese recinto religioso inaugurado en 1976, obra del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. Ya de pie, deberá esperar unos 10 minutos para ver de cerca la tilma con la imagen de la Patrona de México
. Llora, no se sabe si de dolor, alegría, emoción o todo eso junto.
Dicen que la fe mueve montañas, pero en el caso del culto mariano son mares, en apariencia, interminables de gente. Decenas de miles, millones de devotos provenientes de diversos confines del país, e incluso del extranjero, prosiguen llegando este martes 12 de diciembre, sea para dar gracias, pagar una manda, cumplir una promesa o hacer una petición.
Según reportes oficiales, entre el lunes y hasta las 14 horas de ayer habían arribado a la Basílica de Guadalupe 10 millones 811 mil 678 peregrinos.
No todo son mandas ni peticiones, también hay quienes acuden sólo para festejar a nuestra jefecita
, como lo refiere Iván, de 35 años, un ex convicto que dejó a la una de la madrugada de ayer su domicilio en el kilómetro 26 de la carretera México-Texcoco para alternar la caminata con el trote durante casi 10 horas hasta llegar a La Villa.
“Vine solito, venciendo al frío y al cansancio, le lloré al piso y a mi alma; vine a pedir por mi jefa, mis hermanas y mi hogar, y para que me dé trabajo, pero sobre todo a dar las gracias, porque estoy vivo y en libertad”, refiere mientras se descalza y soba sus pies.
El amplio atrio de la basílica es un gigantesco avispero en el que pueden percibirse olores y tufos de todo tipo, desde copal, flores y parafina hasta la concentración humana.
El incesante trajín de los miles de peregrinos que llegan y se retiran es acompañado por los rítmicos teponaztlis, tambores y demás percusiones con los que numerosos grupos de concheros y danzantes ataviados a la usanza prehispánica acompañan sus coreografías.
Entre los que más llaman la atención de los fieles está el grupo de matlachines Los Azules, de Aguascalientes, que con sus coloridos atuendos y tocados de origen indígena sobre sus cabezas representan la tradicional danza en la que cristianos luchan contra moros.
También se observa a un grupo de chinelos, de Morelos, con sus incesantes saltitos y giros, acompañados por una enjundiosa banda de metales y percusiones, así como a un grupo de la sierra poblana cuyas integrantes bailan mientras cantan hermosas loas a la guadalupana.
Asimismo, se aprecia la Danza de los Diablos, con sus impactantes máscaras y grotescos movimientos, provenientes de la Costa Chica de Guerrero, y al Grupo de Arrieros de Ocoyoacac, estado de México, que desde 1919 asiste a estas celebraciones, no sólo para bailar y agradecer a La Morenita por los favores recibidos
, sino también para compartir el arroz y mole con puerco que allí, en la explanada, han guisado sus Pascualitas
para al menos 500 platos.
Transcurren las horas y siguen los ríos de peregrinos. Llegan de diversa manera: a pie, de rodillas, en automóviles, camiones foráneos o de redilas, en bicicleta o moto, muchos de ellos acompañados por una representación escultórica o impresa de la Virgen de Guadalupe, que en numerosos casos, así como la trajeron, también se la llevan: en el Metro.