Ragendorfer evidencia las alianzas económicas y políticas en Argentina
▲ Para el narrador y periodista Ricardo Ragendorfer, todo artículo periodístico no es sino el informe de una aventura y la escritura es un acto de ilusionismo
.Foto Diego Paruelo
Hernán Muleiro
Periódico La Jornada
Miércoles 31 de enero de 2024, p. 3
Patricia, de la lucha armada a la seguridad (Planeta, 2014), de Ricardo Ragendorfer, refleja las alianzas efímeras de la actual ministra de seguridad argentina, Patricia Bull-rich. Además de hablar de este libro en entrevista con La Jornada, repasamos varias de sus aventuras periodísticas a lo largo de los años.
Ricardo Ragendorfer (La Paz, Bolivia, 1957) se ha especializado en investigar el accionar de las fuerzas represivas, y en la actualidad hay un tema que apremia: recién estrenado el gobierno de Milei, camionetas de la policía se apostaron en las puertas de los medios públicos argentinos Canal 7, Radio Nacional y la agencia de noticias Télam, uno de los lugares donde trabaja Ragendorfer.
Al respecto, dice: “Es uno de los medios que padecen esta circunstancia: desde hace unos días hay un autobús de la Policía Federal Argentina lleno de la Guardia de Infantería rondando el lugar; es, ante todo, una provocación. Un colega le preguntó a uno de los uniformados qué estaban haciendo allí y la respuesta fue: ‘Estamos por si hay una asamblea’. Según la normativa del decreto de necesidad y urgencia que presentó el flamante gobierno, mantener actividades sindicales o políticas dentro de los medios y empresas públicas no está muy bien visto. Ese es uno de los tantos detalles que en las cinco o seis semanas transcurridas desde que asumió el nuevo gobierno se convirtieron en postales de la vida cotidiana”.
Al principio, su libro Patricia… fue un mero encargo editorial. “Luego empecé a masticar la certeza de que escribir sobre su vida me permitiría tratar aproximadamente medio siglo de historia argentina e incluso saltar hacia el siglo XIX. La configuración, tanto ideológica como sicológica de este personaje es fruto de una conspiración de factores; uno de éstos, su familia, y cómo terminó asentándose en estas tierras.
Para esto debemos remontarnos a 1827, cuando, después de la derrota del Ejército del Río de la Plata, en la guerra de Brasil, es traído un mercenario alemán que luchaba en las filas enemigas. Me refiero a Wilhelm Adolf Bullrich, quien llegó como prisionero y, una vez liberado, permaneció en Buenos Aires, que en ese momento era no más que una aldea en crecimiento. En ese entonces, Bullrich se dedicó al comercio y acumuló una apreciable fortuna, la que extendió a las actividades agropecuarias. Toda la oligarquía argentina que se enriqueció en esos años estuvo poblada de una serie de aventureros, personas que no tenían rango aristocrático tal cual se consideraba en esa época, sino que adquirieron una situación de relevancia, tanto política como social, a través del crecimiento económico, en un país donde las actividades agropecuarias eran las llaves para adornar con blasones toda clase de apellidos.
Afirma Ragendorfer que otro episodio determinante para la vida de Bullrich fue su paso por Montoneros, la organización guerrillera de origen cristiano e ideología peronista surgida hacia 1970, en el contexto de la dictadura. Uno de sus jefes, Rodolfo Galimberti, fue pareja de la hermana de Patricia Bullrich. Ragendorfer ilustra la relación entre esa familia de la alta sociedad y la guerrilla con la siguiente anécdota: “En 1974 la organización Montoneros secuestró a los hermanos Born, que dirigían la poderosa multinacional Bunge & Born, que logró un rescate récord de 60 millones de dólares. El operativo del secuestro fue dirigido por el cuñado de Patricia, Rodolfo Galimberti; ella hizo tareas antes del secuestro, como monitorear el tránsito de la avenida Libertador, donde pasaría el vehículo de los Born al momento de ser emboscado.
“El chofer de los Born intentó sacar un arma de la guantera, pero en ese momento recibió una ráfaga de ametralladora que lo mató a él y a otra persona que viajaba en el asiento del copiloto. Al principio se creyó que era un custodio, luego se descubrió que era un ejecutivo de la empresa.
“Patricia y su hermana estaban en una casa segura esperando el regreso de Galimberti que, cuando volvió, tiró el diario Crónica sobre la mesa. La primera página daba cuenta de la muerte de este personaje que viajaba con los hermanos. Se llamaba Alberto Bosh. Al ver la foto y leer su nombre, Patricia palideció y dijo: ‘Mataron al tío Alberto’. Esa pequeña anécdota describe un poco las contradicciones o las situaciones límites que se vivían en esa época dentro de la familia Bullrich. Para hacer esta conexión trabajé con un árbol genealógico, dado la prosapia de la protagonista.”
Las alianzas de Bullrich, una funcionaria que se repite como una tragedia evitable, fueron numerosas y no distinguieron partido. El único factor común es el poder: Bullrich acompañó a Galimberti, Cafiero, Menem, De la Rúa, Macri y actualmente a Milei. A veces las maniobras que la actual ministra de seguridad difunde de los servicios de inteligencia parecen chistes sin remate.
“Lo que quiso hacer Bullrich en el sur de Argentina durante la gestión de Macri fue el trasvasamiento de la doctrina de seguridad que existió durante los años 70, en lo que podríamos llamar el evangelio de la seguridad urbana: la aplicación de una demagogia punitiva a ultranza, en la cual es necesario instalar un enemigo interno que, en el caso de Bullrich, fueron los pueblos originarios. En consecuencia, las ofensivas que tuvieron las fuerzas de seguridad contra los asentamientos mapuches en el sur del país causaron los asesinatos de Santiago Maldonado y el mapuche Rafael Nahuel.
Por otra parte, Bullrich es una persona más voluntariosa que inteligente, su historia como funcionaria pública está plagada de papelones; en ese sentido, se rumorea que los mandos de las fuerzas de seguridad bajo su órbita suelen tomarle el pelo y venderle lo que se conoce en la jerga periodística como pescado podrido.
Ragendorfer no sólo entrevistó a policías que hacen que los protagonistas de Buenos muchachos (Scorsese, 1990) parezcan Teletubbies, sino también a las funestas fuerzas militares: Me interesa más entrevistar a represores que a víctimas, porque cuando entrevisto a una víctima me pongo en su lugar; en cambio, cuando estoy con un represor, siento que tengo el privilegio de estar sentado frente a la banalidad del mal. Yo simplemente quiero escuchar. Cuando dejas que hablen sobre lo que quieren hablar, te muestran quiénes son realmente, aunque hablen del clima. Si les das soga se ahorcan solos
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Dueño de un estilo de escritura que no tiene prisas ni omisiones, sus crónicas sobre la realidad tienen un estilo cercano a la literatura: Todo artículo periodístico no es sino el informe de una aventura y la escritura es un acto de ilusionismo, cifrado en la pregunta ¿la realidad imita a la literatura o la literatura imita a la realidad? Es una pregunta que no se puede contestar, pero uno siempre se la sigue haciendo. Cuando uno escribe una ficción, el truco es hacerle creer al lector que está leyendo algo que realmente sucedió, y cuando uno escribe una crónica periodística, algo que realmente sucedió, el truco es hacerle creer que está leyendo una novela
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Una de las investigaciones más recordadas de Ragendorfer es sobre la policía bonaerense y su estructura criminal en los años 90: “Junto a Carlos Dutil hicimos una nota que titulamos ‘Maldita policía’, en homenaje tal vez a esa película de Abel Ferrara llamada de la misma manera. Cuando se escribía sobre gatillo fácil pensaban que era el único crimen sin fines de lucro que cometía la policía. Empezamos a rascar la superficie y supimos que los tipos hacían negocios con todos los delitos contemplados en el código penal. Les decíamos a los policías que estábamos escribiendo un libro sobre casos policiales no resueltos, hacíamos bloques de cinco preguntas: cuatro estaban referidas a casos en los que los comisarios se habían lucido y la quinta era lo que nos interesaba averiguar, pero no era una pregunta referida a sus propios crímenes, sino al de sus colegas. Guardamos el tema del libro bajo siete llaves hasta que, a principios de 1997, asesinaron al fotógrafo José Luis Cabezas, de la revista Noticias, que casualmente había sido el fotógrafo de la portada de ese artículo. Ahí nuestra credibilidad con la policía se fue al carajo y empezó una nueva etapa. Con el correr del tiempo, nos dimos cuenta de que esa estructura recaudatoria de la bonaerense era la misma que existía en el resto de las fuerzas policiales del país; pudimos demostrar que cuando se habla de fuerzas policiales en Argentina estamos hablando de una fuerza autofinanciada a través de esas cajas delictivas y que, consecuentemente, se autogobiernan”.
El crimen de José Luis Cabezas, que antes de su asesinato fotografió, además de referentes de la maldita policía bonaerense al empresario mafioso de gran poder y bajo perfil Alfredo Yabrán, es uno de los símbolos de la impunidad policial mezclada con la política: “No podría decir por qué lo mataron, es un enigma que aún persiste y, como dijo alguna vez un criminalista: ‘El tiempo que pasa es la verdad que se diluye’”.