Nos plantamos: por un modelo alimentario centrado en las personas y la tierra – EL PAÍS
Escribimos este artículo de opinión como representantes de organizaciones que forman parte de Nos Plantamos, una alianza de entidades y personas del movimiento por la soberanía alimentaria, entre ellas agricultores y agricultoras ligadas al territorio, a favor de una agroecología campesina con protagonismo de las personas agricultoras y trabajadoras de la tierra, que reivindica el cuidado del medio ambiente, del medio rural y que ofrece a las consumidoras alimentos sanos, de calidad y de proximidad.
Miles de tractores han salido en las últimas semanas a las carreteras para mostrar las múltiples dificultades que encara el campo. Sus demandas muestran también las diferentes posiciones e intereses que hay en el sector, tratando de dar respuesta a los grandes retos a los que nos enfrentamos como sociedad: qué modelo agrario, qué mundo rural y qué alimentación queremos.
Es evidente que el modelo agrario actual, tanto sus políticas públicas como su estructura, no funcionan. Los derechos de las personas que trabajan la tierra se han visto pisoteados frente a los privilegios de las grandes cadenas alimentarias, lo que ha llevado al estallido del campo; una situación que exige soluciones ya.
La crisis del campo y la despoblación rural no son algo nuevo, son problemas que llevan décadas sobre la mesa, por mucho que se hayan empeñado en darles un manotazo y esconderlos debajo del mantel. Estas crisis tienen unas causas muy claras y entrelazadas, pero principalmente vienen dadas por la mercantilización del campo: los beneficios de la industria y de la gran distribución agroalimentaria, de las multinacionales de los fitosanitarios, así como de los bancos y fondos de inversión que están detrás de este sector. Esto provoca una situación insostenible para agricultores y agricultoras y conlleva graves problemas como el acaparamiento de tierras y agua en países del Sur Global. A su vez, los tratados de libre comercio, y los viejos y nuevos transgénicos, entre otros, son elementos que agravan la situación. Los Gobiernos estatales, autonómicos y partidos políticos de casi todo signo, al igual que los de Bruselas, lejos de abordar los problemas han seguido apostando por un modelo económico que nos deja frente al abismo alimentario y en manos de grandes empresas.
Las personas productoras han tratado de adaptarse a este escenario de asfixia y desahucio que ha llevado al cierre de cientos de miles de explotaciones familiares y que obliga a estas mismas personas a vivir con unos ingresos insuficientes. Mientras tanto, el campo sigue sufriendo las consecuencias negativas de este modelo agroindustrial: desde la contaminación de tierras y acuíferos debido a pesticidas, hasta la escasez de agua y la degradación de los suelos por un uso intensivo de la tierra.
A todo esto se suma la crisis climática que ya está causando estragos en la agricultura y para la cual es imprescindible una adaptación del modelo. Todo esto es fruto de un sistema estructural que no puede ser desmontado solamente mediante gestos individuales, sino pensado en y desde lo colectivo.
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Hace unos meses las personas consumidoras se hicieron escuchar, y mucho, cuando los precios de la cesta de la compra se incrementaron de manera escandalosa: los barrios, las calles, las redes sociales y los medios de comunicación se llenaron de críticas y reivindicaciones. Ahora con el turno de los agricultores, la agenda política y mediática cambió de foco, aunque la raíz del problema sigue siendo la misma. Esta vez han salido los tractores, bloqueando carreteras e incluso grandes ciudades, de mano de quienes en su día a día lo usan como herramienta de trabajo.
Nos plantamos, como movimiento por la soberanía alimentaria que apoya la agricultura y ganadería familiares ligadas al territorio y las prácticas agroecológicas, busca un cambio en las formas de acción social colectiva para adaptarse a las necesidades del campo. Es urgente abordar los problemas de las personas agricultoras y ganaderas, y del mundo rural en su conjunto, confrontando los intentos de manipulación de la “antipolítica” y de la extrema derecha de las legítimas reivindicaciones del sector agrario, sin perder de vista la urgencia de abordar la crisis climática y de biodiversidad, al igual que el derecho a la alimentación, para garantizar que los alimentos más sanos y sostenibles sean los que más fácilmente lleguen a nuestros hogares.
Celebramos las manifestaciones públicas de las organizaciones de la Coordinadora Europea de Vía Campesina (ECVC) de agricultoras y agricultores, de la pagesia y baserritarras organizadas, de las ganaderas extensivas, de las experiencias y colectivos agroecológicos, de las jornaleras. Está siendo emocionante comprobar la vitalidad, claridad y potencia del movimiento campesino y agroecológico en todos los rincones del país.
Es necesario construir alianzas para pasar a la acción: las personas campesinas, las ganaderas, el movimiento climático, el movimiento ecologista, la ciencia, las iniciativas de economía social y solidaria, las colas del hambre en los barrios o las consumidoras son colectivos clave para avanzar en este sentido. Vemos que tenemos que plantarnos ya y construir algo distinto en cada finca, en cada mercado, en cada política pública alimentaria. Es urgente sacar los tractores, salir a las calles, abandonar los grandes supermercados, inundar los mercados de productos agroecológicos, apostar por supermercados cooperativos y señalar a la agroindustria y a quienes destruyen los territorios y la vida del medio rural.
Debemos también avanzar en políticas públicas con el fin de apostar por un sistema agroalimentario de base agroecológica, que incluya y facilite que las y los agricultores y ganaderos puedan escapar del modelo agroindustrial, hacia una transición agroecológica, dentro de un modelo agroalimentario más justo para todas las personas. La producción ecológica es ya una herramienta que puede ayudar a las pequeñas y medianas explotaciones a mejorar su viabilidad económica. Entendemos que, en un contexto de emergencia climática como en el que estamos y con una gravísima pérdida de biodiversidad, no nos podemos permitir un retroceso en las políticas ambientales de la Unión Europea, por eso exigimos a las autoridades un buen acompañamiento al sector agrario para dicha transición.
Para revertir la situación actual es necesario avanzar en medidas concretas, tal y como también reclama la Coordinadora Europea de Vía Campesina, como la regulación del mercado y unos precios justos, así como reducir la carga administrativa para las personas agricultoras. A su vez, establecer condiciones de igualdad es también una necesidad para las personas que nos dedicamos al campo, por eso poner fin a los tratados de libre comercio es una demanda clave.
Por último, si queremos alcanzar una transición justa hacia la agroecología y las prácticas ecológicas, lo que incluye detener las nuevas técnicas genómicas, la Política Agraria Común debe contemplar suficiente presupuesto y una distribución equitativa del mismo, para proteger el medio ambiente y no hipotecar el campo y por la salud y los derechos de las personas trabajadoras y consumidoras.
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