Incipiente fatiga y frustración ante la estrategia COVID-cero de China
Tras casi dos años de pandemia que en China se ha combatido con algunas de las medidas más contundentes del mundo, algunas muestras de malestar empiezan a emerger en el gigante asiático contra esta estrategia de tolerancia cero al COVID-19.
Mientras muchas naciones –también en la cautelosa región asiática– tratan de aprender a convivir con el virus, China mantiene las fronteras cerradas y decreta confinamientos y cribados masivos a veces por un solo caso.
Los costes de esta estrategia son bien conocidos por los 210,000 habitantes de Ruili, una ciudad fronteriza con Birmania que ha pasado ya por tres importantes confinamientos y frecuentes test masivos, dejando a muchos negocios al borde del colapso.
Un comerciante apellidado Lin asegura que su joyería pende de un hilo, sin turistas ni clientes por las restricciones sanitarias.
“Continuamos operando pero estamos sobreviviendo”, declaró Lin, que no quiso dar su nombre entero por miedo a represalias.
En una entrevista televisiva muy compartida, el profesor de la Universidad de Hong Kong Guan Yi cuestionó este mes la estrategia china, argumentando que no debería desplegar test masivos “a cada oportunidad” ni administrar dosis de vacunas de refuerzo sin tener datos suficientes sobre su eficacia.
Durante el primer año de pandemia, China contuvo con éxito las infecciones. Pero la variante delta se ha demostrado más difícil de combatir.
En semanas recientes se han detectado casos en más de 40 ciudades, aunque el número de infecciones continúa siendo irrisorio comparado con otros países, todavía más para una población de 1,400 millones de personas.
Aun así, millones de personas fueron confinadas y muchos millones más vieron sus vidas perturbadas: bodas canceladas, funerales de duración recortada, escuelas cerradas o vuelos suspendidos que dejaron varados a miles de turistas…
Indiferentes a la presión
Despedidos si no consiguen controlar los contagios, los funcionarios locales han optado por medidas cada vez más drásticas. Una región ofreció miles de dólares a cambio de información sobre un brote.
Pekín “enfrenta una presión doméstica creciente para transitar hacia un enfoque más flexible”, indica Yanzhong Huang, del Council on Foreign Relations.
La odisea desesperada de un hombre por el país generó estupor en redes sociales. El empresario salió de Pekín para un viaje de negocios y no pudo volver a la capital pese a estar vacunado, haber dado negativo en un test y no haber viajado a una zona de riesgo.
Después de que el incidente se viralizara en las redes, las autoridades admitieron que algunas personas podrían haberse visto bloqueadas por error.
Las redes también se incendiaron cuando en el centro del país unos operarios de los servicios sanitarios mataron a golpes de palanca a un perro mientras sus propietarios estaban en cuarentena.
“¿Cómo podemos confiar en un Estado que dice servir al pueblo, pero aplica la ley tan brutalmente?”, dijo un internauta.
Pero la mayoría de expertos duda que las autoridades comunistas revisen su estrategia antes de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín en febrero o, incluso, antes del importante Congreso del Partido Comunista a finales del 2022.
Una eventual relajación también dependerá de una mejora de las vacunas disponibles. China ha apostado hasta ahora por cinco sueros locales, aunque sus tasas de protección son inferiores a las producidas en otros países.
Algunas figuras gubernamentales han expresado concretamente sus dudas sobre la eficacia ante la variante delta.
Los medios estatales, sin embargo, han tratado de zanjar cualquier debate sobre la estrategia china, indiscutible para ellos.
Las autoridades continuarán con su estrategia y despreciarán “a los ciudadanos frustrados como una minoría”, dice Natasha Kassam del Lowy Institute, un centro de reflexión australiano.
Al límite
Mientras en Ruili, la frustración de los residentes se hizo patente con una publicación en la red social WeChat del antiguo vicealcalde Dai Rongli, quien dijo que las medidas “estaban exprimiendo las últimas gotas de vida” de la ciudad.
“Solo quienes están en esta situación saben cuán miserables nos sentimos”, respondió un lugareño.
Los medios locales aseguran que un bebé ya ha pasado por más de 70 test de COVID-19.
Sin ingresos, un videógrafo apellidado Lu afirma que ha agotado sus ahorros para pagar el alquiler de su espacio de oficinas. “No puedo aguantar mucho más”, dice.
Algunos lugareños han decidido no esperar más. Un comerciante de jade apellidado Wen optó por dejar la ciudad con su familia tras meses de apuros. “No hay negocio que hacer en Ruili”, asegura.