Invasión de moscas en pueblos de Galicia: los investigadores culpan al cambio climático …
Las moscas vuelven a desesperar a los vecinos de Narón y Tomiño. Son dos de los municipios gallegos que están sufriendo de nuevo la proliferación de estos insectos que merman la calidad de vida de sus habitantes. Intentan de todo para impedirles la entrada en sus casas, incluso evitan salir al exterior para no encontrarse con ellos en los peores momentos. Un informe remitido a la Xunta por la Federación Galega de Municipios y Provincias asegura que son hasta 20 las localidades en Pontevedra, Lugo, A Coruña y Ourense que sufren la explosión de dípteros. Sin embargo, algunos de los alcaldes de las poblaciones mencionadas en la lista han negado estar entre las afectadas. En varios casos, los primeros episodios se remontan a 2020 y se reproducen cada cierto tiempo, como en las últimas semanas. Según un trabajo realizado en Tomiño por el grupo de investigación de biología ambiental de la Universidad de Vigo, finalizado en abril, el cambio climático y las malas prácticas agrícolas son dos de los factores que se esconden tras estos repentinos estallidos en la población de moscas del territorio. Estas conclusiones coinciden con las apreciaciones de otros expertos.
El insecto que perturba a los vecinos de este municipio pontevedrés, y que ha golpeado con fuerza este mes, es la mosca común, cuya especie puede poner hasta 900 huevos en un ciclo breve de vida adulta, de siete a 30 días. En el año 2023, los vecinos convivieron con este brote exagerado entre febrero y noviembre, según refiere el catedrático de Zoología Salustiano Mato, miembro de la investigación de Tomiño, que descarta hablar de plaga y pide evitar la alarma social, aunque reconoce que la situación “provoca un sinvivir porque en determinados momentos proliferan cientos de miles de moscas, que tapizan los cristales de las ventanas de las casas, impidiendo la visibilidad”.
Isaac Acuña, vecino de Tomiño de 46 años, dice que la situación “es desquiciante”. Su casa está llena de mosquiteras y tiras adhesivas, a modo de trampa. En dos horas ha llegado a matar 300 dípteros en su hogar. “Son como una nube”, explica. A veces, sale de la vivienda y no hay ninguno, pero cuando regresa se los encuentra, aunque haya dejado todas las ventanas cerradas. “Deben de colarse las crías por la redecilla o a lo mejor entran por la extracción de la cocina o la chimenea”, especula. Su actividad al aire libre se ve limitada por temporadas y tampoco puede ventilar su hogar con normalidad. Reconoce que la carga psicológica derivada de la situación también es nociva.
Mato aclara que las moscas no son dañinas porque no muerden ni pican, pero es insalubre que merodeen alrededor de los alimentos y de los menores. En Tomiño la afectación no es total, hay dos parroquias perjudicadas de 15, pero solo donde vive Acuña, en Carregal, residen 800 personas.
La orografía de este territorio es totalmente llana, lo que favorece el estancamiento del agua. El calor tras las lluvias, la humedad, la desaparición de las heladas por el aumento de las temperaturas y el abono sin compostar en zonas cercanas al río son la concomitancia de factores que favorecen la puesta de huevos continua y el rápido crecimiento de las larvas, cuya eclosión tarda cinco días. “Emergen las moscas en los campos con materia orgánica y salen todas a la vez hacia las casas en busca de calor, refugio y alimento porque pueden volar hasta dos kilómetros”, explica Mato, tras incidir en la importancia de las buenas prácticas agrícolas.
“Aquí siempre hubo fincas y estiércol, pero antiguamente se echaba una cama de forraje en los establos, capa a capa, para que el abono fermentara y se compostara, después se llevaba al campo y ahí la mosca no anidaba”, incide Acuña, tras referir que ahora los productores extienden el abono fresco directamente en el suelo, donde se queda durante semanas, creando un caldo de cultivo perfecto y abrigado para la reproducción de estos insectos. “Antes los campos se abonaban una o dos veces al año, ahora con la hiperproducción, desde febrero hasta noviembre”, añade.
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Los estallidos de moscas están también ligadas en Tomiño a la desaparición de las temperaturas invernales. “El cambio climático favorece que el ciclo biológico de estos animales se active todo el año y aumente la dinámica de la población”, añade Mato. Los insectos entran en estado latente si hace frío, pero en esta zona las temperaturas han dejado de bajar de cero grados y a principios de año han llegado, incluso, a alcanzar los 20. El bum poblacional no es permanente y brota por picos que pueden durar tres días, 10 o casi un mes. Las borrascas disuaden la acumulación de moscas hasta que la próxima subida de las temperaturas coincida con los factores mencionados anteriormente.
La responsable del programa de biodiversidad urbana de Seo/Birdlife, Beatriz Sánchez, añade otra causa a la problemática: la disminución de las aves insectívoras. Una especie amenazada por la destrucción de nidos es el vencejo común, cuyas poblaciones han experimentado en España un declive del 27,2% en los últimos 22 años, según datos de 2020. La golondrina, que puede digerir hasta 50 kilos de insectos por temporada, también ha padecido una notable disminución de sus poblaciones con una merma del 58,1% en el año 2022 respecto al 1998, cuando Seo/BirdLife comenzó a recabar datos. El gorrión en España ha descendido casi un 20% desde que tienen registros.
“Esta proliferación de moscas apareció en 2020, coincidiendo con la desaparición de toda la masa forestal del vecindario de Carregal. Se talaron los bosques para que empresas y particulares pudieran plantar viñas y aguacates”, denuncia Acuña. Mato también ve en estas extensiones de cultivo un problema porque, además, utilizan demasiados fitosanitarios. “Nuestro depósito de agua comunal está rodeado de producciones agrícolas. Nos han traído las plantaciones hasta la puerta de la cocina”, reprocha Acuña, que lamenta la inexistencia de una zona limítrofe de seguridad con las casas y se queja por haberse quedado sin muchos caminos y zonas verdes para pasear.
La alcaldesa de Tomiño, Sandra González, asegura que ella ya ha hecho todo lo que estaba en sus manos, encargando el estudio sobre la proliferación de moscas en su territorio, porque la normativa sobre las prácticas agrícolas depende de la Xunta de Galicia, algo con lo que coincide la regidora de Narón (A Coruña), Marián Ferreiro, que también sufre el problema en la parroquia de O Val, con alrededor de 25 casas afectadas, desde 2020: “Echamos en falta una regulación, nosotros no tenemos capacidad para legislar”.
Mientras, Ferreiro facilita a los vecinos cajas nido para fomentar la permanencia de depredadores. También contrató la realización de un análisis que aunque no termina de encontrar un foco claro, sí apunta a posibles variantes como los substratos orgánicos en putrefacción y los cúmulos de estiércol. La Consejería de Medio Ambiente, que inspeccionó la zona, según apunta el ayuntamiento, cree que la falta de insectívoros, el uso de pesticidas y el cambio climático influyen.
González recalca que el calentamiento del planeta afecta a muchos territorios con diferentes alteraciones ecosistémicas y pide también ayuda para el suyo. “Al igual que la Xunta se hizo cargo del mosquito tigre y de la avispa velutina, debería poner atención en estas moscas que tampoco entienden de fronteras”, reprocha. Ferreiro insiste en que sus vecinos ya están cansados: “En los picos fuertes, es una exageración, estos insectos forman una mancha en la fachada que impide ver si la pared es blanca o amarilla”.