Por qué a Bruselas le importa tanto lo que paguemos por las Oreo o el Toblerone
Milka, Oreo, Toblerone, Philadelphia, Príncipe, Fontaneda, El Caserío, Trident, Suchard… La verdad es que la lista de marcas de Mondelez International llama la atención. Es uno de esos gigantes alimenticios que, sin saberlo, porque no asociamos cada logo a la compañía final, está en todas nuestras casas. Sus ingresos (más de 36.000 millones de dólares en 2023) y los beneficios (4.371 millones) marchan en consonancia.
A partir de aquí, lo lógico en estos casos: unos dirán que es fantástico que una compañía que genera tanto valor entre sus consumidores, que llenan sus despensas con sus marcas, tenga esos ingresos. Habrá otros que nos alerten sobre las malas prácticas de la industria alimenticia y nos avisen de lo que se esconde en los interminables listados de ingredientes de sus envases. Los más saludables nos pedirán que nos olvidemos de esos alimentos azucarados, que saben todos más o menos igual, y fijemos nuestra mirada en el pequeño productor-comerciante que tenemos en el barrio.
Y luego está Margrethe Vestager, la comisaria europea de Competencia, que esta semana ha impuesto una multa millonaria a la compañía por violar las reglas comunitarias sobre competencia. Según parece, las acusaciones se centran en determinadas prácticas de la compañía para «obstaculizar el comercio transfronterizo de chocolate, galletas y productos de café entre Estados miembros de la Unión Europea (UE)». Y sigue: «El objetivo de Mondelez era evitar que el comercio transfronterizo condujera a bajadas de los precios en países con precios más altos. Semejantes prácticas ilegales permitieron a Mondelez seguir cobrando más por sus propios productos, en detrimento final de los consumidores». Por supuesto, la cosa no queda ahí. Según el Gobierno comunitario, la compañía se dedicó a «abusar de su posición dominante en ciertos mercados nacionales para la venta de tabletas de chocolate».
Por lo que nos cuentan, parece ser que lo que hacía Mondelez International era poner restricciones a sus propios clientes y distribuidores. Es decir, no permitía que un intermediario le comprara en un país de la UE y luego se llevase las barritas de chocolate o las galletas a otro país, en el que los precios eran más elevados, para venderlas allí algo más baratas. Digamos que impedía el arbitraje con sus propios productos. Y esto a Vestager no le ha gustado.
¿Competencia perfecta?
Lo primero: no me extrañaría nada que esta empresa y muchas otras hayan ido al límite de la legislación comunitaria. Es decir, no me meto en la legalidad del expediente o de la multa a Mondelez. De hecho, parece ser que la compañía aceptó parte de las acusaciones, cooperó con Bruselas y reconoció las ilegalidades. Y la cooperación le sirvió para lograr una reducción de la multa del 15%, que quedó fijada en 337,5 millones de euros.
Lo que me cuesta entender es la necesidad de este tipo de legislación.
Para empezar, miremos dónde nos encontramos: el departamento de Competencia, el que regula las prácticas monopolísticas y de dominio del mercado. Y se me ocurren pocos productos en los que pueda aplicarse menos la definición de monopolio que en los que comercializa Mondelez. Bajen a la tienda que tengan más cerca y cuenten cuántas marcas de galletas, chocolate, café, bollería o lácteos se encuentran. ¿Cuántas empresas de galletas hay en la UE? Si contamos panaderías y pastelerías puede que nos salgan varios cientos de miles. No exagero ¿Y tipos de galletas diferentes a la venta en el mercado común? Es que a lo mejor hay más de un millón. ¿Prácticas anti-competitivas en un mercado así?
Entonces llega el segundo punto: Mondelez lo que hacía era limitar el comercio de sus propios productos. ¿Hay alguna empresa que no lo haga? No conozco ninguna, de alimentación o de cualquier otro sector, que venda al mismo precio a todos sus clientes o que no tenga acuerdos con sus distribuidores. Lógico, si tienes un contrato con un mayorista en Alemania lo último que quieres es que venga el de Francia a tocarle las narices. Porque sí, en ese ejercicio facturas más en la filial gala, pero a lo mejor haces un estropicio en la germana del que no te recuperas en varios años.
La legislación sobre competencia en Europa es un resumen perfecto de todo lo que está mal en Bruselas. Esquemas sacados de libros de texto (en este caso, esos absurdos modelos de competencia perfecta que no han existido nunca) y un burócrata con mucho poder que quiere meterlos con calzador en una actividad económica en constante cambio.
Por ejemplo, según la Comisión, Mondelez abusó de su posición cuando dejó de vender tabletas de chocolate en Países Bajos para impedir que las revendieran en Bélgica, donde Mondelez vendía esos productos a precios más elevados. Y sí, esto provocó que los consumidores en Amberes pagaran más por las tabletas de Milka o las chocolatinas CoteD’Or que los de Maastricht. La pregunta es a quién debe interesarle más esto que a Mondelez y a sus clientes. Al restringir el comercio de sus propios productos y provocar que fueran más caros en Bélgica, lo que hacía la compañía era arriesgarse a que dejaran de comprarle (he vivido en ese país y les aseguro que si algo no escasea es competencia en el mercado del chocolate o las galletas). ¿Los consumidores seguían comprando los productos de Mondelez aunque fueran algo más caros? Nadie más debería meterse ahí.
De hecho, la siguiente pregunta es si este tipo de multas nos benefician o no a los consumidores. La Comisión da por hecho que lo que ocurrirá es que Mondelez comenzará a vender en todos los países al precio más bajo de cualquiera de ellos. Pero podría suceder lo contrario: es decir, que obligada a poner las mismas condiciones en todos los mercados, la compañía opte por cobrarnos a todos lo que pagan los belgas.
Monopolios
Lo peor de todo es que este tipo de intervencionismo atroz se hace en nombre de la competencia y el mercado. Nada más alejado de la realidad. Sí, todas las empresas tratan de tener posiciones de dominio. De hecho, lo que todas quieren es ser un monopolio: en realidad, mi tesis es que los monopolios no sólo no son malos, sino que precisamente la búsqueda de esa posición de dominio es el mayor incentivo a la innovación y a la competencia que podamos imaginar.
Además, los burócratas de la Competencia (por cierto, ellos sí son un monopolio y de los de verdad, los únicos que existen, los legales) pueden estar tranquilos: nunca nadie ha conseguido esa posición de dominio con la que puede obligar a su cliente a hacer lo que quiera. Entre otras cosas porque siempre queda la opción de no consumir.
En realidad, «monopolio» es un término que depende de cómo lo definas. Todo puede ser monopolio y nada lo es si amplias lo suficiente la definición de mercado. En Europa hace años que tomamos la versión más restrictiva de esa definición. Y todo lo que no sea esa competencia perfecta irreal y artificial de los libros de texto está penalizado, perseguido y multado. Es un error. Esta semana, la Comisión está feliz, porque le ha metido un buen palo a una multinacional. Todos contentos. La izquierda porque siempre es buena noticia darle en la cabeza a una gran empresa. La derecha del Excel y los modelos ideales, también.
Además, podemos estar seguros de que en el corto plazo no pasará nada. En unos años, alguien se preguntará por qué Europa sigue estancada. Porque se hunde la productividad. Porque las empresas no invierten o innovan o compiten de verdad en el Viejo Continente. Nadie mirará a los chicos de Verstager. Si ellos son precisamente el «departamento de Competencia». ¿Cómo va a ser culpa suya si el mercado no funciona?