Emilio Payán: Sin permiso
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odeado de montañas en Mazatlán Villa de Flores, hijo de campesinos mazatecos monolingües, fue el segundo de cinco hijos. De sus ancestros escuchó leyendas, historias y cuentos de nahuales, anécdotas que suceden en el campo abierto bajo la noche estrellada de la sierra noroeste de Oaxaca. Filogonio Naxín (Oaxaca, 1986) traza líneas en su imaginario con palitos de carbón de leña que toman forma y crean figuras. Naxín fue un niño campesino que descubrió el color cuando cuidaba chivos en el campo, su pantalón de manta se pintó de naturaleza, de las flores de cempasúchil y de las plantas. Después pudo ver los colores en los libros y reconoció el color como parte de su vida, de su cultura.
En la primaria escuchó el español por primera vez y sintió miedo al no entender. Ante la incertidumbre, fingió escribir mientras rayaba en su libreta como refugio, así empezó a dibujar. No imaginó convertirse en artista; sin embargo, ha creado su propio lenguaje a través de la pintura, en la que plasma su forma de ver el mundo, su obra representa la cosmovisión de la cultura mazateca y su filosofía del cuidado y respeto por la Madre Tierra, de cortar sólo lo necesario, incluso de pedir permiso antes de tomar de ella. También pinta a los guardianes de la tierra, jaguares, tlacuaches, aves….
Al concluir sus estudios de bachillerato, Filogonio Naxín vino a la Ciudad de México en busca de trabajo, donde incursionó en diversos oficios. Fue obrero de la construcción, ayudante en supermercados y hasta miembro de la seguridad privada en Polanco, labor que le permitió, a través de sus rondines, encontrar un espacio donde exhibían obras de arte que observó atentamente detrás de un cristal. Por ese entonces compró sus primeros tubos de óleo y continuó pintando. Con dinero ahorrado volvió a la ciudad de Oaxaca y se inscribió en la Facultad de Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Autónoma Benito Juárez, lo que tuvo un impacto positivo en el artista.
El proceso del dibujo en perspectiva, punto de fuga, claroscuros, luces y sombras le abrieron camino a nuevas posibilidades creativas. Revisó el trabajo de artistas como Rembrandt y Goya, y apreció de manera especial a Francis Bacon y su representación de la textura desgarradora de la carne, ya que para pagar sus materiales y estudios universitarios fue tablajero de oficio por las noches.
Ante la necesidad y gracias a que su madre, Esperanza Casimiro Flores, le enseñó a bordar manteles y servilletas, Filogonio Naxín confeccionó sus libretas de dibujo hechas de papel de estraza y cosidas a mano durante los cuatro años de licenciatura.
Al volver a la Ciudad de México en 2012, conoció a Cristal Mora Patricio, de origen mixe, en el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, donde impartía un seminario sobre el fortalecimiento de las lenguas. Mora, comunicóloga de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, tras ver su pintura lo invitó a presentar un proyecto para niños. Desde entonces son compañeros de vida, los unió el amor por su natal Oaxaca y su identidad, juntos han creado una estrategia de difusión y promoción en redes sociales de la obra de Filogonio para darle valor, cauce y camino. Actualmente son los gestores principales de Vecindarte, que comenzó como un proyecto comunitario de talleres de arte dirigido a migrantes hablantes de lenguas originarias, y hoy es su propia galería de vida. Tienen tres hijos: Jamajñu (Raíz fuerte), Luna Tsutsin (Luna de Cristal) y NaxinLi (Venadito de fuego).
Después del mazateco, el dibujo, el grabado y la pintura son su segunda lengua. A Naxín le tomó más 10 años posicionar su trabajo artístico. Él opina que no existe la misma oportunidad para todos, no ha sido considerado en las exposiciones de arte indígena porque, dice, los curadores sólo invitan a sus conocidos. Es peor en exposiciones con otras temáticas, pues ni siquiera lo consideran por su origen. Ha padecido discriminación por parte de galerías y museos, que lo denostaron por ser indígena, ignoraron su trabajo, que hoy se convirtió en un acto político, de protesta y resistencia, un refugio.
Ha realizado más de 20 exposiciones de forma individual y colectiva en museos, casas de cultura y galerías en los estados de Puebla, Oaxaca, Durango, Hidalgo, Querétaro y la Ciudad de México. En marzo pasado fue invitado por la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, a una residencia artística de 40 días. Actualmente trabaja en un proyecto de 22 piezas realizadas con tintes naturales sobre tela y amate para su próxima exhibición en el Museo Nacional de Antropología.
Filogonio Naxin seguirá hablando su lengua mazateca, expresará su historia cargada de colores hacia un futuro infinito, a un mundo desconocido que desde lo profundo de sus raíces vive el presente, y no espera que nadie le dé permiso de existir.