Los 'últimos' de La Escondida | Leonoticias
Un entorno familiar, pero ahora desconocido. Un lugar donde habían pasado horas y horas pero que, ahora, parece extraño. Es diferente. Es frío, como siempre, pero es otro tipo de frío. La vitalidad, la energía, el espíritu se fueron de una explotación minera que pasó a la historia por ser la última en pie, la última de la que salió carbón.
La Escondida lleva casi tres años cerrada. Su vida es, ahora, unas labores de restauración y cierre que son ese canto de cisne del carbón, ese alarido final que acaba con una actividad económica de décadas y décadas de vida, que a tantas familias ha dado de comer en toda la provincia y, de forma más notable, en el valle de Laciana, y que tanta riqueza ha generado. Pero esa etapa se cerró el 31 de diciembre de 2018.
Aquel día, un grupo de casi 80 mineros fue el último en toda España en entrar al tajo. Entre ellos estaban José Antonio Gómez Couto, conocido por Toño, y Juan Antonio Alifa, que vuelven a la que fue su casa porque «esto era una familia» con un sentimiento claro de «pena». «Ver cómo se está desmantelando todo después de casi 100 años de actividad aquí es duro. Ves como lo quitan todo, con sólo cinco personas trabajando… es una pena».
El último día en el ‘tajo’
Paseando entre naves, maquinaria que aún está activa y encontrándose a algún excompañero que ahora se encarga de estas labores de cierre, hacen memoria de aquel último día de trabajo donde se mezclaba la satisfacción de llegar a la prejubilación con la sensación de tristeza por ver cómo se cerraba una etapa «y muchos amigos y familiares se quedaban sin nada».
Y todo ello pese a que el propietario de la explotación quería continuar con la actividad, pero el Gobierno le exigió una condición inasumible: devolver todas las ayudas a la producción recibidas, que se elevaban a más de ocho millones de euros.
«Nosotros nos prejubilábamos, pero vimos como muchos amigos se quedaban sin nada»
Pero, recordando aquel día, reconocen que fue diferente. Toño así lo señala y explica que celebraron una pequeña fiesta de despedida en una explotación donde había estado trabajando desde los 17 hasta los 42 años, un cuarto de siglo, en los últimos años como vigilante y siguiendo los pasos de su padre y de su abuelo, mineros también en La Escondida.
Alifa estuvo menos tiempo, ya que fue saltando de una explotación a otra a través de una subcontrata para sumar 24 años de actividad laboral, los últimos en La Escondida, donde dejó muchos amigos porque «la minería une». Aquel día también se prejubiló y se fue del valle de Laciana a Ponferrada porque «queríamos darle un futuro a nuestros hijos» que, asegura, le hubiera gustado que pudieran haber sido mineros.
El día después
Los días más duros fueron, quizá, los primeros tras el cierre de La Escondida. «Te falta algo y notas un vacío. Te cuesta ese cambio de ritmo de vida porque este trabajo te involucra mucho», explica Toño que, como vigilante, recibía en ocasiones llamadas de teléfono que le obligaban a subir al yacimiento de urgencia. «Los primeros días no lo asimilas, se te hace raro», apunta Alifa.
Lo que sí mantienen, tres años después de ‘salir’ del pozo de La Escondida, es el orgullo minero. «Aparte del trabajo, que me lo dio todo, es lo más grande que hay», afirma Toño, tercera generación minera en su familia, que recuerda con mucha satisfacción como tanto su padre como su abuelo emprendían el mismo camino que él hasta esta explotación ubicada en Caboalles de Arriba.
«Es un orgullo ser minero, es lo más grande que hay. Te enseña a madurar y a valorar lo realmente importante»
«La minería te enseña a madurar y a valorar las cosas realmente importantes», prosigue Alifa que, desde Ponferrada, su lugar de residencia actual, ve cómo el valle de Laciana está en completa decadencia.
En ello coinciden ambos mientras siguen recorriendo estas instalaciones aún con trabajo por hacer, pero no con el ritmo de hace tres años. «Todo el valle ha perdido mucha vida entre aquellos que se van a estudiar y los que buscan trabajo en otros lugares. Villablino y Laciana eran la hostia, ahora ha dado un bajón tremendo», lamenta Toño.
La decadencia de las cuencas
Y la sensación es que no se han abierto vías alternativas para evitar esta caída en picado. «Todo se va a pique y nadie pone opciones sobre la mesa ni ideas como museos o proyectos de ese tipo», sostiene un Alifa visiblemente molesto por ver cómo se quema carbón extranjero en la térmica de As Pontes (La Coruña) o por cómo otros países europeos se plantean reabrir minas: «Aquí, el carbón lo era todo y duele que en otros sitios se piense en dar marcha atrás».
«Sientes impotencia y, sobre todo, que te han engañado, que alguien se beneficia de todo esto», continua Toño, que es claro: «Derriban las térmicas para que, en muchos casos, no haya opción de volver al carbón». «Estos valles podían estar adaptándose a esos niveles de emisiones de CO2 requeridas por Europa y seguir funcionando. Ahora viene carbón de fuera que contamina igual o más. Como minero duele, y mucho», asegura.
«Estos valles podían estar adaptándose a esos niveles de emisiones de CO2 requeridas por Europa y seguir funcionando»
Con estas sensaciones llega el 4 de diciembre, fecha siempre señalada en las cuencas. Es Santa Bárbara, su patrona, un día aún festivo pero que «no tiene nada que ver con antes» porque, en primer lugar, ya no hay actividad y, en segundo, porque cada vez son menos los lacianiegos que están en su tierra para celebrarlo, homenajear a todos los mineros y recordar a aquellos que dieron su vida en la mina.
Y es que hoy día Santa Bárbara ya no tiene a quien proteger ni el carbón quién lo saque del corazón de las montañas. La minería es historia, pero aún historia viva y reciente mientras sus comarcas buscan un salvavidas para recuperar la vitalidad que, no hace mucho, tenían. La Escondida fue el último reducto de este gremio que desea, aunque desconfía de que así sea, encontrar soluciones para unas cuencas dejadas a su suerte.