Identidad sonora 2024/11/30 – Excélsior
Se habla mucho de la riqueza sonora de México y de que somos un país musical, pero frases como éstas, a fuerza de ser repetidas por los funcionarios de cultura, se han convertido en la muletilla que le da forma a un cúmulo de cosas que ignoramos. Porque, más allá de los expertos, pocas personas lograrían describir la esencia de la música mexicana vocal y sinfónica, con la que sólo tropezamos en un puñado de conciertos, grabaciones, anuncios comerciales y en cortinillas de una que otra llamada telefónica.
Así que éste sigue siendo uno de los pendientes del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) y de la Secretaría de Cultura federal, porque, hasta el momento, no han logrado reunir todo ese corpus de compositores y compositoras dedicados a la ópera, a la música de cámara y de concierto que le dan forma a la identidad sonora a México.
Por supuesto, la Fonoteca Nacional cuenta con una interesante e inacabada plataforma que difunde parte de lo que aquí señalo. Se trata de la Musiteca, ubicada en el sitio https://musiteca.mx/, que, por cierto, sólo considera 15 registros en el apartado de música orquestal del siglo XIX y 87 en el mismo rubro, pero del siglo XX, lo cual demuestra que es un trabajo pendiente.
¿Cómo, entonces, valorar la esencia sonora de México sin tener la idea de esa riqueza de la que tanto se habla? ¿No sería necesario que la página institucional del INBAL –más allá de difundir la agenda mensual de eventos y convocatorias– tuviera un espacio visible para exponer todo
ese repertorio?
Porque esto facilitaría la comprensión de lo representa esa memoria musical, la cual no se limita a un puñado de creadores que, afortunadamente, ya viven en la mente de muchos mexicanos. Pensemos en Huapango, de José Pablo Moncayo; el Danzón No. 2, de Arturo Márquez o Dios nunca muere, de Macedonio Alcalá. Incluso, Sensemayá, de Silvestre Revueltas, Sinfonía India, de Carlos Chávez, o Sobre las olas, de Juventino Rosas.
¿Y los demás? ¿A qué suenan Carlos Jiménez Mabarak, Ricardo Castro, Melesio Morales, Arnulfo Miramontes, Estanislao Mejía, Rafael J. Tello, Julio Morales y Cenobio Paniagua? ¿Qué hay de la demás obra de Silvestre Revueltas, de José F. Vásquez –que poco a poco deja de ser el “fantasma de la música mexicana”– y de Ernesto Elorduy?
Lo mismo ocurre ahora con las creaciones de Daniel Catán, Javier Álvarez, Juan Trigos, Federico Ibarra, Gabriela Ortiz, Hilda Paredes, Ana Lara, María Granillo y de Juan Pablo Contreras, sólo por mencionar algunos nombres. Entonces, ¿hasta cuándo existirá un registro digital completo y de acceso público para conocer nuestra música de concierto? ¿Cómo cuidar entonces algo que desconocemos?
Intencionalmente dejo fuera a Mario Lavista, porque parte de su legado puede consultarse en el sitio https://sonuslitterarum.mx/mediateca-lavista/ que, por cierto, debería tener algún enlace visible en las páginas del INBAL y de la Fonoteca.
Pero, mientras algo de esto ocurre, es preciso recordarle a la nueva titular del INBAL, Alejandra de la Paz, que uno de los pendientes que le heredó Lucina Jiménez es la impostergable creación de un repositorio digital o micrositio que dé acceso total a la vida y obra de Silvestre Revueltas.
Usted lo recuerda bien. En agosto pasado, un poquito a las prisas, Lucina —que brincó del INBAL a la Dirección de Formación y Gestión Cultural, área de nueva creación, sin que hasta ahora se sepa si ya funciona, con qué personal o presupuesto— anunció que se contaba con un “presupuesto ilimitado por parte del INBAL”, a lo que se sumarían fondos provenientes de las regalías del compositor, para concretar dicho acervo y editar el segundo volumen de la edición integral de la música de Silvestre Revueltas. Ojalá que este proyecto no quede en el olvido.