Descolonizar los museos: una oportunidad para reimaginar las narrativas culturales
La descolonización de los museos en el Estado español entró en el debate público el mes de enero, cuando el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, anunció la intención del Gobierno de «revisar las colecciones» de los museos nacionales para «superar su marco colonial». Se trata de una iniciativa que ya se investiga y se implementa en buena parte de los museos europeos, y que ofrece la oportunidad de debatir y construir en común nuevas narrativas en torno al arte y las colecciones etnológicas.
¿Cómo se descoloniza un museo? Si bien la consecuencia más tangible y publicitada de las denominadas acciones reparadoras incluye el retorno de objetos a sus lugares de origen, la descolonización de un museo es un proceso largo y con varias aristas, y empieza con el reconocimiento de que estas instituciones se fundaron con la misión de ser vehículos del aparato colonial. «Desde el siglo XIX, los museos se han conformado como entidades que han ayudado a la creación de los discursos nacionales. Evidentemente, los museos existían desde mucho antes, pero es a partir de la Revolución Francesa cuando se empiezan a concebir como espacios de representación nacional», explica Maria Iñigo, profesora e investigadora de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC. Por lo tanto, están absolutamente vinculados y son inseparables de la colonización.
«Los museos de arqueología y de antropología, o los museos etnológicos, se construyen desde esta perspectiva: por un lado, como entidades científicas de la colonización, y, a su vez, también como trofeos de la propia narración», continúa Iñigo, que centra su investigación en temas relacionados con la colonialidad, la curaduría y la museología, la modernidad y el arte en la América Latina, con especial énfasis en el arte brasileño.
Por ejemplo, el Museo de América abrió sus puertas durante el franquismo y se promocionó fuertemente como el único museo en Europa sobre la América Latina. El propósito de su apertura fue alentar una identidad nacional y cierto liderazgo sobre la América Latina relacionados con el imperialismo español, para promover la grandeza de un país en un momento en el que España pasaba dificultades económicas, y para mostrarse en diálogo con el resto de Europa. «Evidentemente, el Museo de América ya no se publicita de este modo, pero en su contenido hay ecos de su principio fundacional», apunta la experta.
Un proceso de aprendizaje
Los expertos en la materia coinciden en que descolonizar un museo es una tarea compleja que no tiene que caer en reduccionismos históricos ni lugares comunes. Se trata, más bien, de un proceso de aprendizaje que requiere de estrategias para cambiar las narrativas coloniales de los museos. «La naturaleza de los museos es colonial en sí misma, especialmente cuando va vinculada a una tradición de los discursos nacionales modernos», señala Iñigo. En este camino, añade, «se deben revelar las formas en que estas narrativas o conceptos culturales ocultan prejuicios, entender con qué discursos y pretextos se están perpetuando y cuestionar lo que muchas veces está instalado en nuestros imaginarios culturales como sentido común».
En el mundo de los museos, existen estudios sobre la procedencia —provenance en inglés— de los objetos en exposición, que es esencialmente el viaje registrado de una obra de arte desde su origen, pasando por uno o más propietarios, y hasta la actualidad. Es una herramienta que se ha utilizado a menudo para contextualizar piezas y exponer cómo acabaron en un museo en particular. «Una forma de descolonización sería esta: evitar simplemente presentar un objeto y detallar sus características, y, por el contrario, explicar cómo se adquirió, si fue en el marco de un conflicto armado o en un momento de resistencia de un pueblo ante un imperio», dice Iñigo.
El arte contemporáneo también ofrece recursos innovadores a la hora de mostrar y concebir piezas artísticas que pueden ayudar a instigar problemáticas que surgen en los museos más tradicionales. Y es que la manera como se expone un objeto también puede ser colonial: «si un museo muestra en una vitrina un objeto religioso y sagrado para una cierta cultura, cuando en realidad aquel objeto se ha concebido para permanecer oculto o usarse solo en ciertos ritos, estamos reproduciendo estas dinámicas coloniales».
Para la experta, «si comprendemos cómo se han creado conceptos culturales o identitarios que están encubriendo la discriminación o la jerarquización entre culturas, o una devaluación entre formas de conocimiento, será mucho más fácil no reproducir el racismo una y otra vez. Tenemos que interrogar nuestros imaginarios culturales y nuestras narrativas sobre cuestiones que se dan por sentado, como sentido común».
Seguir el ejemplo europeo
El debate que Urtasun ha puesto sobre la mesa no es nuevo ni exclusivo del Estado español. Unos cuantos países europeos hace años que abrieron el debate sobre sus museos y las narrativas que los conforman. El año 2017, el presidente francés Emmanuel Macron se comprometió a devolver definitivamente el patrimonio africano que había en los museos franceses, un camino que se emprendió en 2019 con la devolución al Senegal de un sable histórico del que se apoderaron los franceses a finales del siglo XIX, o la entrega en 2021 al gobierno de Benín de 26 obras de arte saqueadas por las tropas coloniales francesas en 1892.
En Alemania, los ministros de Cultura de los dieciséis estados federales acordaron en marzo de 2019 una serie de directrices comunes. En el documento aprobado, los ministros se comprometieron a crear las condiciones necesarias para devolver objetos que figuran en las colecciones públicas y que se obtuvieron en las antiguas colonias «de una manera que hoy resulta injustificable, tanto desde el punto de vista jurídico como moral». De una forma similar, el Reino Unido publicó en septiembre de 2023 una guía práctica para sus museos en términos de restitución y repatriación.
Algunos expertos, sin embargo, alertan de que centrar todo el debate de la descolonización en acciones reparadoras como la de devolver objetos a sus lugares de origen comporta algunos problemas, entre otros, el de perpetuar la toma de decisiones entre élites formadas por directores de museos, políticos y algunas élites académicas, y dejar fuera al grueso de las poblaciones que reciben los objetos y los pueden sentir como propios. Por todo esto, una de las instituciones que llevan la delantera en este debate es el Museo Nacional de Culturas del Mundo holandés, una entidad encargada de gestionar el conjunto de las colecciones etnográficas de los Países Bajos, repartidas en varios museos. En el centro, no solo se han creado protocolos para la restitución sistemática y equitativa de objetos, sino que hay espacios estables de investigación para abordar las largas, complejas y entrecruzadas historias que dieron origen a sus colecciones.
«Me parece muy interesante el hecho de crear este tipo de iniciativas que vinculan un centro de investigación a una serie de museos, para generar un diálogo y un trabajo constante en torno al cambio«, opina Iñigo sobre el modelo holandés, y considera su trabajo como un ejercicio valioso «porque cambiar la narrativa de un museo es un proceso largo y costoso, que, en general, se hace en un momento dado con la idea de no tener que hacer modificaciones, por ejemplo, en diez años». Un enfoque incompleto porque, según la experta, «las narrativas tienen que estar abiertas a la posibilidad de debatirse a menudo»..